Voro Contreras

"En este campo, silencio absoluto, sol mediterráneo, olor a flores. Parece que no ocurre nada en el mundo". Un 20 de mayo de 1937 el presidente de la República, Manuel Azaña, describía así el ambiente de la Pobleta. Por supuesto, en el mundo sí ocurrían cosas, y en España, entre otras, una Guerra Civil. Pero cuand0 uno visita un lugar como la Pobleta -en pleno corazón de la Calderona, bajo el cobijo de los riscos de Rebalsadors y muy cerca de la cartuja de Portaceli-, es fácil entender esa sensación de tranquilidad y evasión que tenía Azaña a pesar de los tiempos convulsos que le tocó vivir.

Pero la Pobleta ha sido y es mucho más que el refugio de Azaña cuando la guerra le obligó a dejar Madrid, y después Barcelona, para instalarse con su gobierno en Valencia. Este recinto -una gran casona, una ermita, corrales, caballerizas, paseos, laberintos, campos tomados por la maleza, una gran balsa de riego y un depósito de aguas de diseño modernista- fue primero un poblado moro. Hasta no hace mucho, los perros de los actuales dueños solían aparecer con grandes huesos en la boca que bien podrían haber sacado de algún enterramiento medieval.

En la escalera que lleva a las habitaciones de la casa, entre pinturas y escudos de armas, cuelga un cuadro en el que aparecen nombrados los distintos dueños que ha tenido el lugar desde que el rey Jaume I entró en Valencia y le concedió este valle de Lullen -en el actual término de Serra- a su caballero Gil de Rada. Éste le cedió el dominio a Ximen Pérez de Arenós, y sus herederos se lo vendieron en 1272 a Fray Andrés Albalat, confesor del Conqueridor y fundador de la cartuja de Portaceli, a la que irremediablemente está unida la historia de la Pobleta. Según una placa de mármol colgada en la planta baja del inmueble, en 1353 Fray Guillem Reig -prior de Portaceli- construyó en la aldea repoblada con cristianos viejos la casona de la Pobleta sobre un antiguo caserío, y la ermita de santa Margarita donde estaba la mezquita.

Son estos los únicos edificios originales que siguen en pie, aunque transformados por los siglos, y a los que ha tenido acceso Levante-EMV. Las pocas familias que vivían en la Pobleta se dedicaban a cultivar la tierra de los cartujos en régimen de vasallaje, pero en 1478 fueron expulsados para evitar distracciones a los monjes durante sus paseos. En 1820 los cartujos vendieron la Pobleta, la recuperaron poco después y la perdieron en la desamortización de 1835 cuando Portaceli y sus dominios pasaron a manos de Vicente Bertrán de Lis, comerciante, político liberal y banquero de la Casa Real.

Los problemas con Hacienda de uno de sus descendientes llevaron al Estado a embargarle el antiguo priorato, y la Pobleta pasó a manos de Lino Alberto Reig en 1872. Según se desprende de la placa de mármol que refiere el origen de la casona, fue él quien construyó el actual edificio sobre el antiguo caserío pero conservó intactos sus muros originales. Y, por último, en 1926 la compró José Noguera, empresario y miembro de otra conocida familia de la burguesía valenciana, que volvió a reformar la Pobleta hasta dejarla casi con el mismo aspecto, y el mismo mobiliario, con el que ahora la conservan sus descendientes.

Y así la encontró Manuel Azaña, cuando tras los Sucesos de Mayo de 1937, se trasladó de Barcelona a la capital del Túria y se instaló allí. "El clima es aquí más agradable que en Valencia, aunque la distancia es corta y la altura no es mucho mayor -cuenta en su dietario "Cuadernos de la Pobleta"-. Pero se vive en seco, quiero decir, fuera del vaho caliente e irrespirable de la Albufera y lejos de los estruendos de la capital".

Bien comunicado

Además de tranquilidad, buen clima y caminos y bosques por los que pasear, la Pobleta ofrecía al jefe de un estado en guerra un magnífico refugio. Estaba bien comunicada con la entonces capital del Gobierno republicano y del aeródromo de Manises; la frondosidad de los árboles daba un correcto camuflaje antiaéreo; y cerca de allí, en Nàquera, Serra y Bétera, vivían los principales integrantes de su gobierno, como el presidente Juan Negrín o el ministro de Defensa, Indalencio Prieto.

El 29 de octubre Azaña firmó el decreto que ordenaba el traslado del gobierno a Barcelona, abandonando así su refugio en la Calderona. Hoy la Pobleta vuelve a ser un lugar de descanso, una propiedad privada colgada en el tiempo, como si por ella no pasasen los siglos.