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El vicepresidente tercero de la Diputación de Valencia es un hombre de números, por formación (licenciado en Económicas) y profesión -lleva casi 15 años ocupando cargos de ese perfil- pero estos días anda metido hasta el cuello en un turbio asunto de escaso valor en cifras (nueve fotos), pero de importancia cualitativa: la censura de una exposición. Su nombre ha sido apuntado por el dimitido director del MuVim, Román de la Calle, quien acuñó el "caso Caturla". El acusado de adulterar la muestra no llegó ayer a la política. Considerado uno de los supervivientes del zaplanismo en la clase media-alta del Consell, entró de la mano de José Luis Olivas como primer director general de Presupuestos. Era el 95.

Ha tocado varios palos y siempre controlando la caja. Estuvo en Sanidad, en Educación fue secretario autonómico plenipotenciario y consejero delegado de la controvertida Ciegsa, la empresa pública de los eternos sobrecostes en la construcción de colegios e institutos. Allí se empleó a fondo en la limpieza de cualquier vestigio de zaplanismo en la firma pública. El diseño de la controvertida operación de compra de la nueva sede de Ciegsa en el Parque Tecnológico, que nunca llegó a estrenarse y se revendió, llevaba su firma. Tiene fama de vehemente y de ello puede dar fe el ex diputado provincial Miguel Barranca, quien en un enfrentamiento con Caturla sufrió un infarto.

Emparentado con la familia Serratosa, se sacó el pase para ser diputado provincial en el ayuntamiento de Fontanar dels Alforins, el corazón de la Toscana valenciana, donde Caturla es concejal y tiene caserón, tierras y la fábrica de conservas de tomate Kiki. Es el único de los 18 diputados al que Rus llamó a su vera por deseo de las alturas y no por voluntad propia. En Fontanars no recuerdan la última vez que visitó el pleno, allá por el mes de septiembre de 2007. Por la vía de los Serratosa, entabló cierta amistad, ironías de la vida, con Miguel Bosé, martillo del PP en este caso.