El Ayuntamiento de Antella se sumó hace unas semanas a una iniciativa vehiculada a través de varios países para reclamar a la Unesco la declaración del transporte de troncos por el río como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Lo hizo después de recuperar durante la Trobada d´Escoles en Valencià que se celebró en la localidad ribereña el pasado 22 de abril una tradición milenaria que se practicó en la Ribera hasta bien entrado el siglo XX, engarzando un comercio de gran importancia económica en los diferentes pueblos que se han situado históricamente a ambos lados del Xúquer. A la propuesta se han sumado, además, asociaciones de transportistas de Navarra, Aragón, Catalunya y Castilla la Mancha.

A la largo de la historia, como recoge el investigador alcireño Tomàs Peris Albentosa en su estudio sobre la Ribera, la flotación de troncos por el Xúquer fue un sistema de transporte que disfrutó de mayor fortuna que la navegación, sin continuidad a partir del siglo XV. Durante la época islámica ya se observan referencias del transporte de material por el río. Piles Ibars, en su historia sobre Cullera, recogía las noticias de los geógrafos musulmanes que indicaban: «Hisn-Colina (el castillo de Cullera) está ya cercado por el mar, y es castillo inaccesible [...]. Al Edrisi, en el siglo XII, ya habla de las conducciones de madera desde los pinares de Cuenca. «Se cortan», dice, «las maderas, y se las hace bajar por el agua hasta Dénia y Valencia. Se las conduce por el Cabriel y Júcar hasta Alzira, y desde allí al fuerte de Cullera, donde entran en el mar, embarcándose para Dénia las que sirven para la construcción de buques y para Valencia las que, por ser gruesas, sirven para la construcción de casas». Algunos autores defienden que buena parte de la riqueza de la Alzira musulmana procedía del comercio de la madera. Algunos de los viajes de los madereros duraban hasta nueve meses y recorrían cerca de quinientos kilómetros.

La tradición se mantuvo en los siglos siguientes, durante la dominación cristiana. La actividad fue estimulada por una serie de privilegios €posiblemente de ascendencia islámica€ para asegurar el abastecimiento de la capital del Regne y del castillo de Xàtiva. Así, Jaume I concedía en 1267 a la ciudad de Valencia el derecho de ser proveída libremente de madera desde cualquier rincón del territorio valenciano y por cualquier medio de transporte, incluido el fluvial.

Desde 1261, toda la madera que descendía por el Xúquer estaba libre de lezda y peaje, pero debía pagarse a los oficiales reales el llamado «cinquentí» o «cinquanté», un derecho de navegación que consistía en una pieza cada cincuenta que bajasen. En 1321, Jaume II recordó, ante un intento de la villa de Cofrentes de cobrar una cantidad a los madereros por una partida de Castilla, «que el único cobro permitido correspondía al castillo de Xàtiva y se hacía efectivo al paso de los troncos por el vado de Barragá» (en término municipal de Alberic).

Así, los historiadores Furió y Martínez consideran que entre 1418 y 1432 bajaron por el Xúquer alrededor de 14.500 troncos. El río ribereño se convirtió con el paso de los años en una vía de abastecimiento de los materiales más importantes para la construcción de las principales ciudades del litoral valenciano, llegando a suministrar madera, incluso, a la ciudad de Barcelona.

A mediados del siglo XV, el recuento de troncos se llevaba a cabo en Antella, aprovechando su paso por el Assut de la Sèquia Reial del Xúquer. Así se desprende de un pleito entre el alcalde de Xàtiva y unos mercaderes que, en 1448, se negaban a pagar la partida correspondiente del «cinquanté» desde Antella a Alzira. En el documento histórico se recordaba que era costumbre que el transporte hasta Alzira corriera a cargo de los comerciantes y no del rey y que la madera no podía ser extraída en Antella porque el trayecto hasta Xàtiva no era apto para la circulación entre dichas localidades por la falta de comunicaciones.

La política de relanzamiento de la construcción naval de los Borbones iniciada con los proyectos del Marqués de Ensenada se desarrolla plenamente bajo los reinados de Carlos III y Carlos IV, favoreciendo e intensificando el transporte maderero por los ríos valencianos. Sin embargo, la base naval de la Marina en Cartagena consideró a los pinos del Valle de Cofrentes como no aptos para la construcción naviera.

Durante siglos, la zona de escasa agua situada en el Barragá, cerca del despoblado de la Paixarella (en el término municipal de Alberic) actuó como uno de los finales de ruta de la madera destinada a Xàtiva, mientras la parte más considerable se sacaba a tierra en Alzira y otra continuaba al mar. El comercio maderero experimentó un fuerte crecimiento en dichos siglos centrales del milenio, comenzando sólo su recesión con la competencia experimentada a partir del desarrollo de nuevos medios de transporte, sobre todo el ferrocarril.

Según recoge el historiador Bosch Julià en su libro «Memoria sobre la inundación del Júcar en 1864», los acontecimientos de tal año sorprendieron a unos 300 «raiers» cerca de Cortés de Pallás, lo cuales transportaban una tramada de más de 60.000 troncos. «En pocas horas, la corriente arrastró la madera a una distancia que en condiciones normales hubiese tardado dos o tres meses en recorrer. Más de 14.000 troncos de pino aparecieron en el término de Alberic, mientras otros se dispersaron por otros lugares y un número indeterminado acabó en el mar», resume Tomàs Peris. En los años centrales del siglo XIX, el tráfico fluvial era entre 50 y 70 veces mayor que en el siglo XV, estimulado por la deforestación de las montañas que rodeaban las principales ciudades del litoral y por el crecimiento urbano que experimentó la capital, Valencia.

La construcción del ferrocarril marcó el punto y final del transporte fluvial de madera por el Xúquer hasta Cofrentes ya que la inauguración de la línea Madrid-Albacete y Valencia-Almansa permitió que las maderas fueran desembarcadas en La Fuentesanta (Albacete) y reenviadas desde allí a los principales consumidores de este material en tierras valencianas.

Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIX, la actividad maderera registra un gran crecimiento. Nuevos tipos de demandas (como la leña para hornos o los palos para el telégrafo) relanzaron el comercio. También ayudó la expansión agrícola (con la naranja) con focos en localidades ribereñas como Alzira o Carcaixent.