En Zarra durante estos meses han hecho poco más o menos que el cuento de la lechera. La mayoría de vecinos ven con buenos ojos la instalación del almacén nuclear de residuos. Lo que en cualquier municipio podría generar una fractura entre partidarios y oponentes al proyecto, en Zarra la cuestión se ha simplificado por una sencilla razón de necesidad: conocen lo que la central nuclear de Cofrentes aporta a los pueblos vecinos sin dejar ni un euro en Zarra, por estar fuera del mapa de afección.

De esta manera los 700 millones de inversión, el ingreso en las arcas municipales de 2,4 millones de euros al año y los 500 puestos de trabajo que podría generar la instalación se representan como la última oportunidad para Zarra. Una oportunidad para mejorar la calidad de vida de sus vecinos, o al menos eso creen muchos de ellos que cada día se desplazan a Ayora, Cofrentes o Almansa para trabajar si es que tienen un puesto de trabajo.

Atrás queda el intento de convertir el pueblo en un lugar de retirada para ciudadanos británicos. Se construyeron chalés ilegalmente (el actual alcalde aún tiene que responder ante la justicia por ello) y en estas casas diseminadas vive en la actualidad una colonia de 175 ciudadanos británicos que vinieron de manera escalonada al constatar los buenos precios de las viviendas.

El primer edil de Zarra, Juan José Rubio, ha hablado largo y tendido de las bondades del proyecto y de la sensación de agravio que ha sufrido su pueblo en las últimas décadas y con las diferentes administraciones. Rubio se preguntó este verano -ante las protestas de las plataformas ecologistas contrarias al proyecto- si alguien tenía una inversión alternativa a esos 700 millones de euros y a tantos empleos que generará la actividad.

Ejemplo británico en casa

Incluso entre los vecinos hay un par de ciudadanos británicos que trabaron en complejos nucleares parecidos al que ahora se puede levantar en Zarra. El galés Glyn Wilkinson fue uno de los máximos responsables de mantenimiento de la planta de Sellafield en Inglaterra.

Este experto recordó que el recinto donde trabajó era como una pequeña ciudad -el doble de grande que Zarra- y contaba con un hospital, un centro de limpieza y varios edificios de logística. Más de 16.000 personas estaban vinculadas laboralmente a la central de Sellafield de manera directa o indirecta.

"El Dorado" se

instala en el Valle

No todo iba a ser turismo rural en el interior de las comarcas valencianas y en el Valle de Ayora la industria del medio ambiente se llama central hidroeléctrica, que compite con la energía nuclear que se crea en la planta de Cofrentes. El aislamiento geográfico de los municipios rurales de esta comarca alejada de la costa y la orografía del terreno ha propiciado la instalación de este tipo de actividades que han enriquecido a pueblos como Cofrentes y Cortes de Pallás. Desde entonces Zarra ha querido tener las mismas contraprestaciones que las poblaciones vecinas y que ahora, con la instalación del almacén nuclear, se pueden conseguir. La central hidroeléctrica de Cortes de Pallás es la joya de Iberdrola en la Comunitat Valenciana -que será la mayor hidroeléctrica de bombeo tras la ampliación de 2012- le reporta al consistorio unos ingresos anuales de entre 3 y 3,5 millones de euros. A eso hay que añadirle 200.000 euros por ser un municipio afectado por la central nuclear de Cofrentes. Todo junto suma el 90% del presupuesto municipal y permite gastar un millón y medio de euros anuales a sus ochenta trabajadores.