Las prisas y la desconfianza en el prójimo de esta sociedad individualista han levantado un muro que entorpece la ayuda a terceros y la socialización. Aunque es más sangrante en las ciudades que en los pueblos, el fenómeno es generalizado. Sin embargo, el sistema tiene grietas y focos de resistencia. Uno de ellos es el banco del tiempo, con orígenes anarquistas en la América del siglo XIX, expandido por Europa en los años ochenta y presente en la Comunitat Valenciana desde hace una década.

Su funcionamiento es como un banco que sustituye el dinero por el tiempo. Si usted necesita que le remienden un pantalón, pagará con un cheque de una hora y algún socio del banco le hará el trabajo. Para compensar su cuenta corriente, deberá devolver el favor a otra persona de la entidad. Por ejemplo, impartiendo una clase de inglés o de informática de una hora. Así estará en paz: habrá recibido un servicio y prestado otro sin cruzar dinero. Y de paso, y ésa es la esencia del banco de tiempo, habrá conocido a una persona de su comunidad cercana y ampliado su red de apoyo social. Cerca de 500 personas participan actualmente en los diferentes bancos del tiempo de la Comunitat Valenciana.

En la ciudad de Valencia funciona uno desde el año 2005 impulsado por el ayuntamiento. Empezó en el distrito de Ciutat Vella y se ha extendido a otros cuatro barrios de la capital: Quatre Carreres, Olivereta, Campanar y Salvador Allende. La mediadora social que lo gestiona, Blanca Cubel, explica que la iniciativa «persigue romper con el aislamiento y la soledad que la vida en las grandes urbes produce mediante la creación de un espacio para compartir, acercar a las personas y poner en práctica valores de cooperación y solidaridad». El Banco del Tiempo de Valencia tiene 62 socios y, hasta ahora, se han prestado 139 horas de intercambio unos a otros.

No es mucho para una ciudad con 800.000 habitantes. «Pero es que cuesta mucho que la gente confíe en el prójimo y le deje que se meta en su vida», explica Blanca Cubel. La falta de tiempo invocada universalmente también es otro obstáculo. «Hay mucho estrés, pero todo el mundo tiene un poco de tiempo y algo que ofrecer, aunque sólo sea compañía», dice.

Más arraigado está el Banco del Tiempo de Alicante, también promovido por el consistorio. Funciona desde el año 2001 y, según los balances de la entidad, ahora mismo cuenta con 315 usuarios. Sólo el año pasado se intercambiaron unas 960 horas de ida y otras tantas de vuelta. De este modo, explican sus responsables, han conseguido crear «redes de cooperación entre los vecinos» de la ciudad.

«Los pueblos no son lo que eran»

Pero bancos del tiempo, por desgracia, no sólo hacen falta en ciudades grandes donde es difícil conocer al vecino y la familia queda lejos. Este sofisticado invento —que en realidad es algo tan viejo como la vida misma— llegó en 2009 a l´Alt Palància. Puede sorprender que en esta comarca despoblada, cuyos 27 municipios no suman ni 30.000 habitantes, haga falta un banco del tiempo. Pero es que los pueblos, dicen sus responsables, «ya no son lo que eran». «Aquellos pueblos de toda la vida en los que el vecindario tenía la costumbre de ayudarse los unos a los otros han cambiado. A nuestra comarca ha venido gente de fuera y muchas personas, especialmente las más mayores, se han quedado sin familia ni grupo en el que apoyarse si tiene cualquier problema. Ellos necesitan ayuda. Y para el resto de vecinos, es un buen mecanismo para socializarnos y sentirnos miembros de una colectividad», explica Begoña Estruch, una de las gestoras de la entidad.

Así nace, impulsado por la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural de Castelló, el Banco del Tiempo comarcal de l´Alt Palància, con sede en Navajas. Ya son más de 60 socios (igual que en Valencia capital) y los intercambios de tiempo y servicios realizados hasta el momento rondan los 40. Aquí, además, han dado un salto cualitativo. No sólo se cambia favor por favor. Si se montan talleres grupales, en los que cada asistente paga una hora y el profesor recibe una hora a cambio, el resto de tiempo generado que pagan los alumnos se destina a un fondo solidario de tiempo que luego se dedicará a una asociación que lo necesite. Ahora bien: el banco del tiempo no es voluntariado puro y duro, sino que hay que estar tan dispuesto a prestar favores como a recibirlos.

En la existencia misma de los bancos del tiempo —el 22 de junio empieza uno en Pinoso y puede que pronto vea la luz otro en Xàtiva— se esconde el fracaso colectivo de la sociedad. Ya hacen falta secretarías, registros, talonarios y mediadores para conseguir un simple favor en nuestros pueblos y ciudades. Pero aunque sea de esta forma artificial, casi 500 valencianos han recuperado aquello que creían perdido: poder intercambiar servicios con confianza en el prójimo y sin que medie el dinero.

«Enseño acuarela y necesito que me cambien las ventanas»

Seguramente a Moisés Pérez, albañil de Jeldo (l´Alt Palància), no se le habría ocurrido inscribirse en un taller de acuarela si no fuera por el Banco del Tiempo que funciona en su comarca. «En l´Alt Palància todo son pueblos pequeñitos y no hay grandes cosas cerca. Y si hay alguna academia, tienes que pagar unos precios casi imposibles tal como están las cosas ahora mismo», explica. Por eso, cuando su vecina Pilar Vila impulsó el taller de acuarela en Sot de Ferrer a través del Banco del Tiempo comarcal, Moisés no dudó ni un momento.

En su opinión, este sistema basado en la reciprocidad «es una buena forma para desarrollar aptitudes nuevas», dice, y una magnífica estrategia de socialización. «Incluso en estos pueblos tan pequeños, cada uno tiene su trabajo, su casa y va a su rollo. Parece que hoy en día, en cualquier sitio, te encuentras solo en el mundo. Pero con el Banco del Tiempo tienes a muchos vecinos más cerca y acabas conociéndolos», explica. Su profesora de acuarela, Pilar, tiene tres alumnos en el curso y está ganando unas horas que muy pronto aprovechará. «Estoy a punto de hacer obras en casa y necesito que alguien me ayude a cambiar las ventanas. Cuando reúna el tiempo suficiente, pediré ese servicio», afirma.

Además de las clases de acuarela (dos horas semanales), Pilar Vila también se ofrece para cuidar a personas mayores o acercar a Segorbe a alguna persona sin vehículo que necesite realizar compras grandes. «Sin este tipo de iniciativas no conocerías a gente de la comarca a la que puedes hacerle un favor y, al mismo tiempo, de la que puedes recibir la ayuda que tú necesitas sin que medie el dinero», explica.

«Me han asistido en la cocina y yo he hecho de taxista a vecinos de l´Alt Palància»

Begoña Estruch, de Segorbe, quería regalarle un buen menú a su marido con motivo de su cumpleaños. Recurrió al Banco del Tiempo de l´Alt Palància y allí encontró a Erick Cirou, un chef francés que se pasó toda la tarde —¡seis horas!— en la cocina de Begoña. Aquella cena especial, para 17 personas, fue un éxito. A Begoña le sirvió para anotarse un tanto y degustar el pato, las patatas «gratten», las ensaladas afrutadas, las pizzas y las peras con aceite de avellana de Erick.

Ese débito lo compensó muy pronto: «He cortado el pelo a muchos vecinos, he colaborado en la gestión administrativa del Banco del Tiempo y acompañé a una vecina a Teruel con mi coche porque ella tenía que coger un autobús de Teruel a las ocho de la mañana y aquí no había transporte público para que llegara a tiempo», cuenta. A Erick, el esfuerzo de la cena le ha salido a cuenta. «He recibido cortes de pelo gratis, me han cambiado el aceite del coche y me han revisado los frenos sin entrar en el taller», dice. «Es un pirateo al mercado que viene bien en esta época de dificultades económicas y, al mismo tiempo, permite hacer y recibir servicios sociales con un sistema de devolución que no sea el económico», resume Erick Cirou.

«Arreglo PC y necesito un manitas»

Uno podría preguntarse por qué Luis Blesa, afincado en Segorbe, no se monta una tienda de informática después de haber arreglado una docena de ordenadores a través del Banco del Tiempo de l´Alt Palància. Pero entonces, le estaríamos aplicando estructuras capitalistas e individualistas a alguien que huye de ellas.

Hasta el momento, Luis ha dado mucho al banco (ahora quiere impulsar un taller de fotografía) y no ha recibido nada de él, aunque ahora necesita un «manitas» que le monte estanterías. Está enganchado a la iniciativa: «Todos tenemos pequeñas necesidades que cualquier persona de la calle nos puede solucionar sin ser un profesional», explica Luis. Él ha ayudado a Carmen Pérez, de Viver, a crear un blog desde el que publicitar su Taller de la Naturaleza. Carmen, a su vez, ha devuelto el tiempo consumido con otro servicio: «Acompañé al hospital de Sagunt a una señora de Sot de Ferrer con problemas de movilidad y voy a dar terapias emocionales a un chico con problemas», cuenta Carmen.

En la imagen, Luis arregla el PC de Ana Monsoriu, que ofrece traslados y colabora en la secretaría del banco y que destaca que «el banco del tiempo no resta a la economía laboral», sólo la complementa.

«Doy clases a niños y me ayudan en los idiomas y las mudanzas»

El Banco del Tiempo no sólo es una opción para aquellos utópicos que piensan que otro mundo menos individualista y pegado al dinero es posible. También es una buena alternativa para gente que prefiere entregar su tiempo libre antes que desembolsar un dinero que necesita. Éste es el caso de Julia Parra, una ecuatoriana de 42 años afincada en Valencia. Julia se apuntó al Banco del Tiempo de Valencia ofreciéndose como limpiadora doméstica, su oficio. «Ya he limpiado todos los cristales de la casa de una profesora jubilada delicada de los huesos», cuenta. Con las horas conseguidas ha podido «pagar» una profesora de apoyo escolar para su hija pequeña, Karla.

A Karla, de 12 años, le iba mal en el colegio por culpa del valenciano. Había repetido cuarto de Primaria, pero su madre no podía permitirse pagarle un profesor particular. Así que Julia recurrió al banco del tiempo y pronto apareció en su casa Vivian Gatica. Con un par de clases semanales durante todo el curso, Vivian ayudó a Karla a aprobar todas las asignaturas y pasar a quinto para satisfacción de su madre.

A su vez, Vivian ha engordado su saldo de tiempo y así ha podido beneficiarse de otros intercambios. «Me han pintado una habitación de casa, me han ayudado en una mudanza, me han dado clases de italiano y ahora voy a empezar a recibir lecciones de alemán como repaso a mis clases en el Goethe-Institut», cuenta. Todo, por supuesto, sin pagar un euro. «Cuando no hay dinero por medio te sientes más humano y menos egoísta», asegura la joven. Ella dice que, cuando necesita un servicio no material, su primera alternativa es el Banco del Tiempo. ¿Por qué? «Porque además de conseguir el servicio —explica—, logras crear lazos de amistad muy fuertes. Y todos necesitamos de los demás».