Debió escribirse hace muchos, muchos años, pero se lee con bastante claridad. Es una inscripción en latín que reproduce una cita del Antiguo Testamento. En concreto, del Libro de la Sabiduría, el libro que habla del destino humano, tanto de los justos como de los impíos. «Illi autem sunt in pace». Es decir, «pero ellos (los muertos) están en paz». La frase se lee, a modo de bienvenida, mientras uno desciende la escalera de trece peldaños que se abre en el suelo de del templo y que conduce a la cripta de la iglesia de los Santos Juanes de Puçol. La iglesia se construyó entre 1588 y 1607, con donativos y limosnas de los 400 vecinos que por entonces tenía la localidad. La cripta alcanza casi hasta la mitad de la nave central: en total 10 metros, contando los escalones y la cripta, que mide 4 de ancho y 3 de alto en el centro de la nave de cañón que la cubre. Hasta que en 1784 Carlos III obligó a enterrar a todos los muertos en cementerios apartados de la población, la cripta fue el lugar donde se enterraba a los «puçolencs» que podían costearse un nicho en este lugar privilegiado.

La cripta quedó cerrada hasta que en 1898 se realizaron las obras de remodelación del piso de la iglesia. Por aquel entonces, un niño llamado Paco Roca entró en ese lugar subterráneo y vio que al final de la cripta había un altar y un retablo con un Cristo en una cruz de color oscuro. Ese niño acabaría siendo el cronista local de Puçol y quien, por primera vez, rescató por escrito la memoria de aquel lugar. Pero acabadas las obras, el nuevo suelo de la iglesia volvió a ocultar el acceso a la cripta hasta la Guerra Civil, cuando un grupo de vecinos decidió crear un refugio antiaéreo construyendo dos túneles en paralelo al lado sur, partiendo de un agujero excavado en mitad de la escalera. El primero de los túneles, de 40 metros, iba en dirección este y, presumiblemente, alcanzaba el antiguo Palacio Arzobispal (que fue demolido en 1967).

El otro túnel iba en dirección oeste y, una vez superada la fachada de la iglesia, se desviaba hacia el norte. Este segundo túnel finaliza hoy a los 23 metros, pero en su momento medía más. Tras la guerra quedó tapiado, pero un camión se hundió en los años 80 frente a la iglesia y permitió a muchos recordar que seguía allí. Pero poco más: el consistorio o la parroquia de la época colocó unas vallas a ambos lados el agujero y lo rellenó con escombros. No se preocuparon ni en recoger los restos de la obra y hoy, en el túnel, sigue habiendo un cono ochentero de señalización.

La excavación de estos refugios originó una gran cantidad de tierra y sus constructores decidieron deshacerse de ella depositándola en la propia cripta hasta cubrirla hasta el techo. Por ello, de la cripta no volvió a saberse nada hasta que en 1998 el ayuntamiento restauró la muralla del jardín botánico y el exterior de la iglesia de los Santos Juanes. Aprovechando que la puerta principal del templo estaba cubierta con andamios, el vicario y unos vecinos intentaron localizar la entrada de la cripta, cuya existencia se recordaba en los escritos del cronista Roca pero que permanecía olvidada y sin señalizar. Pronto encontraron la estrecha entrada, el agujero que daba a los túneles de la guerra y los trece peldaños, pero estos finalizaban en un muro de tierra que llegaba hasta el techo. Ni un pequeño resquicio al que asomarse para reconocer el interior.

«Después de plantearlo varias veces sin conseguir autorización, a principios del año 2000 entramos acompañados de Concha, una arqueóloga de la población; abrimos la cripta y empezamos a sacar poco a poco la tierra, los domingos por la tarde, y la llevábamos a un campo metida en sacos. Estuvimos varios meses trabajando, pero la gente se cansó y dejamos de hacerlo cuando llegó el verano „recuerda José Mª Esteve, que desde principios de siglo ha estado en todas las visitas que se han realizado a la cripta„ No se sabía lo profunda que era, ni lo ancha, ni que había nichos? Todo lo que ahora se puede ver se debe a aquellas excursiones de los Juniors para sacar tierra».

Fue una excavación incompleta, pero gracias a aquello se supo la anchura y altura de la cripta, y también que hay tres capas que la rellenan: una de escombros (los que sobraron en la restauración del suelo a finales del XIX); la segunda capa de ladrillos (embellecedores de la bóveda de la propia cripta, que debieron caerse a principios del siglo XX); y la tercera corresponde a la tierra roja y limpia que cubre hasta el techo y que procede de los túneles construidos durante la Guerra Civil. Antes de abandonar la excavación, los Juniors hicieron un túnel de apenas medio metro de ancho y otro tanto de alto pegado al techo que permitió comprobar que, tal como había descrito el cronista Paco Roca, al fondo de la cripta seguía existiendo aquel retablo con un Cristo sobre una cruz muy oscura.

Durante años la cripta volvió a quedar en el olvido, hasta que con la llegada del actual párroco Ismael Ortiz, sumado al interés por la historia y el patrimonio local de un grupo de vecinos que ahora se han constituido como la asociación Puçol Memoria Viva, y el apoyo del ayuntamiento, se quiere volver a poner en valor este rincón subterráneo de la historia del pueblo, retirando toda la tierra que aún queda allí y, quien sabe, sacando a la luz viejos restos enterrados que pueden ayudar a releer el pasado de los «puçolencs». «Quizá saquearon la cripta en la guerra antes de llenarla de tierra, o quizá ocultaron allí para protegerlas algunas de las piezas y obras sagradas que en teoría se quemaron durante la contienda», apunta un miembro de la asociación.

Una visita de novela

Tras una primera visita en octubre de 2015, el pasado 12 de febrero entraron en la cripta el sacerdote Ismael Ortiz y cinco componentes de Puçol Memoria Viva, para seguir documentando el interior y buscar apoyos, tanto institucionales como privados, que permitan convertirla en un lugar visitable. El párroco ve compatible que, una vez recuperada la cripta, «lo que fue hace siglos lugar de enterramientos pueda ser un espacio visitable y un lugar de oración que podría incluir un columbario en el que guardar las urnas con las cenizas de los familiares fallecidos». Por su parte, José Mª Esteve (que ha coordinado todas las entradas a la cripta desde el año 2000) propone «limpiarla, catalogarlo todo, adaptarla y poner un horario de visitas compatible con los horarios de misas».

Para Manel Alonso, miembro de Puçol Memoria Viva, la del pasado domingo fue una visita muy especial. En 1992 escribió la novela «La maledicció del silenci» en la que narraba cómo un grupo de niños entraba a través del Palacio Arzobispal en los túneles que atraviesan el casco antiguo de Puçol. Veinticinco años después, Manel hizo realidad ese relato soñado y entró en los túneles.