Cuando ayer le imponían el birrete de doctor honoris causa de la Universidad Católica de Valencia al cardenal Antonio Cañizares, su padrino le advirtió en latín: "Recibe el birrete con borda roja para que con él no sólo sobresalgas sobre los demás en dignidad, sino que también estés protegido para la lucha". Y a eso, a la lucha retórica, se lanzó el purpurado de Utiel en un duro discurso posterior en el que condenó "la noche oscura del ateísmo colectivo de nuestro tiempo" y la "fuerte quiebra de humanidad" de una sociedad que tiene "unas aspiraciones o ideales prevalentes como bienestar, dinero, sexo, evasión, el goce narcisista, el vivir 'bien' y 'disfrutar', el consumo y el gozar del cuerpo y de la vida en libertad omnímoda, y la permisividad", mientras que "Dios queda relegado a los márgenes de la vida" en un "abandono" que, a su juicio, es "el acontecimiento más grave de estos tiempos de indigencia en Occidente, al que no se le puede comparar otro en radicalidad y en sus gravísimas consecuencias deshumanizadoras".

Ante esta radiografía social entendida como "encrucijada", se preguntó Cañizares, "¿debo permanecer en silencio como un perro guardián que no es capaz de ladrar?". No, dijo. Callar no es el estilo del prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Y lo demostró en una alocución con dos pilares: el rechazo a que la religión se confine al ámbito estrictamente privado, y la defensa de que la Iglesia vertebre la sociedad y la vida pública.

Primero hubo una defensa corporativista. "La Iglesia, al ratificar constantemente la dignidad de la persona humana (...), utiliza como método propio el respeto a la libertad. Por eso previene contra el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es esa la índole de la verdad cristiana. De ahí que es preciso rechazar la acusación de que la Iglesia, cuando propone una doctrina sobre la verdad del hombre y la moral, sea un peligro para la democracia y una ahijada o incluso promotora del fundamentalismo", alegó.

Por contra, el cardenal de Utiel abogó por hacer penetrar la fe "en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política", aunque "esto no significa plantear una sociedad de cristiandad" ni utilizar "la imposición o el avasallamiento" propios de otros tiempos. "Nada más lejos que los procedimientos inquisitoriales, la manipulación, la intromisión abusiva o ilegítima, o los dogmatismos fundamentalistas. Que nadie piense que el Evangelio es impedimento para la libertad", zanjó. Y remachó: "La Iglesia no puede permanecer ajena a los problemas que se plantean en el campo social, cultural, económico, político, porque nada verdaderamente humano [...] le es ajeno", concluyó.

Un cardenal y nueve obispos

El acto de investidura, celebrado en el Palau de les Arts de Valencia "por razones de capacidad" y culminado con el Gaudeamus igitur, contó con la presencia del cardenal y arzobispo emérito de Valencia Agustín García-Gasco, y los obispos de Valencia, Zaragoza, Mallorca, Ibiza, Cartagena, Teruel, Albacete, y los prelados auxiliares de Madrid (Martínez Camino) y Valencia.

Camps pide que la democracia beba más de sus raíces cristianas

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, que estuvo en la mesa presidencial del acto, recogió el guante del cardenal y aseguró que "la democracia debe ser profundizada en las raíces y principios [de carácter cristiano] que la inspiraron". Además, Camps (que tras el encuentro se fundió en un abrazo con Cañizares, "un profeta en su tierra", dijo) añadió que "en pleno siglo XXI, cualquier persona responsable defiende la compatibilidad entre la Iglesia y la sociedad, entre la vida pública y la fe", así como "entre la ciencia y la religión" y "entre los conocimientos y los valores". Al acto asistió la presidenta de las Corts, Milagrosa Martínez, el líder del PSPV, Jorge Alarte y los consellers Font de Mora y Juan Cotino. Rita Barberá se sumó en el almuerzo posterior. p. c. valencia