­Si como sostenía Josep Pla, la patria llega hasta donde uno dice bon dia y le responden bon dia, la ciudad de Valencia queda en tierra de nadie. El 90% de vecinos del cap i casal habla «poco o nada» en valenciano, según una encuesta de 2006. Es decir, diez puntos porcentuales menos que en 1993. La regresión de la lengua en la capital política, económica y cultural de la Comunitat Valenciana es alarmante. Para frenarla, un ejército de voluntarios alistados por Escola Valenciana se puso en pie de guerra en 2005 y creó las parejas lingüísticas: una persona valencianohablante que dedica una hora semanal a conversar en valenciano con otra persona interesada en practicar la lengua autóctona. La iniciativa ha fructificado y esta semana se ha formado la pareja lingüística número 1.000 en Valencia capital.

La historia es de manual. Lola Moreno, de 22 años, nació en Elda, un islote lingüístico del español en pleno Vinalopó Mitjà. El valenciano fue erosionado allí por la inmigración castellanomanchega que durante el siglo XX acudió a Elda atraída por la pujante industria del calzado. Los padres de Lola, de hecho, son albaceteños. Ella no hablaba en valenciano ni en casa ni con los amigos ni en el colegio o el instituto. Sólo practicaba la lengua en la asignatura de valenciano.

Pero una profesora del instituto de Petrer «con espíritu reivindicativo» le contagió el año pasado el amor por la lengua. Y este año, al mudarse a Valencia para empezar la carrera de Filosofía, ha visto la ocasión perfecta para profundizar en su conocimiento. «Yo me apunto a un bombardeo, y cuando oí hablar a mi profesora de la situación del valenciano me dije: la lengua no puede morir. Y como, además, el saber no ocupa lugar, me he apuntado al voluntariado para aprender a hablar bien en valenciano», explica Lola en un valenciano aceptable en la plaza de Benimaclet.

Atentamente le escucha en este primer encuentro su pareja lingüística: Puri Garcia, de 24 años. Su caso también es de libro. Nació en la Xàtiva socarrada de Raimon, Botifarra y Feliu Ventura, uno de los pulmones del valenciano en ciudades de tamaño medio. Se crió en valenciano, ha vivido siempre en valenciano y asegura tener un «compromiso» con su lengua.

Después de licenciarse en Filología Hispánica, Puri ha obtenido una beca de investigación en la Universitat de València y hace apenas una semana que se ha instalado en la capital. Su experiencia previa se ha visto reforzada estos días: «Yo en Xàtiva lo hacía todo en valenciano. Pero he comprobado que en Valencia capital casi nadie habla en valenciano y tú te ves casi forzado a vivir en castellano, como si esto fuera Burgos o Albacete. Eso a mí me da lástima», dice. Por ello se ofreció a Escola Valenciana como voluntaria lingüística. «Si puedo contribuir a que otra persona tenga la oportunidad de expresarse mejor en valenciano en la capital, ¿por qué no hacerlo? Igual no le hubiera visto tanto sentido a ser voluntaria lingüística en la Llosa de Ranes, donde todo el mundo habla en valenciano, pero el contexto de la capital me ha empujado a colaborar», destaca Puri.

Lola espera aprender, aparte de la lengua, una cultura y unas tradiciones nuevas para ella. Puri le avanza que eso no le va a faltar. La piensa llevar a un trinquete a ver una partida de pilota valenciana, a un concierto de música moderna en valenciano y, si tiene oportunidad, a un recital de cant d´estil valencià. La excursión a Xàtiva para probar su arnadí es casi un peaje que le hará pagar a Lola.

La formación de la pareja número mil en Valencia capital consolida un programa que, como subraya su coordinador Vicent Moreno, «intenta conseguir que los valencianohablantes no se queden en valencianocallantes». Esa tendencia a la sustitución lingüística se impone con facilidad en el cap i casal, el medio más inhóspito para el valenciano en su propio territorio. «Con el voluntariado intentamos que la gente aprenda la lengua y la saque a la calle. Que la use de una forma normal. Y aunque la presión de la sociedad castellanohablante es muy fuerte en la ciudad de Valencia, que salga de casa con la voluntad de hablar todo el día en valenciano», afirma Moreno.

Para revitalizar la lengua en la capital, sin embargo, «con los valencianohablantes no tenemos bastante», agrega el coordinador del voluntariado. Hay que sumar a inmigrantes y españoles castellanohablantes que adopten el valenciano como lengua primera. Como ha hecho Yolanda Melero, de 29 años. Nació en Yecla, en la frontera de Murcia con Alicante, y contactó de niña con el valenciano gracias a los dibujos animados de Canal 9, especialmente Bola de Drac. En 1998 se fue a Valencia a estudiar Psicología y se instaló en la capital para trabajar. Yolanda considera que lleva ya demasiado tiempo en la ciudad para no hablar en valenciano y por ello se ha apuntado al voluntariado como aprendiz. «A mí me gusta el valenciano, y si lo hablo me da la sensación de que soy más de aquí, que estoy más integrada y no soy de fuera», explica.

Le está enseñando Ramón Martínez, empleado de Bancaixa y uno de los pocos héroes nacidos en la capital que lo usa como primera lengua. La adoptó en el instituto «para contribuir a que no se pierda», cuenta. Ramón, de 31 años, se ha enrolado en el voluntariado porque sabe que es «difícil» encontrar a alguien que hable la lengua de Ausiàs March en su ciudad. Él antes mantenía una postura de militancia activa: hablaba siempre en valenciano, aunque se dirigiesen a él en castellano. «Pero esa resistencia la he dejado ya porque cansa mucho y a veces te pone en situaciones desagradables», confiesa.

Con acento alemán

Quien sí mantiene una actitud combativa en su defensa idiomática es Elissa Ortega, de 22 años y estudiante de Filología Catalana. Ya fue voluntaria con un chico de Requena y ahora se ha fijado un nuevo reto: enseñarle valenciano a los extranjeros, que ya rozan el 17% de la población de la Comunitat. Su pareja lingüística es Vanessa Vehling, una alemana de 27 años que estudió Filología Románica y que reside en el cap i casal. Su valenciano es sorprendentemente bueno. Cuenta que estuvo dos años de Erasmus en Valencia y que nunca llegó a escuchar el valenciano en la capital más allá de los muros de la universidad o el metro. Eso, afirma esta lingüista alemana, le extrañó. Y como el valenciano no ha ido a

ella, Vanessa Vehling ha decidido ir a buscarlo. Se apuntó al voluntariado como aprendiz y, acompañada por Elissa, ya ha visitado el Centre Octubre de Cultura Contemporània y Ca Revolta para impregnarse de la lengua y su cultura. Afirma con orgullo que ya habla en valenciano con algunos amigos. Lo único que falta ahora es que algún día, al entrar en una pastelería de la calle Colón, su bon dia halle el eco por el que han trabajado ya mil voluntarios en el cap i casal: un simple y llano bon dia.