T. P. F., Valencia

Cuando se han cumplido los setenta años los recuerdos de la vida aparecen como una película sobre cliché rayado de tiempo. Solamente algunos mantienen la fuerza del color que imprimieron épocas, días, horas, segundos que consideramos decisivos. En 1981, J. F. F. era teniente coronel del Estado Mayor. Destinado en la Capitanía General de Valencia fue testigo de una jornada que empezó como cualquiera, sentándose tras su mesa, pensando que había culminado la Operación Miguelete, consistente en calcular el tiempo necesario para que todas las unidades estuvieran operativas.

-¿No le sorprendió esa operación que tendía al control u ocupación militar de Valencia?

-Esa percepción de la ciudadanía es bastante injusta. El Ejército es una organización con una burocracia proporcional a su complejidad pero ningún militar se siente burócrata. Todos ingresamos en el Ejército pensando en defender a nuestra Patria hasta dar nuestra vida y colaboramos con la sociedad siempre que nuestra intervención sea conveniente. En el caso de catástrofes, aportamos personal y material, y el servicio militar fue decisivo para que muchos jóvenes aprendieran a leer y escribir, a saber obedecer, a acatar responsabilidades, lo que luego les ayudó a afrontar la vida. Un bombero no deja de serlo porque no haya incendios ni un arquitecto porque no haya obra. Nosotros somos militares las veinticuatro horas del día. La Operación Miguelete era un entrenamiento, como una de las maniobras que llevamos a cabo, porque siempre hemos de estar preparados.

-En la calle se escuchaba cierto ruido de sables.

-En el Ejército teníamos dos grandes preocupaciones. El Ejército español es, precisamente, eso, español, y las autonomías significaban una amenaza a esa unidad. La segunda, el terrorismo, que se cebaba especialmente en nuestros compañeros. Nuestro sentido de la disciplina no impide que afloren los sentimientos y queríamos que se recondujera la política.

-¿Y que pasó el 23-F?

-A primera hora de la mañana el 2° Jefe de Estado Mayor, el coronel Diego Ibañez Inglés, nos convocó a una reunión para informarnos que esa misma tarde iban a producirse hechos graves para los que teníamos que estar preparados. No dijo, ni contestó, sobre la naturaleza de tales hechos, pero tuve la certeza de que se preparaba algún atentado que reclamaría nuestra intervención. Le formulé dos preguntas: Si iba a ser una situación general y si el Rey intervendría. A la primera contestó con un escueto: "Sí", y a la segunda: "Es conocedor".

-¿Y no tenían la menor idea de lo que se preparaba?

-En absoluto; hasta el punto de que yo, y creo que alguno más, volví a mi casa para recoger la pistola que ni siquiera llevaba conmigo. Creo que nadie pensó en el proceso de investidura de Calvo Sotelo, sino en una serie de atentados y era lógico que el Rey lo conociera e incluso él mismo, o el general Armada, que era un gran amigo del capitán general Milans del Bosch, se lo hubiera contado a éste. Lo que me sorprendió es se requiriese la presencia del Jefe del Cesid, Pepe Vellés, y al llegar se le aislase y se controlasen sus movimientos. Es decir, se le incomunicó.

-Hasta el golpe de Estado.

-Aún ahora me cuesta calificarlo con esas palabras porque creíamos en la necesidad de un cambio en la política gubernamental, y no en una sustitución del poder civil por el militar. Supimos cuales eran los hechos graves que se nos habían anunciado porque los vimos en la televisión y tuvimos que esforzarnos para identificar al teniente coronel Tejero y a los guardias que le acompañaban. En ese momento se impartieron órdenes de distribuir un bando redactado por el capitán general e inspirado en otro anterior de general Mola, para que se leyera inmediatamente en los medios audiovisuales y se insertara el día 24 en primera página de los diarios.

-¿Y si se negaban los medios a obedecer?

-Las órdenes fueron tajantes: a toda costa, a costa de lo que fuera; no había duda de lo que esto significaba.

-¿El empleo de las armas?

- Sí; pero habíamos escuchado de Milans del Bosch que no habría derramamiento de sangre y nos aferramos a sus palabras para convenir que no haríamos uso de ellas. Afortunadamente, hubo serias reticencias, pero resistencias ninguna; Juan Carlos, el director de Radio Nacional, dijo que ya esperaba algo así. Entró con el bando en la cabina del locutor, un señor de pelo canoso, cuyos movimientos de cabeza revelaban su negativa a leerlo y Juan Carlos salió para decir que se leyese por los propios militares, pero las órdenes eran controlar que se leía a través del transmisor que llevaban los soldados. Se respiraba una gran tensión ya que desde que se cortaron las comunicaciones con el Congreso nadie sabía exactamente lo que estaba pasando aunque a esas horas ya estábamos convencidos de que se trataba de un ejercicio para reconducir la acción política.

-¿Y después?

-Las calles ya estaban colapsadas, el tráfico era intenso, y los tanques habían salido con la Santabárbara (depósito de munición) a tope. En capitanía, los teléfonos sonaban con insistencia, desde otras capitanías que solicitaba información o querían que les mandásemos el bando. El capitán general estaba muy inquieto porque desconfiaba de la capacidad de Tejero, y habían llegado muchas personas que se ponían a su servicio.

-¿Personas conocidas?

-Yo conocía a algunas; El gobernador civil Fernández del Río, el propietario de Las Provincias Sr. Reina, y el rector de la Universitat, quien me dijo que él y la Universitat estaban con Milans del Bosch. Temo que este último no supiera de que iba porque fue uno de los que encabezó la manifestación convocada posteriormente y pronunció un parlamento.

-Aquello sería un caos.

-En una capitanía no se produce el caos, pero ocurre lo más parecido que es la absoluta disciplina en un ambiente parcialmente exógeno y una total expectativa que, en mi caso se trasformó en estupor cuando recibí la llamada de un compañero que prestaba servicio en la Casa militar del Rey, y me preguntó "¿Pero se puede saber que está pasando en Valencia?" Mi respuesta fue convencida y contundente. Que te lo diga S.M. Respondió que el Rey solo sabía lo que le había contando Fernández Cuesta y poco más, que para evitar que la Acorazada de Brunete saliera a la calle se había hecho ir desde Galicia al general Torres Rojas y que Milans del Bosch no se le ponía al teléfono. Entonces, ya con una cierta perspectiva, empecé a comprender que nada era lo que era parecía y no dudé de que el general Armada era la autoridad militar anunciada y él había arrastrado a Milans del Bosch que, siendo un monárquico convencido, jamás hubiera participado en contra de la voluntad del Rey, lo que me confirmó la llegada del General Caruana, Gobernador Militar, que en pie frente a la mesa del Capitán General le dijo: "Gabeiras [Jefe de la Junta de Estado Mayor] me ha ordenado que te detenga". Milans del Bosch se puso en pie, apoyó las manos sobre la mesa y señaló la pistola que tenía sobre ella, "Si quieres inténtalo". El general Caruana demostró en ese momento su temple y caballerosidad: "Las cosas no se hacen así. Vamos a hablar tú y yo". Todo acabó cuando el propio Monarca habló con Milans del Bosch y es difícil olvidar la expresión de un hombre que acataba las órdenes de Rey consciente del alto precio que pagaría.

-En su opinión, ¿cuál fue la causa del fracaso?

-Son muchas y todas ellas complejas. Fue todo demasiado hermético pero me consta que, de haberse sabido con anterioridad, el capitán general Milans del Bosch hubiera tenido la adhesión de otras capitanías. En realidad, jamás sabremos cuál fue la estrategia concebida. Los únicos que aún viven y la conocen, Tejero y Armada, nunca la revelarán.

-Ambos tienen una deuda con la historia.

-Creo que la consideran saldada con las consecuencias personales.

-Es cierto que no se derramó sangre pero ¿hubo algún momento en que pudo producirse?

- Sí, lo hubo. Nunca se ha contado pero lo hubo. La situación de Tejero en el Congreso debió llegar a ser desesperada porque se quedó absolutamente sólo y después de varias horas de espera debió creer que tenía que hacer algo por si mismo. Como saben, había varios altos cargos del Gobierno y del Congreso custodiados en una sala aparte y, en un momento dado, según contaron, se ordenó a un oficial que los eliminase. Pero eliminar a esas personas se presentaba como algo tan grave que sembró su duda y se decidió esperar. Por suerte, en muy poco tiempo acabó todo. No debo decir su nombre porque no tengo su consentimiento.

-Unos meses después, usted fue acusado de participar en el fallido golpe de los coroneles del 27 de octubre del 82, previsto para la jornada de reflexión de las Elecciones Generales.

- Efectivamente. Yo era amigo del hermano del coronel Crespo Cuspineras y no me extrañó que me llamase diciéndome que iba a pasar por Valencia y le gustaría que comiéramos juntos. Quedamos en el restaurante El Barco, de la Pobla de Farnals, y durante la comida me habló de las mismas inquietudes que, como he dicho, eran causa de descontento en el Ejército. Después de lo vivido, le dije que ya lo había pasado bastante mal y prefería no volver a pensar en ello. Por supuesto, ni explícita ni tácitamente hizo la mínima referencia a cualquier tipo de acción. El tribunal que le instruyó la causa me llamó a declarar y al preguntarme si había comido con él en Valencia, hice una reserva mental y lo negué. No habíamos comido en Valencia sino en la Pobla de Farnals. ¿Por qué lo negué? Porque conocía sus problemas y no quería incrementarlos induciendo a que el tribunal creyera que habíamos conspirado, porque no era así. Me procesaron, sufrí prisión varios meses hasta que, celebrado el juicio, fui absuelto. Fueron los peores días de mi vida.

-Aquella etapa debe de ser un mal recuerdo para usted.

-En absoluto. Amo mi carrera. Siempre fui y sigo siendo un militar, estuve donde debía y actué conforme a los principios castrenses. Sentía un respeto y afecto en grado sumo hacia el capitán general Milans del Bosch que no ha menoscabado el tiempo porque sé que él hizo lo que consideró un deber, sin el menor atisbo de ambición personal.

-¿Se considera usted una víctima del 23-F?

-Cuando tantos compañeros y amigos y tantos otros perdieron la vida, la palabra víctima es un honor que no me puedo atribuir. He sufrido y lo sigo haciendo. Como he dicho antes, un militar está dispuesto a dar la vida. Para lo que no estamos preparados es para que se ponga en tela de juicio nuestra honorabilidad. Si respondo a las preguntas es porque creo que hay que poner un punto final. El Ejército no es una amenaza, sino una garantía.