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Con nueve campaneros haciendo sonar el triste toque de obispo difunto, del siglo XIV, el féretro de Rafael Sanus entraba ayer a la catedral de Valencia a hombros de ocho curas. Encabezaba la comitiva fúnebre un rosario de sacerdotes, más de 120. Pero todos los ojos miraban al final. Allí estaba el arzobispo Carlos Osoro -aliado fiel de Sanus en este último año- acompañado por el cardenal Agustín García-Gasco, cuya polémica gestión al frente de la diócesis de Valencia hizo dimitir a Sanus como obispo auxiliar en el año 2000. El episodio revivió ayer. Pero no sólo por lo bajini y entre sotanas, que también, sino en el mismísimo altar de la catedral.

Allí, durante su homilía en la misa funeral, Osoro reivindicó la figura de Sanus. Fue un discurso sentimental, lleno de cariño, hacia quien fue "un obispo, un maestro y un hombre con un corazón grande que daba afecto y creaba afecto en todos", dijo Osoro. Pero fue, ante todo, un acto público de restitución de la dignidad y el honor eclesiásticos a "don Rafael". Así pudo interpretarse cuando el prelado cántabro dijo de Sanus que fue "muy libre para decir lo que él ha creído conveniente en todo momento, y aquí estáis gente que lo habéis experimentado en vosotros mismos", remarcó Osoro, en referencia a los roces entre García-Gasco y Sanus y la ulterior renuncia del obispo alcoyano. Y por si quedara alguna duda, Carlos Osoro las despejó al dar las "gracias a Dios por haber conocido" a este "maestro" de gran "entrega", "servicio", "cariño" y "misericordia", "que sentía y vivía las cosas profundamente" y que lo hizo todo "sin mirar nada para sí mismo".

Ésa fue la despedida oficial. El último adiós de Osoro, que por la mañana había destacado la "inteligencia especial" de quien "siempre había algo que aprender". Sin embargo, lo más emotivo fue la despedida real que recibió en la catedral. Nada más terminar la eucaristía, y mientras el ataúd de Rafael Sanus abandonaba la Seo por la puerta románica de l'Almoina para entrar en el coche fúnebre, los más de 120 sacerdotes presentes iniciaron una fuerte, larga y emotiva ovación.

Era la despedida al padre de los padres. Un sacerdote que, antes que obispo auxiliar o emérito, fue cura. Sólo así se entiende la movilización ayer de tantos presbíteros, algunos de ellos incluso tenían que ser ayudados para subir al altar a comulgar. Esa fue la despedida a Rafael Sanus. La oficial, del arzobispo Osoro, y la emotiva, del clero valenciano. Y entre un adiós y otro, la inolvidable estampa del cardenal García-Gasco, con las manos entrelazadas, mientras cerraba la comitiva fúnebre de quien fue su antítesis en la Iglesia valenciana.