La entrevista a Joaquín Farnós se desarrolla en su elegante hotel-balneario de Benicàssim. En un cálido salón, con unas espectaculares vistas sobre el Mediterráneo, las horas se pasan volando junto al político castellonense, que relata sus impresiones, vivencias y anécdotas junto a algunos de los protagonistas principales de la política nacional y autonómica en los últimos 35 años. Un gesto melancólico se dibuja en su rostro cuando rememora los años de la Transición, que ahora quiere plasmar en su libro «Vivencias y testimonios personales de la Transición».

Mucho se ha escrito sobre la Transición, un periodo que parece haberse mitificado, igual que sus protagonistas....

Corresponderá a los historiadores decir qué ha representado este periodo tras la dictadura del general Franco. Por antecedentes familiares, yo me creí en la obligación moral de arrimar el hombro. Contribuí a que en España recuperáramos algo que habíamos perdido, que era la democracia. Tengo que decir que los primeros que pusieron impedimentos a una solución normal fue la clase política, no el pueblo. El pueblo quería una democracia y nos llevó en volandas a los políticos. Para mí la transición la representa un momento puntual. Fue mi entrada como senador en las Cortes en Madrid. Me encontré asombrado, una avalancha de fotógrafos que se dirigía hacia mi persona. Me giré y estaba la Pasionaria. Tengo verdadera nostalgia de aquellos tiempos, de aquella convivencia política obligada por el pueblo.

Y todo pudo saltar por los aires con el golpe de Estado. ¿Cómo y dónde lo vivió?

Lo viví en la diputación. Todavía hoy no comprendo cómo no se pudo evitar. Unos días antes del golpe de Estado yo me reuní en Madrid con todos los presidentes de las diputaciones de UCD, porque el partido se desmoronaba. Me encontré con la gran sorpresa de que cuando llegué al hotel donde estábamos vino un periodista y me dijo que para qué nos reuníamos si dentro de un mes se iba a constituir el gobierno de concentración de Armada e incluso me dio el nombre de los ministros. Me dijo que estaba decidido y bendecido por las máximas autoridades de la Jefatura del Estado, que era el Rey. Me quedé muy sorprendido. Recuerdo que fui a comer con el que era gobernador civil de Castelló, Rafael Montero, y le pregunté si había oído algo y me dijo que para nada, que no se lo creía.

Pero no le dijeron que la vía sería la del golpe de Estado...

Uno lo podía intuir. Como presidente de la diputación salía a cenar asiduamente con militares amigos. Me decían que no íbamos por el buen camino y que se estaban cansando, hacían advertencias. Cuando ocurrió el 23-F, el gobernador militar de Castelló Vicente Navarro y el gobernador civil Rafael Montero, que eran íntimos amigos, estuvieron por lo menos una semana sin hablarse y tuve que actuar de mediador en el antepalco de Castalia para que se dieran un abrazo. Hubo una frase que se me quedó grabada de Adolfo Suárez. Me dijo: «Chico, he llegado aquí y no hay Estado, lo único que hay es un Ejército y no lo tenemos precisamente de nuestro lado».

¿Qué recuerdo guarda de Suárez?

Era un animal político. Tengo la vivencia de cuando fui a Madrid y me presenté a él como senador. Él me preguntó qué ambiciones tenía en política. Yo le dije que sólo aspiraba a ayudar a mi país. Suárez me preguntó: «¿No ambicionas mi sillón?». Le contesté que no y afirmó : «Tú no eres político, si fueras político de verdad querrías mi sillón».

Pero le obligaron a abandonar el sillón....

Hay una anécdota de cómo un teléfono pudo cambiar la historia de España. Adolfo Suárez tuvo por la mañana una reunión con el Rey, en la que éste, parece ser, le pidió que dimitiera. Por la noche, Suárez compareció en televisión para anunciar su marcha. Quien acompañó a Suárez al Palacio de la Zarzuela para presentar la dimisión definitiva fue Jaime Lamo. Según me ha contado Lamo, pararon en una esquina, antes de llegar a la Zarzuela, y Jaime pidió a Suárez que llamara a Abril Martorell, que estaba en Valencia, ya que era la persona que más influencia tenía sobre Suárez. Jaime recordó al presidente que estaba ahí por la Constitución y que había sido elegido por el pueblo, no como la primera vez que fue designado por el Rey a propuesta del Consejo del Reino. Desde el teléfono del coche llamaron a Abril Martorell pero no pudieron dar con él. Si hubieran existido los móviles, la historia habría cambiado.

¿Le habría convencido de que no dimitiera?

Es una de las preguntas que yo siempre me he hecho. Si había una persona capaz de convencer a alguien ése era Abril Martorell. Estoy seguro de que, al menos, le habría dicho a Suárez que esperara a que él fuera a Madrid antes de tomar una decisión. El gran retroceso de la Transición se produce en el momento de la dimisión histórica de Suárez, que sabía del riesgo de un golpe de Estado.

La UCD se desmoronó y usted impulsó Convergencia Castellonense, inspirándose parcialmente en la Convergència catalana....

Fue en 1982, desde la diputación, donde reuní a los alcaldes de UCD de la provincia. Nos registramos como asociación cultural porque renunciamos a ser un partido político. Convergencia Castellonense intentó extenderse al ámbito autonómico para crear Convergencia Valenciana. Llegamos a un miniacuerdo, pero Valencia, José Luis Manglano, dijo no.

¿Era un movimiento de corte nacionalista?

No era de corte nacionalista sino regionalista, queríamos una oferta política que se enganchara a un partido nacional. Luego tuve una reunión con Fraga y le dije que me iba a afiliar en AP pero con dos condiciones: que centrara el partido y que incluyera la defensa de las señas de identidad, sin llegar al nivel de catalanes o los vascos.

Y recaló en un partido regionalista como Unió Valenciana...

Entré a través de un congreso de AP en Castelló que supuso el primer enfrentamiento entre Carlos Fabra y José María Escuín. Fabra me pidió ayuda para controlar el partido en la provincia. Le dije que sí, que le iba a ayudar porque creía que hacía falta un cambio. En ese congreso todo el ataque fue contra mí y no contra Carlos Fabra. Decían que todos los de UCD que habían recalado en AP queríamos hacernos con el partido. Acuñaron el descalificativo «exucederos» . Incluso me abollaron el coche y decidí abandonar el partido. Siendo diputado en las Corts me pasé a UV. También me fui porque tenía la convicción de que AP tenía su techo y estaba demasiado escorado a la derecha. Además, pensaba que desde una fuerza regionalista podríamos conseguir más cosas para la Comunitat.Mis amigos me preguntaban cómo había podido recalar en un partido «blavero», pero yo intenté ejercer de caballo de Troya en UV para que no primara tanto a Valencia.

Pero Unió Valenciana acabó también desmoronándose...

Hubo un momento en que pudo cuajar como partido. Fue la posibilidad de que González Lizondo, que era todo un personaje, pudo ser alcalde de Valencia. Rita Barberá le ganó por un solo concejal. Si llega a ser al revés, UV sería hoy un gran partido en la Comunitat Valenciana.

Luego llegó la llamada de Zaplana...

Yo estaba alejado de la política por un problema de salud. Un día me llamó Zaplana y me pidió que acudiera a un acto del PP. Me lo volví a encontrar en el acto de toma de posesión de Fabra como presidente de la diputación. Cuando llegué a casa tenía una llamada de Zaplana que quería comer conmigo en Valencia. Me dijo que quería que fuera conseller de Sanidad y, pese a la opinión en contra de mi familia, acepté. Fue muy insistente. Fue una decisión personal de Zaplana y no respondió a la cuota de consellers de Castelló.

Como conseller de Sanidad implantó el «modelo Alzira», la gestión privada de los hospitales, que generó controversia pero que se ha extendido...

Cuando llegué a la Conselleria vi que había 57.000 enfermos esperando una intervención. Hubo una resistencia tremenda por parte de la izquierda y, sobre todo, de los sindicatos. Incluso fui agredido. El modelo Alzira conjuga mejorar la productividad de los hospitales con criterio de empresa sin disminuir la calidad sino aumentándola y reduciendo el coste. Lo conseguimos adjudicando la gestión a una empresa privada, como si fuera una autopista, con la diferencia de que en la autopista los coches pagan mientras que los enfermos de Alzira reciben el servicio gratis. Si me hubiera quedado, habría extendido el modelo de Alzira a todos los hospitales.

¿Qué opinión le merece Zaplana?

A lo largo de mis más de 30 años en política, creo que uno de los mejores políticos que ha tenido este país es Eduardo Zaplana. El día que José María Aznar lo nombró ministro de Trabajo dije que era un error porque en política es mejor ser cabeza de ratón. Aunque nadie se imaginaba el atentado del 11-M, que sacó fuera del poder al PP, Zaplana se equivocó yéndose a Madrid. Él tenía sus esperanzas de ser el sucesor de José María Aznar. Como mínimo, estoy convencido de que le propusieron ser vicepresidente del nuevo Gobierno.

¿Le confesó alguna vez su ambición de ser presidente?

Siendo ministro, todos los ex consellers tuvimos una comida con él y hablamos de esas posibilidades. Él no dijo que no. Admitió que sería algo impresionante para él ser presidente de España. Qué político no tiene esa ambición.

¿Y cómo definiría a Fabra?

Carlos Fabra más que una frase se merecería un libro por mi parte. ¡Sé tanto de él...! Lo tuve como paciente en el Termalismo, después de un accidente de moto, y su padre fue abogado mío. Fabra es un animal político. Le voy a contar una anécdota. La noche que ganó las elecciones en Castelló, la diputación y las autonómicas, yo cené con él y su esposa. Le dije: nunca nadie en la provincia ha tenido el poder que tú tienes, ni siquiera en la dictadura con los gobernadores civiles, ni tampoco tu padre. Y le di un consejo: el poder es muy difícil de gestionar, adminístralo bien. Creo que se ha equivocado en su gestión de poder. Eso no quiere decir que sea mal político. Todo lo contrario.

Y además está su tema judicial....

Los temas judiciales han de resolverlos los jueces y hay que respetar la presunción de inocencia. Él mismo con sus frases ha desencadenado reacciones mediáticas que creo que le perjudican. Estoy convencido de que él no necesita hacer ninguna tropelía judicial. Le ha podido más su personalidad, ese poder tan absoluto. Sólo por haber impulsado un aeropuerto ha valido la pena su gestión, aunque yo tampoco hubiera permitido ninguna estatua que pudiera representar el más mínimo homenaje hacia mi persona.

«Es tan inconstitucional la cláusula Camps como el Estatut de Cataluña»

Reivindica los valores de la Transición y, sin embargo, con el tiempo, se ha mostrado crítico con algunos de los consensos alcanzados en aquella época, como el modelo autonómico...

Aquel consenso tuvo un coste político. Fue una transición con complejos, fruto de la cual es el título octavo de la Constitución sobre las autonomías. Uno no comprende que España sea una nación dividida en regiones y nacionalidades. ¿Por qué esa distinción? ¿Qué diferencia histórica hay, por ejemplo, entre Cataluña y Valencia? Cataluña fue un condado y Valencia un Reino. Por no hablar de la trayectoria histórica de Castilla o Navarra. Con la excusa de las señas de identidad se cometió un error al distinguir entre regiones y nacionalidades. Ello dio lugar a dos vías de acceso a la autonomía, una de primera división y otra de segunda.

Para el Estatut valenciano se optó por la vía de la segunda división previsto para las autonomías «no históricas»...

Hicimos lo que pudimos y tampoco se podía ejercer demasiada fuerza porque si se rompía algo se rompía todo. No nos quedó más remedio que aceptar ese estatuto. Era muy difícil adoptar posturas de intransigencia, había que dialogar mucho. A pesar de tener pesos pesados en el gobierno, ni más ni menos que Fernando Abril Martorell, asumimos la vía de la autonomía de segunda división porque si se nos daba la primera vía había que dársela al resto de comunidades. Insisto en que fue un inmenso error establecer divisiones.

¿Y qué le parece la denominada «cláusula Camps» en la reforma del Estatut?

No estoy de acuerdo. Hay juristas que han dicho que la cláusula Camps es tan inconstitucional como el Estatut de Cataluña y yo lo comparto. Si Camps pide lo mismo que el Estatut catalán entra en un territorio de ataque frontal a la Constitución. La cláusula Camps es anticonstitucional.

Usted participó en la gestación de la autonomía valenciana como miembro de la Asamblea de Parlamentarios del Consell y como ponente del Estatut. Todo en una coyuntura muy convulsa, en plena batalla de Valencia. ¿Cómo fue ese proceso?

Nos adelantamos a lo que iba a ser el Estado de las autonomías recogido en la Constitución y se crearon las preautonomías. Por cierto, en el decreto de preautonomía aparece el término País Valenciano y con el tiempo hemos sabido que los autores fueron Ximo Muñoz Peirats y Francisco de Paula Burguera. Tuve que intervenir en el Senado contra estos términos para oponerme en nombre de UCD a la federación de comunidades autónomas, porque habríamos llegado a los Països Catalans. Respecto al Consejo, era algo más simbólico que real porque apenas manejaba un presupuesto de 200 millones de pesetas. En cuanto a la Asamblea, fue algo difícil porque se dividió en dos grupos: unos valencianistas y otros catalanistas. La palabra que definió aquella situación fue «hui» y avui». Unos decíamos «hui» y los otros gritaban «avui». Hay que ver en qué tonterías caímos. Yo mismo tuve un día dificultades para salir del salón y me tuvieron que acompañar los guardaespaldas porque el palacio estaba tomado por valencianistas y catalanistas.

Valencia acabó imponiendo sus símbolos a Castelló y Alicante....

Había un resquemor en las provincias más pequeñas de que pudiera generarse un centralismo autonómico más peligroso que el que había ejercido Madrid en la dictadura. Entre Castelló y Alicante había pavor a caer en un centralismo valenciano, que después se ha visto reflejado muchísimas veces. Surgió el tema de los símbolos, sobre todo la bandera y el himno regional. En Castelló, en las fiestas de la Magdalena, la gente cantaba «sense blau» porque la «senyera» con la franja azul es un privilegio que otorga Jaume I a la ciudad de Valencia. Hubo mucho resquemor hacia la bandera porque podía verse como un signo del dominio de Valencia sobre Castelló y Alicante. También recuerdo las pitadas que recibía el himno regional en la plaza de toros de Castelló. Todo esto se tuvo que negociar dentro de UCD con la coordinación de Manuel Broseta y, por encima, Abril Martorell. Llegamos a un acuerdo. Castelló y Alicante cedimos en los símbolos a cambio de que las tres provincias tuvieran cada una 25 diputados.

Pero después lo han cambiado....

Sí, ahí hemos salido perdiendo. Como siempre, cuando te descuidas, Valencia se come a Castelló y Alicante juntitas.