Los primeros años. «El aprendizaje básico, leer y escribir, lo hice durante los años de la guerra».

«Nací en Valencia en 1931, en un edificio de la calle Marqués de Caro, junto a Na Jordana, en pleno centro histórico de la ciudad, en el barrio del Carmen. La zona estaba repleta de antiguas iglesias que, posteriormente, serían bombardeadas por la tropas nacionales porque habían sido convertidas en depósitos de armas.

Las primeras letras las hice en un modesto parvulario que regentaban unas monjas, cercano a casa. Recuerdo las gradas de madera y que era mixto. Creo que no duró mucho tiempo más.

Como fui el primogénito los juegos eran con otros niños y niñas de la escalera de aquel edificio. No nos dejaban salir a jugar a la calle cuando las cosas empeoraron al comenzar la guerra.

Precisamente al inicio de la guerra mi padre fue detenido, juzgado por el delito de ser «desafecto a la República» y condenado a un año de cárcel. La condena se transformó en un cautiverio en varios campos de concentración durante los dos años siguientes.

El aprendizaje básico, leer y escribir, lo hice durante los años de la guerra civil, en mi propia casa, gracias a la labor infatigable de mi tío Rafael Gimeno, que me enseñó mucho más que un profesor. Con el final de la guerra, regresado mi padre de su infortunio, ingresé en primaria en el colegio, medio en ruinas, de los Padres Escolapios. Creo que no disponían de muchos religiosos, había un excelente conjunto de profesores seglares, represaliados por ideología, que resultaron de fundamental dirección en un aprendizaje bastante liberal».

Juventud y universidad. «Durante los veranos no estaba de moda el mar sino las estancias en los pueblos de montaña».

«El período de mi juventud fue muy duro para todo el mundo, había pobreza y penuria en el ambiente. Los "pequeños" aprendimos pronto a romper zapatos y a jugar al fútbol en el patio del colegio.

Recuerdo que mi tío Rafael me llevó por primera vez al campo de Mestalla para ver un partido de fútbol del Valencia y luego me hizo socio infantil.

Durante los veranos no estaba de moda el mar sino estancias en los pueblos de montaña cuyos aires beneficiaban a los pequeños con problemas pulmonares. Conocí diversas poblaciones de Teruel y del Alto Palancia (Castelló).

Las escasas diversiones en aquella Valencia se reducían a los conciertos dominicales de la Filarmónica y a los partidos de fútbol de la liga española.

A punto de finalizar el verano de 1948, había que decidir entre las distintas facultades existentes en Valencia y elegí la de Derecho. También lo hicieron la mayoría de mis amigos del colegio, de manera que la transición a la universidad no fue demasiado traumática.

La criba efectuada a lo largo del ciclo universitario fue tremenda. De los más de cuatrocientos que comenzaron el primer curso, tan solo finalizamos unos treinta. Y al examen voluntario de licenciatura solo nos presentamos seis.

Después de licenciarme se volvió a plantear la misma pregunta: ¿qué hacer ahora? Es famoso el dicho «en Derecho se abren muchas salidas», pero el gran tema era saber cuál era la adecuada en mi caso.

Mi padre hizo que fuéramos a consultar a mi tía abuela, la madre Genoveva Torres Morales, y en la primera ocasión en que hablamos, después de exponerle mis dudas, me indicó la vía del notariado como salida más adecuada para mí.

Afortunadamente se interpuso ante el tema vocacional la dinámica vital, lo que implicaba tener que dejar resuelta la vida militar. Hice milicias universitarias, mientras era estudiante, en dos veranos, en un campamento de Málaga y seis meses de prácticas en un regimiento al finalizar los estudios, que resultó ser el de Eivissa.

En marzo de 1954 ya estaba libre en lo militar. Como no quería ser una carga para mis padres, tomé la decisión de presentarme a las primeras oposiciones que se me presentaran. Me ofrecieron el temario de las oposiciones a técnicos de Administración civil. Había unas veinticuatro plazas y se presentaron más de ochocientos. Afortunadamente obtuve el número 4 y se me destinó a Vizcaya».

Etapa en Bilbao. «Mi tía abuela fue santificada».

Mi tía abuela falleció el 3 de enero de 1956, en lo que se dijo entonces «loor de santidad». Posteriormente fue declarada venerable, después beata y santificada por Juan Pablo II en Madrid en el año 2003. Invitado a tal evento, mi hermana Amparo y yo pudimos participar en el solemne acto de santificación.

Durante este período en Bilbao había comenzado a prepararme para unas oposiciones de mayor calado, incluso me propuse participar en las de ingreso en el Consejo de Estado como letrado. Consulté el tema con mi amigo José Luis Villar Palarí, que me recomendó preparar ´notarías´ y sugirió mi traslado a Valencia».

Oposiciones a notaría. «Ingresé en el notariado en las oposiciones que se convocaron en 1965».

Llegué a Valencia en octubre de 1957 después de la tremenda riada de días antes. Todo el barrio viejo, donde vivían mis padres, había sido tremendamente castigado: el agua llegó a más de tres metros de altura. Había fango por todas partes y los jóvenes se ofrecían para sacar el barro aquí y allá con los escasos medios que nos daban.

El período siguiente, entre 1957 y 1960, fue de muchas dudas e inseguridad. La vida funcionarial continuaba y no me decidía a la vertiente notarial por la dureza de la preparación. Por fin, en 1960 ingresé en la ´escuela notarial´ de un célebre registrador de la propiedad, Emilio Bartual Vicens.

Fue muy duro compaginar la preparación con mi trabajo. Don Emilio era duro pero amable en el fondo. Tenía una rara habilidad para dar consejos. Con un cierto retraso por la edad, y tras dos intentos, ingresé en el notariado en las oposiciones que se convocaron en Madrid en 1965.

La oposición finalizó en diciembre del 65 y se abría un mundo nuevo y realmente diferente. Me hacía una gran ilusión ir a un lugar diferente y, además, en aquella primavera me casé con la que es mi mujer, Mª Dolores Torres Puget, de raíces ibicencas por línea materna, a quien había conocido en Valencia años atrás y que, cosas del destino, sería la que me iba a dirigir de nuevo a las Pitiüses».

Tertulias y estudios. «Los juristas de Eivissa me designaron ponente para la puesta al día de las costumbres de las Pitiüses».

«El período entre 1968 y 1988 en Formentera, prácticamente coincidente con mi trayectoria profesional notarial en la isla, fue tremendamente creativo, productivo y de enorme difusión en muy diversos campos sociales, políticos y culturales de la isla. La distinción del ayuntamiento concediéndome la condición de hijo adoptivo de la isla fue un motivo de alegría.

Desde 1972 los juristas de Eivissa me habían designado ponente encargado de la puesta al día de las viejas costumbres de las Pitiüses. Lo curioso de la elección no radicaba en mi condición de experto en el tema sino en que yo tenía más tiempo libre que los demás asistentes... Así me convertí en foralista, sin quererlo.

Me ocupé también, por encargo del profesor Albadalejo García, de redactar un volumen de comentarios al derecho privado de las Pitiüses, que fue publicado en 1981. Y entre 1982 y 1987 asistí, en representación del Consell, a las sucesivas reuniones para la reforma del Derecho Civil de Balears. Puedo afirmar que la práctica totalidad del Libro III (Eivissa-Formentera) es obra mía. La amable predisposición de las buenas gentes de Diario de Ibiza hizo que se me eligiera como "Importante" en el año 1996».

Jubilación y homenajes. «La jubilación me deparó una serie de homenajes que recibí sorprendido».

Los homenajes fueron una sorpresa porque yo me había limitado a cumplir con mi deber lo mejor posible. Así, por iniciativa del Ilustre Colegio de Abogados de Baleares se me concedió, por el Ministerio de Justicia, la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort. Tenía pendiente, como un reto personal, ya desde 1974, la finalización de mi doctorado de Derecho. Pues bien, defendí y leí por fin mi tesis el 7 de noviembre de 2005. Como resultado de esta tesis se publicaron dos libros en la editorial valenciana Tirant lo Blanch.

En mi tiempo de ocio veo los partidos de fútbol por televisión, debatiendo las jugadas con los viejos amigos, siempre forofo del Valencia, aunque pierda. O sea, carpe diem.