?Hubo un tiempo, que los más viejos del lugar recordarán, donde había un apriorismo que rezaba que el PSOE era una maquinaria electoral y partidista perfecta, invencible. Pero perdió y las cañas se tornaron lanzas en un abrir y cerrar de ojos: Joan Lerma se fugó a Madrid, acompañado de una importante cohorte, dejando a los suyos en el Parlamento autonómico más solos que la una, se pelearon congreso tras congreso por elegir secretario general/candidato a la Generalitat y, congreso tras congreso, elección tras elección, se los fueron cargando, casi sin darles tiempo a poner la foto de la familia en el despacho de la sede. Lo que están haciendo ahora con Alarte, verbigracia. En fin, que aquella máquina de ganar y cerrar filas que era el PSOE, y por extensión el PSPV, lleva dieciocho años perdiendo elecciones y convirtiendo sus congresos en espectáculos.

Después de la patética semana que ha vivido el PP en la Comunitat Valenciana, ése es el terror que atenaza en estos momentos a todos sus dirigentes, que no tienen pesadillas sólo con el antecedente de los socialistas sino que también recuerdan la disolución cual azucarillo de la UCD, devorada por la colisión de intereses, las guerras de familias y la guerra de zapa contínua de los barones. Las ojeras, a los del PP, les llegan ahora al suelo de no dormir.

Todo el PP es consciente en estos momentos de que los quince, veinte puntos que puedan darles de ventaja sobre los socialistas las encuestas pueden evaporarse en cuestión de semanas, con el agravante de que no tienen colchón después de haber devorado a Unión Valenciana: o da para mayoría absoluta, o nada, salvo que el bipartidismo más feroz se instale en el Parlamento autonómico como se asentó tras las últimas elecciones en los Ayuntamientos de Valencia y Alicante. También son conscientes de que no tienen gobierno pero, lo que es más grave, de que no tienen presidente. De que, por primera vez, no saben qué es peor: si que el presidente hable o que se calle, porque sus escasas intervenciones públicas, jamás donde tiene que hacerlas, resultan cada vez más extemporáneas. Todo el mundo percibe, encima, que la división del PP no sólo es real, sino que ya no es una cuestión de ripollistas y campsistas: cada uno juega su juego en esta partida, pero la división donde a estas alturas radica es en Madrid. Rajoy, con Camps. Cospedal, contra Camps. Y con Cospedal hay cada vez más pesos pesados (Esperanza Aguirre, Federico Trillo, Esteban González Pons haciendo de Esteban González Pons, Soraya Sáenz de Santamaría, Fraga, Feijoó, Basagoiti... y suma y sigue, aunque a cada uno le mueva un interés diferente), mientras que con Rajoy sólo está Javier Arenas y no se sabe por cuánto tiempo.

La engañifa de Camps a Génova, diciéndoles que había destituido a Costa en el comité regional , cuando lo que había hecho había sido pedir para él un aplauso, ha tenido en Madrid un efecto peor que el de los trajes, el "amiguito del alma" y el "te quiero un huevo". Ha dejado a Camps sin crédito. Él está políticamente muerto (encima, las lágrimas de Costa acentúan aún más de cara a la opinión pública la impresión de que Camps es un traidor: de que el pijo ahora es la víctima y el austero el verdugo) y, seamos serios, aquí de lo único que se discute ya es de cuándo hay que publicar la esquela y celebrar el funeral: Cospedal lo quiere de inmediato; según su teoría, cada día que pasa se pierden votos en una de las dos comunidades donde no cabe regalar ni uno. Mariano quiere aguantar, convencido, primero, de que si Camps cae a mediados de legislatura, por mucho que se busque un sustituto de fuste, el varapalo electoral luego va a ser inevitable, pero, segundo, persuadido hasta el tuétano de que, de todo lo que le dijo Camps en la comida secreta más publicitada de la historia, la del parador de Alarcón, hubo una cosa, una sola, que era cierta: "No te engañes Mariano, si caigo yo, caes tú".

El rey está desnudo. Como se escribió aquí hace algunas semanas, quemar el fusible de Costa dejaba a Camps a la intemperie. Y todo se va a concentrar en él, máxime cuando es imposible explicar de forma racional por qué él sigue y Costa está en la calle. ¿Qué hacer? De momento, se ha decidido que tomen, si no el mando, la manija, quienes tienen vara y presupuesto: en los próximos días habrá reuniones en las que Camps tendrá que oir a la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, a la de Valencia, Rita Barberá, y al de Castelló, Alberto Fabra. Ellos son, no sólo por convencimiento e instinto de supervivencia, sino por órdenes directas de Madrid, quienes van a formar el sanedrín que tome las riendas ante la falta de contacto con la realidad que aqueja al presidente.

Y con dos bases para empezar: primero, un cambio de arriba abajo en la política de comunicación, la peor, en opinión de ellos pero también de Génova, que se ha visto en treinta años de democracia. Segundo: la llamada a los tres presidentes provinciales, Carlos Fabra, Alfonso Rus y José JoaquínRipoll, para implicarlos en un cierre de filas general del partido, aún a costa de pactar con ellos no sólo sus continuidades, sino las de sus tropas. No queda otra. Esos son los dos niveles que quieren establecer: los alcaldes, campsistas por convencimiento o por interés, pero en todo caso con los vientos electorales a su favor, como primer círculo en el anillo de poder de un partido que, hoy por hoy, ha perdido su estructura (¿quién ha elegido al portavoz parlamentario? ¿Quién al secretario en funciones , el chico éste a quien tan mal le caen los judíos?). Y los presidentes de las diputaciones, ninguno de los cuales son elegidos en las urnas, pero cuyo poder con esta crisis es mayor que nunca y que son los que realmente tienen el control sobre la estructura local y provincial del PP, como segundo anillo, tan importante como el primero, con el que contar irremediablemente. De hecho, ya están hablando todos, o casi todos, con todos.

¿Pueden así pasear el cadáver de Camps al modo en que sus huestes pasearon el del Cid para ganar la batalla de 2011? Puede que sí y, en todo caso, algo tendrán que hacer. El problema es que los populares valencianos (y Madrid también al fin y al cabo) están hoy como los socialistas de principios de los noventa. Que no hay estrategia buena que no les destroce cada mañana el titular de un periódico.