El bisabuelo de Julián Esteban obtuvo la propiedad del Castelar de Meca, en Ayora, por una rocambolesca permuta con una finca de Caravaca cuyos detalles dice haber olvidado el actual heredero, aunque en origen está vinculada a la desamortización de Mendizábal. La finca, un cerro con casi 15 hectáreas de superficie y una estancia en el llano con algunas tierras de cultivo, escondía una sorpresa: un poblado ibérico, un regalo envenenado para los Esteban, que cinco generaciones después siguen siendo esclavos de una ley que les obliga a facilitar el acceso al yacimiento «cuatro días» al mes.

Además, el Castelar de Meca no es un poblado cualquiera. Todos los que lo han investigado coinciden en que algunos de sus elementos, en especial la compleja red de aljibes y silos y el denominado «Camino Hondo», por el que se accede a la ciudadela, constituyen «elementos únicos» en la ingeniería prerromana de España. Al pie de la muela en la que asienta el poblado, Héctor Esteban, su esposa y sus hijos, permanecen esclavos de su propiedad todos los domingos, el día de la semana que han elegido para abrir las cadenas que permiten visitar el poblado.

Julián Esteban, un funcionario formado como ingeniero técnico agrícola y biólogo confiesa estar cansado de esta carga. Ni siquiera tiene claro que sea bueno que se hable del poblado, porque eso supone más gente y quizá, aunque no siempre, problemas.

Reclamo turístico

Sobre la opción de vender asegura que ninguna administración le ha ofrecido nunca adquirir el poblado. «Solo quieren sacar partido como reclamo turístico, pero sin que les cueste dinero», añade Julián. Ahora, sus hijos «le han tomado cariño a la finca» y va a ser difícil sacarlos de aquí.

«En general la gente que viene es educada y respetuosa, pero existe un tipo al que yo llamo paleto urbanita, que nos da mucha guerra. No entiende que esto es una propiedad privada y ni siquiera respeta el poblado que quiere visitar ni la naturaleza», explica Julián, cuya finca incluye también una reserva animal para la protección del Cernícalo Primilla. «Supongo que esperan que nos comportemos como la abuelita de la fabada», dice, en relación a un famoso anuncio.

Durante una temporada la familia puso a una persona a cargo de las entradas del domingo cobrando una pequeña cantidad de dinero. «No duró mucho. La gente no le pagaba y se encaraba con él», concluye Julián.

Su hijo, Héctor, la sexta generación y padre de niños que serán la séptima al cuidado del poblado ibérico, añade que son pocos los visitantes que plantean problemas «pero basta uno solo para amargarnos el día a nosotros o a nuestros padres. Se han llegado a meter en casa quejándose, pero claro, esto no es un centro de interpretación y se enfadan si les dices algo o explicas que nuestra obligación se acaba con abrir la puerta los domingos».

Recientemente, la familia Esteban ha adquirido un bancal de una hectárea con objeto de facilitar el acceso al poblado, apartarlo de la reserva del cernícalo y, de paso, alejarlo de su vivienda.

El nuevo aparcamiento está mucho más cerca del poblado que el acceso anterior, que se realizaba desde la casa de Meca. «Entre ir y volver se ahorra más de media hora, y además el desnivel que hay que superar es menor porque el nuevo aparcamiento está en una cota más elevada. De manera que ahora es más fácil el acceso para niños y ancianos», dice Héctor, convencido de haber hallado la fórmula para una convivencia más pacífica con las ruinas de Meca.