Son proyectiles de casi cien antigüedad, algunos con el detonador aún colocado porque nunca llegaron a explotar, deteriorados y expuestos a las inclemencias del tiempo y los efectos devastadores de la oxidación desde hace decenios, por lo que son auténticas bombas de relojería, con más capacidad de matar hoy que cuando fueron lanzadas en los años de la Guerra Civil española. «Son muy peligrosas porque se han vuelto absolutamente inestables y pueden estallar al más mínimo movimiento», explica un experto en explosivos del Ministerio del Interior, que tiene muy claro cómo se ha de proceder cuando alguien se tope con una de esas antiguas bombas, ya sea en el monte o en el armario de la casa del abuelo que se va a poner a la venta: «¡No tocar, no mover y sobre todo, nunca, nunca, trasladar ni transportar!».

Coleccionistas

«Es una imprudencia -insiste la misma fuente-. Para empezar, por el peligro que entraña para la persona que la manipula o que la carga en el coche y para continuar, porque si llega a explotar y lo hace en el monte, los daños, en principio, van a ser mucho menores que si esa explosión se produce en una ciudad».

Los últimos dos casos que han trascendido han sido protagonizados por personas que habían ido a pasar el día en el monte, en ambas ocasiones en Teruel, y que cogieron sendos proyectiles y los transportaron hasta sus domicilios, en Massamagrell y Llíria, para entregarlos a la Guardia Civil. En otros casos, se trata de coleccionistas que atesoran vestigios de la guerra y nunca llegan a decirlo. En cualquier caso, el peligro es más que real.

En noviembre de 2014, un agricultor murió al estallar un artefacto de la Guerra Civil que un chatarrero había encontrado en la basura y depositado en su campo de cultivo. El hombre llamó a la Guardia Civil, pero no pudo evitar la tentación de manipular la granada, que estalló matándolo en el acto.