Cuando el pasado 24 de mayo la CAM anunció que conformaba un SIP (fusión virtual) con Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria, lo que implicaba que sorteaba en el último momento la unión con Caja Madrid, que parecía inminente, el presidente de Bancaja, José Luis Olivas, debió de sentir algo parecido a estar cerca del abismo, porque era evidente que ni el Banco de España ni el PP ni el propio Gobierno iban a dejar pasar la oportunidad de utilizar a la entidad madrileña para crear una gran caja, la primera, concretamente, y la operación pasaba ineludiblemente por Bancaja. Cuentan las fuentes consultadas por este diario que, conocedor del peligro, Olivas no dejó de alentar al presidente de la CAM, Modesto Crespo, visto que la operación entre ambas parecía inviable, a que se uniera con Caja Madrid. Tampoco le parecía mal la opción frustrada de la alicantina con Cajamurcia, porque podía servir a su objetivo confeso de reservarse para una segunda oleada de fusiones. Pero el escenario que se dibujó aquel día fue el peor posible. No sólo eso, sino que, como se comprobó ayer, hundió completamente la estrategia de mantenerse en solitario que ha defendido desde hace meses. Una estrategia que había dejado a Bancaja como una de las diez únicas entidades sin compromiso.

Desde que el pasado mes de enero Rodrigo Rato llegara a la presidencia de Caja Madrid era conocido que esta entidad, bajo su liderazgo, haría un movimiento de altura. Unos meses después se produjo la reunión entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder del PP, Mariano Rajoy, en la que se acordó la reestructuración del sistema financiero y donde se dio vía libre a una gran caja en el ámbito de poder del PP -que, dicen, se compensará en breve con otra en el de los socialistas, probablemente con Andalucía como protagonista-. Ambos factores combinados con la enorme ascendencia de Rato en el PP y la debilidad absoluta del Consell de Francisco Camps por el caso Gürtel, fueron demoledores. No menos determinante fue la presión del Banco de España, al aumentar las provisiones para morosidad, la de las agencias de calificación -Ficht ha rebajado el rating del grupo Bancaja- y la de los mercados, al cerrar el grifo del dinero para la banca española. Además, Olivas cometió un grave error de cálculo al apoyar el acceso a la presidencia de la CECA del máximo responsable de La Caixa, Isidre Fainé, en lugar del de Ibercaja, Amado Franco, porque, según las fuentes consultadas, esta operación habría facilitado una fusión entre Bancaja e Ibercaja. Sea como fuere, la cuestión es que todo ese cúmulo de elementos situaron a Olivas en un callejón sin salida en el que dicen que ha bregado solo para intentar que la fusión se vea al menos como una dulce derrota. Los contactos, ciertamente muy discretos, han sido constantes en los últimos días.

Las negociaciones se intensificaron el viernes, tras la última reunión de la patronal del sector, la CECA, a propuesta, según algunas fuentes, de Rato. Ese mismo día se produjo el cierre del grifo en los mercados de capitales y Bancaja afrontaba la inminente devolución de unos 3.500 millone de euros este año. Se hacía necesario buscar una salida. Desde entonces, todo se precipitó. Rato ha visitado Valencia y ha hablado de la cuestión con Camps. También lo ha hecho el responsable de Economía del PP, Cristóbal Montoro. Pero la Generalitat no ha podido hacer más que limitar los daños, al parecer logrando el magro éxito de que la sede social esté en Valencia. Algunas fuentes aseguran que Olivas estuvo en Madrid negociando con el PP y el Banco de España. Mientras algunos de sus ejecutivos estaban en la capital prosiguiendo las conversaciones, Bancaja mantenía oficialmente que no había cambios en su estrategia.

El martes el discurso empezó a cambiar. La caja admitió conversaciones pero como si fueran a varias bandas y empezó a lanzar el mensaje de que la situación había cambiado radicalmente por la debilidad de los mercados. El miércoles, Olivas reiteraba la misma consigna ante los miembros de la comisión ejecutiva.