Por allí solo pasan ocho trenes al día. Cuatro hacia València y otros cuatro a Cuenca. Es el apeadero de Siete Aguas. Al otro lado de la vía, el edificio de la antigua estación agoniza con sus puertas cerradas con una cadena y un candado. Son las 10.33 de la mañana y ningún vecino de este municipio de la Hoya ha acudido a coger el tren de la línea C-3 -también hace parada allí el regional de la línea València-Cuenca-Madrid- que pasa a esa hora en sentido hacia el cap i casal.

Solo el sonido automático de unos altavoces deteriorados por el devenir del tiempo que avisan del peligro de aproximarse a los raíles y el del paso de los vehículos por la A-3, muy cercana a la vía, rompen con el sosiego que otorga el canto melódico de los pájaros y el tenue vibrar de la vegetación a causa del viento. Poco antes de llegar el ferrocarril, un conejo cruza apresurado las vías. Sí, un conejo, ningún usuario. El tren se detiene y se asoma el revisor para ver si sube alguien. En caso de que hubiera algún usuario, éste debería comprar el billete dentro del ferrocarril porque no hay máquina expendedora fuera. El revisor confirma que nadie va a subir, y prosigue con su camino hacia València.

Sin embargo, hace tan solo dos décadas, donde ahora nadie sube al tren, lo hacían alrededor de un centenar de personas al día, según relata su alcalde, Santiago Mas. «En 20 años hemos pasado de unos cien viajeros a siete u ocho en todo el día», detalla. El alcalde justifica ese descenso en el empeoramiento del servicio, sobre todo en cuanto a la frecuencia, algo en lo que coinciden algunos vecinos del pueblo. «Si hubiera más trenes, tal vez lo usaría más gente», advierte Iván, un vecino de origen búlgaro que regenta un bar en el pueblo. «Antes había mucho más servicio y se usaba más, pero la gente ahora prefiere usar el autobús, que te deja aquí en el cuartel y llega antes -hora y media tarda el tren hasta València-», añade Víctor, un hombre que con el tiempo dejó de ser usuario de esta línea ferroviaria.

Si los pasajeros de la línea València-Madrid-Cuenca de todos los municipios por los que transcurre tienen unas quejas comunes basadas en la frecuencia, el tiempo del trayecto o el desgaste de la infraestructura, los de Siete Aguas tienen otras añadidas: la ubicación del apeadero y su estación.

El lugar donde se coge el tren está a poco más de 2 kilómetros del casco urbano del municipio. «Veinte minutos andando no te los quita nadie», asevera Víctor. Para llegar hasta allí, los usuarios deben ir por una carretera, sin luz por la noche, con el consiguiente peligro de atropello. Ante ello, el ayuntamiento pone a disposición de los vecinos una furgoneta que baja de tres a cuatro veces al día. «Si hubiera más frecuencia, el ayuntamiento no tendría problemas en mandar más veces la furgoneta», promete Mas. Pero «hay veces que te deja el tren y ya es de noche y no está la furgoneta. Entonces lo mejor es ir a la gasolinera y esperar a que te suba alguien desde allí con el coche», confiesa Víctor.

Y, además, las condiciones en las que se encuentra el apeadero no son las más idóneas. «No tiene ningún sitio para resguardarse del frío. Si tienes que esperar al tren te encuentras a la intemperie», critica Mas. Pese a las dificultades, el alcalde no ceja en su empeño en lograr las mejoras suficientes para que el servicio de Renfe vuelva a ser adecuado y acudirá mañana lunes a la reivindicación de inversiones que llevarán a cabo los alcaldes de los municipios de la C-3 en la Estación del Norte de València. El objetivo: que la estación de Siete Aguas no caiga en el abandono a la que la han forzado.