Jaime Dorado vive a las afueras de París. Necesita utilizar el transporte de cercanías. Ir a su lugar de trabajo implica salir al menos una hora antes de su casa y regresar, con suerte, una hora más tarde de lo previsto. Así ya lleva 12 días, desde que el pasado 12 de octubre se iniciara la huelga, que se renueva cada 24 horas, para protestar contra la remodelación del sistema de pensiones. "Los que vivimos en Francia ya estamos acostumbrados a estas jornadas. No respetan ningún servicio mínimo y el país se vuelve un caos. La falta de gasolina es el principal problema, no podemos coger el coche así que dependemos del transporte público, que es muy imprevisible", opina.

Su hermano, Juanjo, regresa a Valencia aprovechando las vacaciones escolares. Ha sido precavido y llenó el depósito del coche cuando las gasolineras estaban aún abiertas, por lo que puede ir hasta el aeropuerto. Del avión ya no está tan seguro, no sabe si el suyo saldrá o estará cancelado. Otro problema será si los manifestantes han bloqueado la autopista. Juanjo tiene dos hijos, de tres y cuatro años. La semana pasada, al acompañar a los críos al colegio como cada mañana, se encontró con que las puertas del centro estaban cerradas sin previo aviso. Tuvo que regresar a casa. Por suerte, su empresa le dio el día libre. "Esta situación cansa, a ver si a mi vuelta, todo está más tranquilo" exclama.