El historiador burrianense Norberto Mesado lo tiene claro, el abuelo el rey Juan Carlos I, es hijo de una mujer de les Alqueries y no de la reina María Cristina como ha dejado escrito la Historia. A esta controvertida cuestión, que siempre dieron por buena los más mayores de esta pequeña localidad de la Plana Baixa, intenta dar respuesta el historiador burrianense Norberto Mesado en su obra «Adela Lucía. La última amante del rey romántico. Entre la historia y la leyenda», que ha publicado recientemente la Diputación de Castelló.

El que fuera director del Museu Arqueològic de la Plana Baixa decidió hace más de una década investigar y estudiar la vida de una misteriosa mujer considerada por unos una gran señora y por otros una fulana. Una recopilación de documentos históricos y personales sobre Adela Lucía Eduarda de la Santísima Trinidad Almerich Cardet (1854-1920) a los que ha tenido acceso Levante de Castelló.

«Aquí en Burriana siempre se había contado la historia de Adela, pero nunca había trascendido más allá del saber popular», comentó ayer Mesado, quien era conocedor, como lo habían sido los más mayores de Vila-real, Alqueries y Burriana, de una historia que había pasado por varias generaciones a través de la tradición oral, pero que no se sustentaba en documentos escritos. Fue en el año 2000 cuando recibió una carta de la hija de su gran amigo el erudita valenciano Eduardo Ranch en la que le comunicaba que poseía unas cartas que podían ser de su interés.

Se trataba de tres misivas que una tal Adela Alberich le había escrito al que fuera su último amante, un rico terrateniente burrianense, Francisco Fenollosa Prior. Fue entonces cuando Mesado decidió averiguar quién era realmente Adela. Para ello, entrevistó a los vecinos de más avanzada edad de les Alqueries, que ya han fallecido, y todos estuvieron de acuerdo en afirmar que fue durante años la amante del rey Alfonso XII. Sus confesiones no quedaron ahí y en voz baja y con sigilo le aseguraron que hubo un cambio de bebés y que realmente Adelita, la que era considerada como su hija, lo era de la reina María Cristina, ya que el hijo de Adela fue entregado a la corte real para pasar a la posteridad como Alfonso XIII.

«La gente con cierta edad, de les Alqueries que llegó a conocer a la propia Adela, pero sobre todo a su hija, me contaron la historia de que Alfonso XII se quedó prendado de una joven guardabarreras bellísima, Adela, cuando el séquito real paró a la altura de la denominada estación del Norte -actualmente la estación de Burriana y Alqueries-. A partir de entonces se convirtió en su amante y Alfonso XII mandó a su marido un rico hombre de Vila-real a la guerra de Cuba, donde murió, ya no regresó nunca más». El historiador considera que hay cierta leyenda en el modo en el que se conocieron, que posiblemente no fue cuando ella estaba de guardabarreras si no años después cuando frecuentaba círculos influyentes gracias al estatus de su marido, un adinerado vecino de Vila-real, Matías Cantavella. Lo que sí da Mesado por cierto, como demuestra la documentación facilitada por un reconocido historiador cubano, es que Cantavella falleció en la guerra de Cuba «como un hombre soltero».

Pacto del Pardo

Disparidad de relatos que despertaron la curiosidad de este reconocido historiador de Burriana que decidió atar hilos. Para Mesado la clave que demuestra que sí hubo un intercambio de bebés está en el Pacto del Pardo, del que los historiadores de la época no supieron explicar su contenido por el enorme secretismo que lo rodeo. Mesado refrenda la hipótesis de que fue allí fue donde se tomó tal decisión tras morir Alfonso XII, «ya que la reina María Cristina tenía dos hijas, las infantas, y se quedó embarazada antes de morir Alfonso XII sin asegurar la descendencia de un varón, así que se dicen que Cánovas del Castillo, ante la amenaza de republicanos, liberales y carlistas se reunió con Sagasta para darle el mando y eso fue a cambio de que guardase tal secreto». Tras esta decisión, «Adela será desterrada a Barcelona por la reina regente y se irá acompañada de una criatura que prácticamente nadie sabía quien era, y de un pequeño séquito de criadas», recoge este historiador en su nuevo libro.

«En una de las entrevistas a Lola Serra, descendiente de una prima hermana de Adela, cuenta que Alfonso XII había muerto en los brazos de Adela y si miramos la historia se dice que estando ya muy grave el rey, Cánovas le prohibió a María Cristina y a la reina Isabel II, su madre, entrar en la habitación, cosa inexplicable si no es porque el rey estaba acompañado por quien él más amaba», relata Mesado en su libro.

Adelita nunca supo de quiera era hija, «ya que su partida de bautismo deja en blanco los apellidos de sus padres y abuelos». La que ejercía como tal nunca le quiso confesar su más hondo secreto, así lo asegura una de las hijas de Adelita, Rosalía Fenollosa, quien vive en Barcelona, y guarda el diario personal de su madre, en el que esta muestra su angustia por la misteriosa historia que rodeó su vida, aunque da por verdadera la historia que narra Norberto Mesado. «Mi madre tenía un cerrojo en la boca, no quería recordar a mi abuela, porque ella también lo tenía. Muchas veces se le ponía de rodillas y le suplicaba que le dijese quién era ella, cosa que nunca consiguió saber», recuerda la nieta de Adela en el libro.

Y es que nunca tuvo respuesta a la pregunta de si ella era verdaderamente la tercera infanta de España a la que dio a luz María Cristina. En su lecho de muerte en el Hospital Provincial de Castelló, las relaciones entre ambas eran frías y distantes, pero «Adela ordenó a una monja, que la cuidaba, que mandase un telegrama a su hija para que corriera al hospital y confesarle su secreto. El telegrama llegó a la casa del amante y no de su hija y cuando se lo comunicaron ya era tarde porque Adela había fallecido», recoge Mesado.

Murió sola y pobre sin ningún vestigio del lujo que rodeó su vida. Sus restos descansan en una fosa común del cementerio de Castelló. Decía Gabriel García Márquez que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido y contra este olvido de la Restauración lucha Mesado en pleno S. XXI, que reivindica otra lectura histórica sobre los orígenes de Alfonso XIII.

Fue una mujer «culta, inteligente, rebelde, locuaz y vanidosa»

En su estudio de más una década sobre Adela Almerich, el historiador Norberto Mesado se ha quedado prendido de una bella mujer que logró codearse con la más alta alcurnia aristocrática a pesar de sus orígenes humildes. Durante su vida cosechó diversos amantes, todos de un reputado estatus, que le agasajaron con infinidad de joyas y las mejores prendas. Fue la amante fiel de Alfonso XII, del que siempre estuvo enamorada, «aunque Adela era enamoradiza, necesitaba estarlo para seguir viviendo», señaló Mesado. Vivió una vida de lujos, aunque acabó muriendo sola. Aquellos que la conocieron destacan su gran personalidad y señorío ataviada con vestidos de ensueño, que destacaba en un pueblo, les Alqueries, donde las mujeres vestían de negro. Para conocer más en profundidad su personalidad, Mesado encargó a la directora del Instituto de Estudios Psicografológicos de Valencia, María Teresa Beatriz García, que interpretará la escritura de Adela, plasmada en las tres cartas que le mando a su último amante Francisco Fenollosa. Una de ellas se la remitió desde el majestuoso Gran Hotel París, situado en el centro de Madrid. «Letra distinguida, pausada y arrogante como reflejo de una exquisita educación, formando parte de un repertorio de conductas que deben diferenciar a su autora, poniendo de manifiesto quién es y a qué clase pertenece», remarca la experta. El informe prosigue asegurando que, en esencia, «subyace un carácter fuerte e indónito, rebelde, obstinado, independiente, locuaz y llena de energía, porque es también inteligente e interesada y porque su, controlada pero presente vanidad así se lo dicta». Fue Adela Lucía Almerich Cardet.