Instalaciones vacías

El cementerio más muerto de Valencia

El camposanto de San Isidro, en Moncada, se construyó en la década de los 50 y está todavía por estrenar

Voro Contreras

Voro Contreras

Para el detective Philip Marlowe, nada tiene un aspecto más vacío que una piscina vacía. Pero una tumba vacía tampoco está mal, y la sensación de vacuidad es total cuando es en todo un cementerio donde la falta de contenido es la característica predominante. Por eso, el cementerio de San Isidro de Benagéber es, seguramente, el lugar más vacío del área metropolitana de València (cuanto menos). Por no haber, no hay ni espíritus ni fuegos fatuos, porque ningún cadáver ha recibido allí sepultura en sus alrededor de 60 años de historia.

El camposanto de esta pedanía de Moncada es como un espacio interestelar abandonado en un solar. Pero allí sigue, con sus colmenas de nichos, su pequeña capilla y sus cruces, rodeado por un muro golpeado por los pinos y decorado con grafitis que nada tienen que ver ni con la muerte ni con algo que se le parezca. La cadena que cierra el portón del camposanto impide comprobar si en su interior moran algo más que los insectos del campo, alguna alimaña y unos pinos de importante tamaño que han crecido sin que nadie les ponga un pero.

La historia del cementerio de San Isidro es tan triste como las razones por las que fue construido. El 6 de abril de 1932 el gobierno de la Repúblicafirmó el acta de inicio de las obras del embalse de Benagéber, que estableció la pronta desaparición del núcleo tradicional de esta localidad de los Serranos. La Guerra Civil retrasó las obras, pero en 1943 ya funcionaba el nuevo núcleo urbano situado un kilómetro arriba del antiguo pueblo.

Pero en el nuevo Benagéber no cabían todos los vecinos y muchas de sus familias se quedaron en el lugar donde habían sido alojadas cuando se inundó su pueblo: los terrenos del Instituto Nacional de Colonización (INC) en la Finca Moroder, situada en el término de Moncada. Corría la década de los 40 y de aquella diáspora hidráulica surgió el núcleo poblacional de San Isidro de Benagéber.

Cementerio de Moncada abandonado

Cementerio de Moncada abandonado / J.M. López

Terrenos de la familia Moroder

Además de las casas de los colonos —cuya propiedad tuvieron que pagar «a 25.000 duros la parcela» pese a haber sido expulsados de sus hogares, tal como recordaba esta semana uno de aquellos pioneros— el INC construyó un cementerio para el nuevo poblado. Lo ubicaron en unos terrenos situados al otro lado de la actual CV-315, cercanos al grupo de viviendas de Las Torres y al Mas Blau, una antigua masía de aspecto modernista que también perteneció a la familia Moroder (al igual que la masía junto a la que se levantaron las viviendas) y que actualmente es también propiedad de los colonos. Además de las casas y el cementerio, el INC construyó también una iglesia, siguiendo todo ello el modelo que se usó en otras nuevas localidades «de embalse» como San Antonio de Benagéber o Loriguilla.

Sesenta nichos

Por lo tanto, el cementerio de San Isidro es arquitectonicamente similar al de los otros dos pueblos: en su caso, dos pequeños edificios con cubierta a dos aguas y unos 60 nichos cada uno, nichos también en varios de los muros y dos estancias que originalmente se deberían usar como almacén de material, capilla o incluso para acoger a los difuntos hasta el momento del entierro. Pero la estructura es la única semejanza del cementerio de San Isidro con el de San Antonio y Loriguilla. La gran diferencia es que el de San Isidro nunca se ha utilizado. Actualmente los nichos vacíos están tapiados, aunque varias de esas tapias están rotas y la puerta llena de herrumbre hace años que no se abre.

¿Se debe la ausencia de uso del cementerio a que los habitantes de San Isidro gozan de la suficiente buena salud para que en seis décadas no hayan precisado usar las instalaciones mortuorias? No parece que sea este el caso, sino que se trata de una cuestión de competencias parroquiales. Desde el momento de su fundación en la década de los 40, San Isidro se constituyó como entidad local dependiente de Moncada, al mismo tiempo que dependía (y lo sigue haciendo) de la parroquia del municipio. Por ello, y pese a que los funerales de los vecinos de San Isidro se celebran en su iglesia, los entierros siempre han tenido lugar en el cementerio moncadense, situado a menos de dos kilómetros de allí. En el barrio, por mucho que se pregunte, nadie parece echar de menos su propio camposanto. Aquello cada día está más muerto.