Si José de Espronceda tuviera que volver a escribir hoy su célebre Canción del Pirata, seguro que se las vería para poder rimar GPS, Kalashnikov o "bazooka" con aquello de "con diez cañones por banda". Los tiempos han cambiado sí, pero en el fondo los piratas somalíes que han tenido secuestrados durante 46 días a los 36 tripulantes del atunero vasco "Alakrana" no son más que los herederos de un oficio tan viejo como la navegación.

Así lo piensa el historiador valenciano Andrés Díaz Borrás, uno de los principales investigadores de los orígenes de la piratería islámica en el Mediterráneo occidental y estudioso de la redención de cautivos bajo el poder de los piratas berberiscos durante los siglos XIV y XV. Este investigador, que actualmente da clases de Historia en el IES Camp de Morvedre de Sagunt, ve más similitudes que diferencias en el modo de operar de estos piratas de nuevo cuño con respecto al empleado por los berberiscos y turcos, que saquearon durante cuatro siglos las costas españolas, sobretodo las valencianas y las de las Baleares, aunque llegaron hasta Galicia.

"La manera de proceder de los piratas siempre es la misma, por eso hay coincidencias entre los procedimientos de los berberiscos de la época medieval y los secuestradores del Alakrana,especialmente en su forma violenta de actuar y en los métodos empleados", destaca. Así, añade, "la violencia con que actúan los piratas actuales del Cuerno de África con sus prisioneros para que paguen cuanto antes, también ocurría en la Valencia medieval".

En cuanto a las diferencias, continúa, "independientemente de que entonces, como ahora, la piratería era un 'modus vivendi', había un trasfondo religioso, de enfrentamiento entre el Cristianismo y el Islam, y hoy en día es una simple cuestión de euros y dólares, porque si lo primero que hicieron los piratas del Alakrana, tras cobrar el rescate es emborracharse, poco musulmanes deben de ser".

Relata que la teoría clásica "establece que cuando hay poderes estables y contundentes, la piratería tiende a desaparecer, y Somalia es un Estado fallido en el que no hay Gobierno y eso facilita la existencia de los ladrones de costa". En este sentido, recuerda que mientras hubo "una gran potencia en el Mediterráneo como fue Roma, la piratería no existió".

Vikingos en el Ebro y el Segura

Luego llegaron los vikingos, que en el siglo IX, fustigaron las costas asturianas y gallegas. En el 844 saquearon Gijón, y bordearon la Península hasta llegar a Cádiz. Remontaron el Guadalquivir y asaltaron Sevilla durante siete días. En su marcha hacia el Mediterráneo remontarían también el Segura, atacando Orihuela, y el Ebro desde Tortosa hasta Pamplona.

La siguiente piratería en dejar huella sería la musulmana del norte de África, la de las costas de Berbería. La Corona de Aragón, principalmente el litoral valenciano y el de las Baleares comenzó a sufrir con especial virulencia este nuevo azote a partir de la mitad del siglo XIV. Más de cien años antes antes, en 1229, Jaume I había conquistado Mallorca con la escusa de que era un refugio de los berberiscos.

Díaz Borrás atribuye el origen de la piratería bereberisca a "la explotación de las costas del norte de África por los mercaderes de la Corona de Aragón". Explica que en el siglo XII la costa africana era dependiente económicamente de los comerciantes del norte, especialmente catalanes.

Esta explotación, que compara con un sistema "colonial", junto a la "sensación de que los barcos catalanes llegan cargados de riquezas", y el hecho de que los cristianos "hacen lo que quieren, depredan e incluso saquean, 'enseñan' a los berberiscos las artes de la piratería, la depredación y el bandidaje". Así pues, "podríamos decir que los musulmanes aprenden a depredar de los cristianos , y a eso se dedican", sentencia.

Los navíos berberiscos eran de menor calado que los cristianos, por eso no son frecuentes los abordajes en el mar. Su principal objetivo son las costas, donde atacan por sorpresa pequeñas poblaciones con el fin de hacer cautivos. "De hecho, convierten el cobro de rescates en un floreciente negocio" que, luego continuarían los piratas turcos y que se prolongará hasta el siglo XVIII.

El problema de los cautivos llega a adquirir tal magnitud que incluso surgieron órdenes religiosas como la de la de los mercedarios, coetánea de Jaume I y fundada en Barcelona, o la de los trinitarios, cuyo origen se encuentra en Marsella. A estas dos hay que añadir como un hecho "singular y único", según recalca Díaz Borrás, el nacimiento en Valencia de una entidad comunal para el rescate de cautivos que aparece sobre 1320 y se prolonga hasta 1530.

Ésta asistía a las familias de cautivos, a "las que facilitaba 15 libras, una cantidad con la que podía vivir una persona todo un año". A la vuelta a Valencia debían devolver el dinero, con lo que si no tenían fondos tenían que ponerse a pedir.

Las incursiones de los piratas berberiscos y su toma de cautivos conmocionaron a las poblaciones del litoral durante los siglos XIV, XV y XVI. Hay que tener en cuenta que los cautiverios venían a durar "de dos a cuatro años" y en unas condiciones terribles con el fin de que abonaran pronto el rescate.

Corsarios cristianos

Sin embargo, "tan dañina o más para el comercio valenciano que la piratería berberisca fue la cristiana", detalla el investigador. La Corona de Aragón vivió en los siglos XIV y XV una guerra con Génova y Marsella, además de un enfrentamiento no declarado en el Mediterráneo con castellanos y portugueses.

Los barcos al servicio de los genoveses y sus aliados, Marsella y Pisa, con patente de corso para abordar los navíos de la Corona de Aragón acabaron convirtiéndose en piratas. Los marinos de Castilla, especialmente navegantes vascos, surcaban el Mare Nostrum con sus cocas bayonesas, unos barcos excelentes que se dedicaban a transportar mercancías. "Sin embargo, cuando se quedaban sin trabajo se dedicaban al negocio más viejo del mundo, al latrocinio". Estos buques, mucho más potentes que los musulmanes, sí que eran un verdadero peligro para las expediciones comerciales valencianas.

En este sentido, Díaz Borrás atribuye parte del ocaso económico que vivió Valencia en el siglo XVI al acoso de los piratas cristianos y musulmanes. Los primeros, detalla, "aterrorizaban a la población, especialmente en la costa de Alicante, donde sus naves podían esconderse en calas y atacar las poblaciones por sorpresa, o también en las estribaciones marinas de la Serra d'Irta en el Baix Maestrat, y muchas poblaciones acababan subiéndose a las montañas para defenderse, como Cullera, cuyos habitantes se escondían en el castillo, o Sagunt, que no está pegada al mar porque ello aumentaba el riesgo de sufrir una incursión berberisca". Sin embargo, los abordajes de los piratas y corsarios cristianos "eran mucho más graves para el comercio, porque sí que podían asaltar barcos con éxito y robar cargamentos enteros".

Tras los berberiscos, los turcos

Tras los berberiscos llegaron los turcos, que en siglo XVI ocuparon Argel, desde donde esquilmaron el Mediterráneo occidental. Los nombres de los grandes corsarios otomanos, como los hermanos Barbarroja y su lugarteniente, Turgut Reis, el "Dragut", dejaron su marca en pueblos como Dénia, Parcent, Murla, Benissa, Sant Joan d'Alacant y, especialmente, Cullera.

Dragut saqueó la ciudad de la Ribera el 25 de mayo de 1550, consiguiendo un gran botín y capturando a numerosos rehenes con el fin de pedir rescate y aumentar las ganancias. La cueva del Dragut de Cullera, donde según la leyenda el corsario turco liberó a sus rehenes, es hoy un museo sobre la piratería. Esta razia otomana, que conmocionó a la sociedad de aquella época, hizo que Cullera quedara despoblada durante décadas.

La victoria española en la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, sólo consiguió frenar momentáneamente el expansionismo naval turco. De hecho, no se acabaría con la piratería hasta finales del siglo XVIII, cuando Carlos III firmó un tratado con la colonia turca de Argel, el último gran puerto pirata del Mediterráneo.