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Primero fueron sus propios restaurantes, luego las tiendas de ropa y de los "veinte duros", le siguió la distribución de objetos de regalo al por mayor y ahora le ha llegado el turno a los bares de tapas, los de comida española de toda la vida. Para el colectivo chino de Valencia no hay nada imposible. Si hay que superar el arroz tres delicias y aprender a hacer tortilla de patatas se aprende. Su expansión parece imparable y la crisis les allana el camino, porque el precio de los traspasos se ha abaratado considerablemente.

Aunque esto no es fácil de contabilizar, la Asociación de Empresarios Chinos de Valencia asegura que en la capital ya se han hecho con 120 de estos negocios y en la mayoría de ellos se ha mantenido la comida que se había servido siempre.

En la calle Bailén, detrás de un mostrador colmado de tortilla, pinchos morunos, albóndigas, ensaladilla etc. encontramos a "Javi". Se hace llamar así porque es lo más parecido a su nombre real en chino y, claro, para los españoles, que son el grueso de su clientela, resulta más fácil dirigirse a él.

Según dice, el negocio se traspasó a su actual dueño hace ya cinco años y ha seguido su línea tradicional. Primero "estuvieron un año o dos" los cocineros españoles y cuando los chinos han aprendido a hacer el trabajo han seguido ellos, comenta. Ahora, el cocinero es un chino que no sabe una palabra de castellano pero que borda la fideuà, dice entre risas.

Fuera de este entorno de Russafa, zona de fuerte presencia oriental, la situación se reproduce con los mismos parámetros. En la calle Navellos, junto a la plaza de la Virgen, Fani regenta un bar restaurante de los de solera. Lo cogieron ella y su marido hace dos años y medio y el negocio les va bien, tanto que ahora han abierto un restaurante de comida china en Alfafar.

Situado en un lugar frecuentado por funcionarios, su fuerte son los almuerzos, los pinchos de tortilla, los cafés, el zumo y las tostadas. Aún así, en la puerta tiene un cartel con un menú de lo más español. El turismo es su otra gran fuente de ingresos.

Fani lleva cinco años en España, primero en Barcelona y luego en Valencia. Al principio trabajó en un restaurante típico de su país, pero al llegar aquí entendió que éste podría ser un buen negocio. Pagó el traspaso, mantuvo durante seis meses a los trabajadores españoles y cuando dominó el sistema los sustituyó por trabajadores chinos. "La tortilla es lo más fácil", dice al ser preguntada por los platos más comunes.

Más alejado del centro, en Campanar, localizamos un tercer restaurante de estas características. Su dueño -se hace llamar Jesús- y dos jóvenes amigos estaban a la puerta probando un flamante Mercedes. Luego comentaron que el negocio lo tienen hace medio año y que la cocinera es española. Pero nada más. No quieren que hablemos con ella ni permiten fotos. Sólo podemos ver que en el local no se venden precisamente rollitos de primavera.