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El padre de José Eduardo Almudéver, un brigadista internacional de 93 años que residen en Francia pero que ocasionalmente acude a España para impartir conferencias y aportar su memoria de la guerra, jamás imaginó que su intención de organizar un baile en Alcàsser sería algo tan determinante en la vida de su hijo. Corría 1914 cuando decidió celebrar una verbena; el párroco se lo prohibió y, en venganza, él intentó quemar la iglesia. Para esquivar las represalias, huyó a Francia, donde conoció a una artista de circo del barrio del Carmen con la que acabó teniendo cuatro hijos. José fue uno de ellos.

Nació en 1919 en Marsella y no fue hasta 1931 cuando regresó a Alcàsser con sus padres. Solía ir al Casino en el que se reunían los obreros para leerles el diario porque era "de los pocos instruidos" del pueblo. Así fue como trabó contacto con la actualidad y formó su ideología. En 1933, Francisco Rúa, vecino "y amigo", murió en Alfafar al estallar una bomba que fabricaba con otros seis sindicalistas de la CNT". Aquello despertó sus primeros sentimientos de "injusticia", que acabó de modelar con la revuelta de Asturias, unos sucesos que aún hoy tilda de "desacato".

Todo ello le llevó, tras el alzamiento del 18 de julio de 1936, a alistarse "en la Columna Germanías", de donde lo expulsaron por ser menor. De vuelta a Alcàsser embaucó al secretario para hacerse con un certificado que le permitiese ir a la guerra: "Se fio y puso que tenía 19 años", recuerda José, que para construir su farsa se amparó en su nacimiento en tierras francesas y en la ausencia de documentos que lo desmintiesen. En septiembre ya estaba luchando como sargento en la Columna Pablo Iglesias, en el frente de Teruel, donde en mayo de 1938 un obús lo hirió "en brazo, pecho y espalda".

De regreso a su pueblo -está convencido de que "infiltrados de la Quinta Columna" lo enviaron "inexplicablemente" allí - se enteró de que la Batería Carlos Rosselli, formada por brigadistas italianos, aguardaba en Silla a recibir cañones. Las armas no llegaron nunca, pero él se presentó como brigadista voluntario haciendo valer su nacimiento en Francia. Y como tal fue expulsado en enero de 1939 después de que el Comité de No Intervención acordase sacar de España a los guerrilleros internacionales, que en esos momentos eran 45.000 llegados de 54 países.

Al calabozo con el Dr. Peset

Su voluntad de luchar junto a los suyos lo llevó a regresar desde Marsella como marinero de un barco inglés. En marzo, con el bando nacional a punto de ganar la contienda, huyó con su padre al Puerto de Alicante, donde fueron detenidos y "engañados" junto a miles de republicanos. Los trasladaron "al campo de los almendros", un huerto reconvertido en zona "de internamiento para 8.000 hombres". Allí permaneció cinco meses -compartió calabozo con el Dr. Peset- a base de "cinco sardinas al día para cada dos personas y 50 gramos de pan". Muchos murieron de hambre. Él pasó de 65 a 40 kilos, pero conservó la vida.

En marzo de 1940 logró volver a Alcàsser, donde fue detenido y encarcelado en la Modelo. En el 41 fue sometido a "un juicio sumarísimo" y condenado a doce años. Entre rejas aprendió esgrima, algo que, a la postre, iba a salvar su vida y la de muchos otros. "El director de la cárcel estaba loco con ese deporte y a los del equipo nos daba privilegios como ducharnos o descansar". Aún así tuvo que hacer trabajos forzados en canal sevillano de Dos Hermanas hasta obtener la libertad condicional en 1942.

Pero José aún no había tenido bastante y, a su regreso a Alcàsser, entró en los Guerrilleros de Levante, a los que acusaron del atentando cometido en 1947 entre Alfafar y Catarroja contra "el tren a Madrid". Fusilaron a algunos de sus compañeros y huyó de Silla a Barcelona para cruzar a pie los Pirineos "sin comer ni beber durante tres días". Se asentó en la ciudad gala de Pamies y allí consiguió en 1952 su ansiada "libertad total". Sin embargo, no pudo regresar a España hasta el 5 de agosto de 1965, cuando Franco permitió "por fin" a los exiliados volver "a una tierra que jamás ninguno olvidó".