«Todo estaba paralizado y una acción militar como la del sargento Carlos Fabra Marín (Chella, 1904) acabó con aquella calma tensa, fue la espoleta que hizo que partidarios y contrarios a la sublevación, reaccionasen», apunta el historiador José A. Vidal Castaño. Su actuación en la noche del miércoles 29 de julio de 1936, en la que tras un tiroteo en la Sala de Banderas del Batallón de Zapadores de Paterna, detuvo a los oficiales que se habían sublevado, precipitó el asalto a los cuarteles de la Alameda tres días después.

José A. Vidal lleva varios años, desde que se jubiló como profesor, investigando la figura de este suboficial. «Aquella acción convirtió a Fabra —explica— en un mito popular de la República, donde fue ensalzado como un valiente y considerado como el único que se había enfrentado con las armas en la mano a la sublevación». El historiador ha plasmado su esfuerzo en una tesis doctoral, «El sargento Fabra y su tiempo», que acaba de concluir y en la que aporta aspectos poco conocidos sobre el «azaroso destino» de este héroe del pueblo que murió en el exilio en Francia en 1970.

Bajo el titular «Sangriento suceso en el cuartel de Zapadores de Paterna. Valerosa actuación de un sargento», El Mercantil Valenciano informaba el viernes 31 de lo ocurrido. Fabra, pistola en mano, y con el apoyo del cabo Arolas y los soldados Vicente Carbonell, de Borriana, y Jesús Gómez, de Albarán (Murcia), que iban armados con fusiles, se presentó en la Sala de Banderas, donde estaban reunidos los oficiales rebeldes. Ante la intención de Fabra de detenerlos, éstos respondieron a tiros.

En el tiroteo murieron el capitán Costa, el teniente Paredes y el alférez Mir, resultando heridos el comandante Pérez Ruiz y el alférez Bernabé. Entre los leales a la República cayeron heridos el cabo Arolas, con un tiro en la mejilla izquierda, y el soldado Carbonell, «herido también de gravedad en la cara», destaca la cabecera histórica de Levante-EMV.

José A. Vidal destaca que el sargento «no actuó irreflexivamente», ya que al conocer los planes de sus superiores, que pretendían sacar el batallón a la calle para reunirse con los sublevados en los cuarteles de la Alameda, «alertó al gobernador civil, pero al ver que éste no hacia nada, decidió pasar a la acción».

Las milicias populares de Paterna y Benimàmet rodearon el cuartel, pero contrariamente a la que se ha afirmado hasta ahora, el historiador asegura que éstas no asaltaron el batallón, sino que «fueron los soldados quienes les abrieron las puertas». El sargento, concluye, «evitó una matanza al detener a los sublevados y entregarlos a los guardias de asalto», que llegaron desde Valencia en cuatro autobuses, «pero no pudo impedir que los milicianos se incautaran de armas que luego servirían para asaltar los cuarteles de la Alameda». La mayoría de los oficiales detenidos, concluye, «fueron fusilados días después sin formación de causa». Finalmente, tras la guerra, las nuevas autoridades franquistas «procesaron a más de 20 personas por esta acción en defensa de la legalidad republicana, muchas de las cuales fueron fusiladas o acabaron en la cárcel, excepto las que se exiliaron como el sargento Fabra».