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El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, anduvo ayer más que nunca en estos seis meses. Feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, llegó a pie hasta el Palau de la Generalitat sobre las 14 horas. Allí le esperaban para abrazarle la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, su fiel escudero durante el casi medio año que ha durado la "pesadilla" Gürtel, y prácticamente el Ejecutivo valenciano en pleno.

Sonriente como desde hace tiempo no se le veía, Camps no rehuyó a los medios de comunicación que se encontraban esperándole en la puerta de la Generalitat, a los que aseguró, según recoge la agencia Eurpa Press, que se encontraba "muy contento" por el sobreseimiento de la causa abierta por un supuesto delito de cohecho contra él y los otros tres imputados en el proceso judicial en el que se investiga la trama valenciana del caso Gürtel.

Dentro le aguardaba la alcaldesa de Valencia, además de algunos de sus consellers, que se habían ido concentrando a partir las 12.30 horas, cuando se conoció la decisión del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de la Comunitat Valenciana.

"Seguir trabajando"

Poco después, en una declaración institucional realizada en el mismo Palau, Camps dijo que su "obligación, convicción y compromiso" adquirido con la Comunitat Valenciana y con España le harán seguir trabajando ahora "y en los próximos años" por la prosperidad del pueblo valenciano y por los españoles.

También mostró su "respeto" por la decisión judicial y expresó su "agradecimiento a todas las personas que estos meses"han estado a su lado, "tanto en la C. Valenciana como en toda España".

Camps, que ayer carecía de agenda oficial, salió del Palau sobre las cuatro de la tarde, acompañado por Barberá. Ambos, en compañía del vicepresidente tercero del Consell, Juan Cotino, otra de las personas que más ha arropado al presidente en los peores momentos de su carrera, comieron en un céntrico hotel de la plaza Rodrigo Botet.

Más de 120 minutos después, a las 18.20 horas, Camps abandonaba el restaurante con la sonrisa dibujada en la cara y la corbata azul plegada en la mano, departía distendidamente con unos inmigrantes subsaharianos que pasaban por allí, e incluso tenía tiempo de comentar a Levante-EMV un feliz "Por fin acabó todo".

Luego, enfilaba a pie la calle Poeta Querol, seguido discretamente por su guardaespaldas, dispuesto a perderse en el calor de este tórrido agosto como un ciudadano más.