Mª Carmen Torres estuvo ayer a punto de perder su casa. Tiene 59 años, dos hijos, una madre octogenaria enferma de Alzheimer y ningún empleo con el que mantener al día los pagos de una hipoteca que, lejos de hacerse más pequeña, cada día aumenta como consecuencia de las ampliaciones que el banco le hizo «para intentar salvar una situación» que se fue embrollando cada vez más hasta llevarla a una subasta inminente prevista para el día 11.

Pero eso fue ayer. Hoy, Mª Carmen tiene el compromiso de la entidad financiera para reestructurarle la deuda a razón de un pago de 55 euros al mes durante los próximos cinco años, y otro de 500 euros mensuales durante los 35 años siguientes. Y lo tiene gracias a la protesta que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), colectivo al que pertenece, montó ayer en la oficina bancaria que gestiona su hipoteca, sita en Alaquàs.

Un centenar de activistas se plantó en la sucursal a primera hora de la mañana y la paralizó al ingresar «un céntimo solidario en las 136 ONG» con las que colabora el banco, según explicó la portavoz de la protesta, Gema Palomo. Pasadas las 12.30 horas, Bankia, entidad que concedió la hipoteca a Mª Carmen, había accedido a reestructurar su deuda.

Piso pagado y casa nueva

La historia de Mª Carmen es, como tantas otras, la historia de un desconocimiento financiero y una confianza ciega en el asesor bancario de su sucursal. Con un piso ya pagado, ella y su marido decidieron comprar en enero de 2006 una planta baja en Alaquàs para «poder construir en un futuro» una vivienda para sus hijos, que entonces ya estaban en paro.

Al pedir el crédito, «el banco nos hizo una hipoteca puente» que englobaba los dos domicilios: el que ya tenían pagado y el nuevo. Dos años después, empezaron los problemas. «Al principio abonábamos 500 euros porque no queríamos ni podíamos pagar más „cuenta Mª Carmen„ pero, cuando el Euribor subió, la hipoteca se disparó» hasta llegar a exigir «2.150 euros al mes», una cantidad «inasumible» porque «prácticamente era el dinero que entraba en casa».

Para afrontar las letras, decidieron emplear los 18.000 euros que tenían «de colchón». Apenas les duraron unos meses. Cuando se quedaron sin ahorros, empezaron a pedir créditos de 6.000 euros en otra entidad «para pagar la hipoteca hasta que remontase la economía y la situación mejorase». Pero no lo hizo. Todo lo contrario: en 2010 su marido se quedó en paro y ella fue un día tras otro a Bankia hasta que aceptaron ampliarle la hipoteca en 25.000 euros.

Meses más tarde, se extinguió la prestación por desempleo y la familia tuvo que sobrevivir (pagos hipotecarios incluidos) con los 670 euros que ganaba ella. Fue entonces cuando negociaron de nuevo con el banco otra ampliación de 15.000 euros que, ya en abril de 2013, cuando Mª Carmen perdió su empleo, resultó insuficiente para mantener las letras al día.