El escritor y filósofo Miguel de Unamuno (1864-1936), tal vez el intelectual más crítico con la realidad política de la España de su tiempo, fue el columnista de referencia de El Mercantil Valenciano (EMV) desde 1917 hasta que el general dictador Primo de Rivera le desterró a Fuerteventura en febrero de 1924. El que fue nombrado y destituido en tres ocasiones rector de la Universidad de Salamanca, se convirtió en el látigo de las contradicciones y miserias del régimen de la Restauración borbónica desde la primera plana de la cabecera histórica de Levante-EMV.

La firma del hombre que osó desafiar en plena Guerra Civil al mismísimo «novio de la muerte», el general Millán-Astray, al grito de «Venceréis pero no convenceréis», rubricó durante siete años la columna de apertura de la edición dominical del rotativo valenciano más perseguido por el restauracionismo al ser la voz del republicanismo moderado en el Cap i casal.

Sus críticas desde la tribuna del diario que entonces dirigía Tomás Peris Mora al corazón del sistema político creado por Cánovas del Castillo, el rey Alfonso XIII y la reina madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, le llevaron al banquillo de los acusados de la Audiencia de Valencia tras denunciar el fiscal de la Casa Real por «injurias a la Corona» tres artículos publicados entre 1918 y 1919.

A pesar que los escritos que indignaron a la Familia Real —«El archiducado de España», «irresponsabilidades» y «La soledad del rey», fueron denunciados el mismo día de su aparición, el juicio no se celebró hasta el sábado 11 de septiembre de 1920, casi dos años después de la aparición del primero.

El proceso, que recayó en la Sala de vacaciones de la Audiencia, se celebró a puerta cerrada y ese mismo día quedó visto para sentencia. El fiscal reclamaba para el catedrático 24 años de cárcel y una multa de 1.500 pesetas — ocho años y 500 pesetas por cada uno—. Cinco días después, el tribunal daba a conocer el fallo en el que condenaba a Unamuno a 16 años de prisión mayor y a 1.000 pesetas de multa por injuriar al monarca y a la exregente en los dos primeros artículos,mientras por el tercero le absolvía. Además, le imponía las costas a descontar de su sueldo de la universidad.

No obstante, en la misma sentencia se hacía constar que no se iba a ejecutar al quedar bajo los efectos de un real decreto de indulto sobre delitos de imprenta dictado un año antes. Pese a ello, el pensador vasco rechazó la medida de gracia y recurrió el fallo al Tribunal Supremo.

Un estorbo para la Corona

El profesor David Robertson de la Universidad de Stirling, en Escocia, destaca en un estudio sobre la obra periodística de Unamuno que éste «estaba convencido de que la intención de una sentencia tan severa era hacerle callar mientras que con el indulto el rey se hacía una imagen favorable».

En este sentido, Robertson, cita un fragmento de la correspondencia privada del escritor para apoyar este sentimiento de persecución: «... había el propósito de indultarme y que el rey apareciese magnánimo, y el de amenazar para posible reincidencia. Y se me condenó para que se me indultase».

Unamuno había comenzado a ser un serio estorbo para el Gobierno y la dinastía en 1914, tras el estallido de I Guerra Mundial. La declaración de neutralidad por parte de España y la negativa del régimen a identificarse con los aliados llevó al entonces rector de Salamanca, que para nada era un profesor «encerrado en la torre de marfil » de su cátedra, relata Robertson, a cuestionar en público un régimen compuesto por «una oligarquía de intereses rurales y financieros, que se mantenía en el poder gracias a una desvergonzada corrupción electoral y, cuando hacía falta, con el peso del ejército».

La primera consecuencia de las críticas de Unamuno contra las simpatías de la Corona y el ejército para con la causa alemana le costó su destitución fulminante como rector por orden del ministro de Educación, José Bergamín, y del propio monarca. La degradación fue contraproducente, pues el profesor redobló sus artículos en prensa con el fin de compensar la reducción de su salario. «Su fama nacional e internacional le hacían intocable y, además, era imposible hacerle callar», añade Robertson.

El escritor y el periódico valenciano cruzaron sus caminos en 1917, al encontrarse ambos en el lado de la trinchera de la causa aliada. Ese año, las potencias centrales habían lanzado un férreo bloqueo de puertos como el de Valencia, donde se abastecían los aliados. Nada más contrario a la línea editorial de El Mercantil, que era un firme defensor de los intereses valencianos, especialmente la exportación naranjera, vinícola y arrocera. Así, hace ahora 94 años, este periódico abría en portada con el artículo «La tiranía alemana en el puerto de Valencia» en el que denunciaba «la piratería tudesca contra la marina mercante española».

Robertson insiste en que Unamuno fue condenado por «airear» en los dos artículos denunciados «comentarios altamente conflictivos: los papeles públicos y privados de la Familia Real en el contexto de la guerra europea». Especialmente, los irrisorios siete barcos alemanes aceptados por España al final de la Gran Guerra como compensación alemana por los daños causados a la flota mercante española durante la contienda.

El investigador cita una información de «The Times» que en septiembre de 1916 recalcaba que Alemania había destruido 50.000 toneladas de barcos españoles, una tercera parte de la flota civil. En las columnas por las que fue castigado, Unamuno alude a otro artículo de este diario británico en el que se asegura que Alemania solicitó «la ayuda de la reina madre durante unas negociaciones que solo pueden ser desastrosas para España».