España acumula 27,5 millones de hectáreas de zonas forestales, más de la mitad de su territorio. La mayoría es, sin embargo, zona arbolada y matorral donde al igual que ocurre en la Comunitat Valenciana con el Pinus halepensis, existe una especie dominante, muy poca diversidad vegetal y una enorme «fragilidad» que hace de estos ecosistemas víctimas fáciles de los incendios o las plagas.

El Centro para la Investigación y la Experimentación Forestal (CIEF) de la Conselleria de Infraestructuras, Territorio y Medio Ambiente proyecta invertir esta realidad y conseguir pequeñas áreas forestales que alberguen especies tan exigentes como el tejo y el quejigo apoyándose, como principal instrumento, en los procesos presentes en la propia naturaleza: sin «mantenimiento» y altamente eficaces.

Toni Marzo, director del Banco de Semillas del CIEF, explica que en el ámbito forestal la Comunitat Valenciana es «heredera» del abandono de cultivos que se produce a finales de los sesenta. «Se ha generado una formación vegetal dominada por muy pocas especies y altas densidades de pinar en las que no hay lugar para otras especies y donde el propio pino crece con dificultad. La sucesión hacia estadios más maduros de la vegetación no avanza o lo hace con tal lentitud que antes llega un incendio forestal y corta de raiz un proceso que en el mejor de los casos se reinicia con una regeneración natural que da como resultado una nueva alfombra de pinos. Es como un bucle eterno del que nunca salimos», explica Marzo.

El CIEF quiere romper esta inercia mediante el proyecto denominado «Creación de núcleos de dispersión y reclamo» con el que pretende introducir o reforzar la presencia de determinadas especies arbóreas y arbustivas de elevado valor ambiental.

El proyecto, que recoge lo mejor de las investigaciones realizadas en especies rebrotadoras y facilitadoras desarrollados por el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo y el Centro de Investigaciones sobre Desertificación del Centro Superior de Investigaciones Científicas, respectivamente, va más allá de una repoblación que en el caso de estas especies, tan exigentes, está condenada muchas veces al fracaso.

«Lo que hacemos es introducir especies que resultan claves para para la dinámica autónoma del ecosistema. Intervenimos, sí, pero a partir de ahí el trabajo es de las plantas y del ecosistema que generan».

El secreto está en incrementar la interacción entre las especies mediante la introducción de plantas «facilitadoras» que favorecen determinados procesos. Hay especies muy delicadas que necesitan sombra mientras otras dependen de la luz que dejan pasar los pinos. Resulta impensable, valga la hipérbole, dejar a un agente forestal con sombrilla junto a la planta cuando hay especies que pueden hacer esta función.

Además, a veces es necesario proteger los retoños del ganado, para lo que algunos vegetales aportan sus propia estrategia con repelentes o disuasorias espinas. Y deben ser capaces de rebrotar después del incendio para que el complejo entramado no se venga abajo si las llamas destruyen el bosque.

Muchas de las especies elegidas son capaces de «ahuyentar» a los pinos, aportan flores que llaman a abejas que polinizan, frutos que atraen a las aves, que defecan a su vez semillas de otros lugares, facilitan la germinación y la diversidad de especies... y así, interacción tras interacción, hasta alcanzar un ecosistema perfecto.

El resultado de este complejo entramado que se experimenta ya en el parque natural de Chera-Sot de Chera será acelerar la transformación hacia formaciones boscosas más maduras y también mejor adaptadas al cambio climático.