Es desordenado e inquieto, se despista en clase, deja sin acabar sus tareas para centrarse en otras cosas, es impulsivo… El niño que responde a estas características es un posible caso de síndrome por déficit de atención con o sin hiperactividad, un trastorno del comportamiento (que no enfermedad, como suele pensarse) que afecta a entre el 3 y el 5% de los escolares, con mayor incidencia entre los varones. Visto desde otra óptica estadística, hay uno por cada clase y, además, existe una tendencia al incremento de los problemas de hiperactividad y falta de atención entre los menores valencianos, según recoge el último informe del Observatorio de Salud Infantil y Perinatal publicado por la Conselleria de Sanidad.

Si no se actúa a tiempo, son niños llamados a engrosar las listas del fracaso escolar o a presentar problemas de socialización. Evitarlo está en manos tanto de los padres como de los profesores. Por ello, en la formación de los futuros docentes está adquiriendo cada vez mayor importancia el aprendizaje de estrategias, especialmente metodológicas, orientadas a abordar este tipo de conductas.

«El profesor en el aula debe estar formado en la detección e intervención en este tipo de problemas. Un niño con TDAH necesita una adaptación metodológica antes que curricular y eso lo debe saber un maestro», explica Ángela Serrano, directora de Departamento de investigación de la Universidad Internacional Valenciana. Pero, junto a la detección temprana, también es fundamental evitar un diagnóstico precipitado y erróneo, ya que en muchas ocasiones se tiende a confundir el déficit de atención con la hiperactividad. «El primero, el déficit de atención sin hiperactividad (TDA), se caracteriza por la dificultad en mantener la atención sobre los hechos o estímulos. El segundo, el déficit de atención con hiperactividad (TDAH), es un trastorno del comportamiento que presenta una excesiva actividad motora y que correlaciona con un problema de atención», detalla Ángela Serrano, al tiempo que recuerda que el más habitual en la escuela es el TDA.

En este sentido, Ángela Serrano, que también es coordinadora del Máster de prevención e intervención psicológica en problemas de conducta en la escuela de la Universitat Internacional Valenciana, hace hincapié en que no todos los niños que presentan un problema de atención tienen asociado un problema de hiperactividad e insiste en la importancia de un «diagnóstico acertado y no apresurado de las conductas escolares».

Motivar y no etiquetar

Y es que algunos de los problemas de atención de los escolares están relacionados con la falta de una metodología motivadora por parte de algunos profesores. Según Serrano, «un profesor debe aprender no sólo a transmitir conocimientos, sino a enamorar a los alumnos con lo aprendido; únicamente así logrará centrar su atención. Porque un alumno que no aprecia lo que recibe es un alumno desmotivado, que se dedicará a jalear en clase».

Éste es otro de los aspectos que también abordan los nuevos títulos formativos para docentes, dotándoles de herramientas para favorecer la interacción con los alumnos, el desarrollo de sus habilidades sociales o la inteligencia emocional, así como estrategias para la prevención, detección y resolución de problemas en las aulas. Precisamente uno de ellos podría ser la hiperactividad, que genera un problema conductual que guarda relación con el trastorno negativista desafiante y con problemas de convivencia escolar y que, sin duda, afecta la convivencia del niño a nivel escolar y familiar. No obstante, la experta se muestra cauta respecto a esta afirmación e insiste en la importancia de evitar etiquetar como problemático al niño tanto por parte de la familia como por el mismo profesorado y en la necesidad de que el diagnóstico lo realice un especialista. Sin embargo, detalla un ejemplo orientativo: «Algunas conductas que los padres observan durante los primeros años son que el niño no se centra en ningún juego ni consigue focalizar su atención en un juguete concreto durante un corto periodo de tiempo. Más tarde observan que no sigue las rutinas diarias y tiene dificultad en realizar las tareas. En la edad escolar llaman continuamente la atención de profesores y compañeros, les cuesta finalizar las tareas e interrumpen frecuentemente el desarrollo normal de la clase. Cerca de la pre-adolescencia se hacen más notorios los problemas de impulsividad, que se van convirtiendo en alteraciones de la convivencia con compañeros, profesores y padres».

Ante un caso de estas características, ¿cómo debe actuar el profesor? A la detección temprana se une la utilización de estrategias atencionales por parte del docente y la intervención sobre el control de los impulsos, que ayudarán al niño a actuar en clase de manera normalizada: «El maestro debe tener presente que, en la medida que el niño vaya consiguiendo la automatización e interiorización de hábitos y tareas, estará realizando una adaptación metodológica necesaria para poder desarrollar un currículo con garantías de progreso académico».

El uso de estrategias para mantener la atención selectiva del alumno, el empleo adecuado de refuerzos como la economía de fichas o la utilización metalingüística del lenguaje en el uso de reprimendas, sanciones y castigos son algunas de las técnicas que los profesores deben manejar para tratar con estos alumnos.

«Los padres han de ser conscientes de que la mejora cuesta»

Ángela Serrano es contundente: es fundamental el compromiso de los padres en este tipo de trastornos. «Los padres deben ser conscientes de que la mejoría en el comportamiento del niño supone esfuerzo, dedicación y tiempo. Una intervención exitosa será el resultado de estar abiertos a la colaboración con los especialistas y ser constantes en su dedicación y apoyo», afirma esta experta. Firmeza en los hábitos de conducta y aprender a controlar la impulsividad de sus hijos son los dos consejos clave para los padres de estos niños. Además, como recuerda Ángela Serrano, si el padre tiene la sospecha de que su hijo presenta indicadores del trastorno «debe buscar la ayuda de un profesional cualificado para ello, un psicólogo o un educador».

Algunos de los indicadores de estos trastornos son la dificultad para mantener la atención, para atender selectivamente, para describir situaciones concretas, para dar respuesta de forma ordenada ante estímulos complejos, la actividad motora excesiva o inapropiada, la dificultad para acabar tareas ya empezadas o para mantenerse sentados y/o quietos en una silla, así como, la presencia de conductas disruptivas (en especial con finalidad destructiva). Son también excesivamente impulsivos: dicen siempre lo que piensan, no controlan sus respuestas. No pueden dejar de hacer las cosas que les gusta en primer lugar y aplazan los deberes.