La carrera de Fernando Villalonga Campos (Valencia, 1960) es un ir y venir cruzando el charco. Esta vez el camino es de vuelta. Regresa de Nueva York, donde ha ejercido como cónsul general de España desde 2008, para dirigir el Área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid, esto es, para encargarse de toda la gestión de la política cultural. La nueva alcaldesa Ana Botella se ha amparado en la Ley de Grandes Ciudades para nombrar como integrante del gobierno local a un concejal no electo, a un amigo y persona de confianza para la nueva etapa que se inaugura en el consistorio de la Villa y Corte. Villalonga sustituye a Alicia Moreno Espert, quien ha presentado su dimisión tras la marcha de su mentor, Alberto Ruiz-Gallardón, al Ministerio de Justicia.

El nombramiento de quien fue primer conseller de Educación y Cultura con el PP, por decisión de Eduardo Zaplana, se produce justo cuando estaba a punto de cambiar de destino para convertirse en embajador en Roma o subsecretario del Ministerio de Exteriores. "Soy joven y para mí esta responsabilidad es un reto apasionante que se me plantea", explicó ayer Villalonga a Levante-EMV-diario en el que ha publicado diversos artículos como colaborador- poco después de hacerse pública su designación.

"Excelencia y modernidad"

Para el nuevo responsable de Cultura de Madrid ha sido determinante que la alcaldesa "me ha dado total libertad de actuación, manos libres para gestionar sin ninguna directriz política de acuerdo con criterios profesionales y creativos". "Sólo me ha pedido que busque la excelencia cultural y la modernidad", agregó el responsable de las Artes de Madrid. Este diplomático de carrera y licenciado en Derecho destaca la calidad humana de la que ya es su jefa. "Ana es fantástica en el trato directo, educada y muy respetuosa", comenta quien ha tenido varios cargos con responsabilidades en la gestión cultural. No en balde ha sido presidente de la Fundación Telefónica, puesto del que dimitió en 2001. Antes, como Secretario de Estado de Cooperación Internacional y con Iberoamérica, tuvo a su cargo la Casa de América o el propio Instituto Cervantes. El entonces presidente Jose María Aznar lo nombró para ese puesto.

Cuando fue llamado por Eduardo Zaplana en 1995 dejó el cargo de director del Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI) en Buenos Aires, donde llegó en 1992. Este nuevo capítulo en su trayectoria política en el Partido Popular -al que se afilió en 1992- lo desarrollará en una ciudad, Madrid, con gran proyección al ser "una de las capitales culturales europeas".

La crisis que ahoga a las arcas públicas es un grave inconveniente para cualquier labor de gestión, pero Villalonga considera que tendrá como aliada la circunstancia de que las tres Administraciones públicas -ayuntamiento, Comunidad de Madrid y Gobierno- son del mismo color político. Eso ayudará a generar "sinergias" en el uso de recursos, explicó quien se muestra convencido de que contará con la colaboración de todo el mundo de la cultura.

Un liberal con pedigrí, vocación cosmopolita y enemigo del dogma

Zaplana conquistó el Palau con la proclama "Un liberal para el cambio", un grito metódicamente modulado para no levantar recelos entre la clásica derecha a la que le había robado la cartera. Una vez instalado, se percató de que por aquel entonces el PP no iba sobrado de liberales. Y decidió "importar" desde Buenos Aires a un joven diplomático de 35 años llamado Fernando Villalonga, ungido por la bendición de Aznar. Quienes estudiaron Derecho con él -y tuvieron a Carmen Alborch de profesora- confirman que la fama de brillante que le adorna no es una etiqueta baladí. Tampoco es una invención la formación liberal y cosmopolita que conforman su personalidad. Un acervo que mamó en casa y se ha ido macerando en todos estos años de responsabilidades en el extranjero. Su abuelo Ignasi Villalonga, destacado prohombre de la burguesía valenciana y cofundador del Banco de Valencia, era uno de esos tipos que rompen el molde que constriñe a su entorno. Como Fernando. Esa tradición familiar de una derecha abierta y sin la más mínima duda sobre la unidad de la lengua eran un salvoconducto para que el nieto fuera el encargado de lidiar con la fiebre secesionista de Unió Valenciana, socia del PP. Tuvo que hacer concesiones y sufrió por ello los embates de unos y otros. Pero salió vivo. Su gestión, con la perspectiva del tiempo, ha ganado muchos enteros.