En la política, como en cualquier otra faceta de la vida, se consume moda. Por ejemplo, hace unos años cualquier asesor de peda-nías tenía la obligación de hablar de Anthony Giddens y su intento de renovación de la socialdemocracia con la llamada Tercera Vía. Más recientemente, el libro de bolsillo de George Lakoff No pienses en elefante alcanzó gran fama en el sector. Esa sería la electrónica sencilla en la estrategia política. Para la más sofisticada se precisan másters. Pero suele ocurrir que la mecánica es más segura que la electrónica. Quizás por ello el PP y el Consell optaron hace años por una de las estrategias más sencillas y con fiabilidad probada en gobiernos de todos los colores y países de todas las latitudes: la que consiste en arrogarse la exclusiva del sentimiento patriótico -la valencianía- y convertir al jefe político en icono del patrimonio identitario.

Sentados esos principios, se criminaliza a cualquiera que ose criticar algún elemento del campo semántico de la patria y se reputa al crítico de traidor. Una perfecta metonimia política: la parte (el presidente Camps y el PP) se toma como el todo (la Comunitat Valenciana y sus intereses). Igual que Jordi Pujol era Cataluña o Manuel Chaves, Andalucía, Camps y el PP son la Comunitat Valenciana.

El caso Gürtel es el penúltimo ejemplo. El último, la estrategia de cuestionar la "valencianidad" de la secretaria de organización del PSOE, Leire Pajín, aspirante a ocupar la plaza de senadora territorial por la Comunitat Valenciana. El portavoz adjunto del PP en las Corts, Rafael Maluenda, explicaba la intención de su partido de someter a Pajín a un examen de valencianía en el que se le formularían preguntas sobre el trasvase del Ebro, la falta de inversiones del Gobierno central, si el catalán y valenciano son la misma lengua, "la denominación" de la Comunitat Valenciana y "un sinfín de cuestiones que afectan directamente a los valencianos". Algo así como un test para discernir si el RH es compatible con la defensa de los intereses valencianos.

Dicho en palabras del conseller Rafael Blasco, saber si sufre la "valencianofobia". Para el conseller jefe de estrategia, el maltrato que según el Consell ha dado el Gobierno a la Comunitat Valenciana en el nuevo sistema de financiación -recibirá 1.300 millones de euros más pero sigue en la cola en dinero per cápita-es una demostración de ese odio a lo valenciano. Un modelo que, además, fue pactado con el Govern catalán y Esquerra Republicana de Catalunya, lo cual dio pie a aventar el anticatalanismo, otro de los tótems de la derecha valenciana. El propio presidente Camps aprovechó su primera comparecencia en las Corts por el caso Gürtel para lanzar proclamas en defensa de la idiosincrasia propia del valenciano. El PP y Camps han querido blindarse con la Senyera cuando se han sentido acorralados por el caso de los regalos de trajes por parte de la trama corrupta liderada por Correa. En el penúltimo pleno de control parlamentario, el presidente llegó a acusar a Zapatero y al frente de la conspiración Gürtel de querer detener a Valencia. "El tío pesado de Zapatero quiere parar a la Comunitat Valenciana, pero no lo vamos a consentir", proclamó el jefe del Consell días antes.

El trasvase fue el primer síntoma

Tanto Blasco como la vicesecretaria de comunicación, Marta Torrado, han insistido en que las filtraciones periodísticas de este caso respondían siempre a una campaña orquestada de persecución al PP valenciano y a Camps fruto de esa valencianofobia. Como el PSOE no puede ganar en las urnas, acosa al presidente y a los valencianos, que, conscientes de ese juego sucio, pasaron factura en las europeas, argumentan.

El odio a la Comunitat Valenciana empezó a manifestarse, según los populares, cuando Zapatero derogó el trasvase del Ebro previsto en el Plan Hidrológico Nacional (PHN), una de las primeras decisiones del Ejecutivo socialista. Parecía un achaque pasajero, pero, para el PP, resultó ser una alergia crónica a la Comunitat Valenciana.

El PSPV se queda con las ganas de ver gestos

Verdad absoluta, a medias, o leyenda urbana alimentada por el megáfono propagandista del Consell, el caso es que los socialistas valencianos nunca han estado precisamente encantados con el trato que el Gobierno central ha dado a la Comunitat Valenciana, al menos en el capítulo de los gestos. Que en política es decir mucho. El ex secretario general del PSPV Ignasi Pla se quedó esperando a que Zapatero visitara la Copa del América, igual que el actual, Jorge Alarte, echó en falta que el presidente viniera a las Fallas o la vicepresidenta De la Vega, se dejara ver en el balcón del ayuntamiento.