J. M. Rambla, Sagunt

Jafuda Atzar fue, sin duda, una de las figuras más influyentes y ricas de la comunidad judía valenciana del siglo XIV. Por ello, seguir su rastro y el de su familia es uno de los retos más ambiciosos para reconstruir la presencia hebrea en el antiguo Reino de Valencia. Ahora esa reconstrucción ha dado uno de los pasos más importantes de los últimos tiempos con el hallazgo en Sagunt de la tumba de uno de sus hijos, Issac Atzar, fallecido en Morvedre como consecuencia de la Peste Negre de 1348.

El estudioso Manuel Civera recoge este descubrimiento en el libro sobre la historia del Morvedre hebreo que verá la luz el próximo abril, publicado por la editorial Afers. Un trabajo clave para la comprensión del Sagunt medieval y que tiene en este hallazgo una de sus contribuciones más destacadas. Y entre esas aportaciones, una tendrá especial relevancia: Descifrar uno de los enigmas arqueológicos más oscuros de Sagunt, el origen de un rico túmulo o lápida funeraria cuya procedencia se ignoraba.

"El túmulo había aparecido en Sagunt después de la guerra civil pero nadie sabía cómo, ni quién lo había descubierto", comenta Civera. Y ello a pesar de pertenecer al miembro de una de las familias judias más destacadas de la época. "Estamos hablando del hijo del que llamaban en la época el "fabuloso Jafuda", emparentado con Pere IV el Ceremoniós y la reina Doña Eleonor", comenta. La importancia del linaje quedará de manifiesto en la propia lápida saguntina, "donde vemos reproducidos el escudo de las casas reales de Castilla, León, la flor de Lis y las cuatro barras de la Corona de Aragón, confirmando así unos vínculos que no tenía ninguna otra familia judía de la época".

Espacio para "apestados"

El estudioso saguntino comenzaría a atar cabos conforme avanzaron las excavaciones de la necrópolis hebrea. "Durante los trabajos se descubrió que el cementerio tenía dos niveles y por la datación de una muralla que lo cerraba de 1348 hallábamos una explicación lógica: ese segundo nivel pertenecía a los apestados de la Peste Negra", destaca.

Al aparecer los primeros casos de epidemia, la ciudad inició el cerramiento del cementerio, primero aprovechando los contrafuertes de la muralla y cerrando el espacio por la antigua puerta islámica. Pero después la expansión de la enfermedad hizo necesaria la ampliación el recinto con un nuevo muro. En el centro de ese siniestro espacio donde eran aislados los apestados quedaría una vieja torre íbera cuya construcción se remonta al siglo V a. C.

Y fue ahí donde el investigador comenzó a elaborar sus teorías. "Issac Atzar debió de ser uno de los primeros en fallecer y lo lógico es que sus restos estuvieran en el cementerio de apestados, pero ¿dónde enterrar a un hombre de su categoría social?", destaca. Para Civera la respuesta es inevitable: "El único edificio noble en toda la necrópolis era la torre íbera que, según mi hipótesis, albergó el túmulo y sirvió de mausoleo a Issac Atzar", comenta.

El tiempo se encargaría de ocultar los restos funerarios. Pero quedaba todavía un misterio por resolver: ¿Quién y cuándo los sacó a la luz? Manuel Civera tiene su propia teoría al respecto: "Creo que el túmulo fue descubierto por casualidad durante la guerra civil", comenta. De hecho, "cuando se prepararon las defensas, la torre íbera fue utilizada para construir un nido de ametralladoras, por eso pienso que lo más probable fue que la lápida apareciera durante los trabajos para construirlo y que algún soldado la guardó en algún lugar".

Ahora Civera escudriña en los archivos militares de Valencia en busca del proyecto de aquellos trabajos y con la esperanza de encontrar alguna anotación que confirme su hipótesis de ese descubrimiento casual.

Mientras tanto, no oculta la satisfacción de encontrarse ante un hallazgo con nombre y apellido, fundamental para conocer la historia medieval valenciana.