­Los casos de torturas en el centro de internamiento de extranjeros de Valencia denunciados ayer por CEAR se basan, principalmente, en las declaraciones prestadas por 35 inmigrantes de Zapadores. El personal de CEAR reclamó la confidencialidad de las personas que accedieron a relatar su experiencia, pero no se les concedió. Algunos de los ciudadanos extranjeros que conversaron con los entrevistadores y cuyo testimonio tiene mayor relevancia «fueron expulsados al día siguiente y no fue posible hablar nuevamente con ellos», aseguran fuentes de CEAR. Lo que sigue son extractos de los testimonios recogidos a algunos internos del centro de Zapadores de Valencia entre el 17 y el 20 de agosto.

A. J. (Argelia). [Sobre el día 8 de agosto, en la habitación 17] «Estábamos todos durmiendo. No hay ruido. Él entra, deja la porra en el suelo, se saca la camiseta y dice: "Venga, levantaros y pelead conmigo." La habitación está oscura. Vino con su compañera, que es policía, que se quedó en la puerta riendo [...] Él es calvo, muy chulo, siempre delante de ti sacando pecho y balanceándose con los pies, cejas rubias, lleva perilla. No lleva identificación, como ningún policía del centro [...] Nadie quería hablar con él. Así que agarra la porra que había dejado en el suelo y empieza a pegar a todos como si fuéramos animales. Es como una vara metálica, una vara extensible. Duele muchísimo. Una persona que estaba enferma de los riñones gritaba y lloraba como un niño… Fueron como diez minutos, hasta que se cansó. Luego recogió su camisa, cerraron la puerta y se fueron riendo [...] Ése día venía mojado [bebido].»

D. D. (Argelia). «Pasan muchas cosas... Hay un policía calvo. No es calvo, se rapa el pelo en plan skinhead. Una noche, una persona de aquí que tiene el pie muy hinchado pidió pastillas para calmar el dolor. Entró él: "Aquí no hay pastillas, ni médico ni hostias. A dormir." El chaval insistió en que le dolía y entonces [el policía] le dio dos puñetazos en la cara y una patada en el pie hinchado.»

A. A. (Marruecos). «Un chico de la habitación estaba leyendo el Corán. Los de la habitación de al lado les gritaron. Llegaron los policías. A los latinos no les dijeron nada, y entraron como siempre en la habitación donde hay argelinos. A los marroquíes les dejan más en paz. Es con los argelinos: les pegan, les insultan, les provocan, les llaman cerdos, hijos de puta. [Ese día] les pegaron de una manera salvaje. Yo me tapé la cabeza para protegerme y que no se fijaran en mí. Fue brutal. Por la mañana, uno de ellos tenía la pierna izquierda que era toda un hematoma. Fueron como diez minutos de golpes sin parar. El calvo ése utiliza unas defensas que no son reglamentarias. Los otros lo saben, porque están mirando desde la entrada del pasillo, y el jefe de seguridad y el director lo aprueban, porque ellos ven los golpes y los hematomas por la mañana y se callan.»

F. F. (Argelia). «Ése fue, el calvo de la perilla. Llegaron tres policías hombres, pero el que entró dentro fue él. Estaba la luz apagada. Se puso los guantes riéndose y empezó a pegarle al que leía el Corán y al que estaba al lado. Les insultaba. Les pegaba con un palo que se hace largo que lleva la policía.»