Las dos enfermedades que más vidas políticas se cobran son la adicción al espejo y la trampa de los espejismos. Tener la mayoría institucional —en los grupos de las Corts o la diputación— no siempre retrata un control de las agrupaciones. En el caso del secretario general del PSPV es evidente que no. Jorge Alarte lo sabía desde bastante antes del sábado. Exactamente desde el 27 de septiembre de 2008, cuando ganó por 20 votos al tándem Puig-Romeu. Sabía como nadie que desde ese día han sido más las deserciones que las adhesiones a su proyecto.

Es uno de los males endémicos del PSPV, que resuelve los congresos a la contra. A Ignasi Pla lo coronaron en 2000 para pasar factura a Ciprià Ciscar por su etapa en la secretaría federal de organización y a Alarte lo encumbró Leire Pajín, pese a que era como mínimo su tercer plato —otros le dijeron que no querían aspirar—, para evitar que un lermista gobernara el partido.

Casi tres años y medio después, la atomización de fuerzas en el socialismo valenciano sigue siendo la misma con unos miles de militantes menos. Como si el tiempo se hubiera congelado. En torno a un tercio del partido es (hasta el sábado) alartista; un tercio neolermista afín a Puig (incluida la FSP-UGT), y el resto se reparte entre Francesc Romeu (tiene más del 20% en Valencia), Leire Pajín (con fuerte implantación en Alicante) y la minoría de Manuel Mata, que incluye a IS. Con ese panorama Alarte estaba condenado a la derrota el sábado si no evitaba que cada familia se contara en listas por separado. Su intención, como la de Puig, era consensuar una candidatura y evitar una confrontación en la que incluso ganando, Alarte perdía. Porque un secretario general no puede permitirse el lujo de tener, en el mejor de los casos, a media Alicante en contra, casi todo Castelló y un 40% de Valencia.

Y fue mucho peor. ¿Por qué cometió el error de no ceder lo suficiente ante Puig para pactar? Menospreció un principio básico en política internacional: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Jamás pensó que, por ejemplo, Manuel Mata y Calabuig compartirían lista, pese a haberse enfrentado en primarias en la ciudad de Valencia. Jamás imaginó Alarte que detrás de la esquina había tanta gente esperándole con el cuchillo afilado.

Además, confió demasiado en la capacidad de Ferraz de forzar a Romeu a que pactara con él bajo el paraguas de Rubalcaba. Pero eso habría inhabilitado a Romeu para presentarle una alternativa en el PSPV, habría espantado a los afines al dirigente crítico, quien pudo mantener posición propia. En realidad, una actitud de «no alineado» en el dilema Chacón-Rubalcaba. El secretario general le ofreció a la desesperada tres puestos en la lista, prometió apoyarlo para entrar en la ejecutiva federal si gana Rubalcaba y hasta presidir el congreso del PSPV.

Todos los elementos se conjuraron el sábado contra Alarte. Su aliado o competencia, según se mire, Ángel Luna logró, con la ayuda hasta de afines a Romeu, salvar la cara en Alicante. Luna presentó sus credenciales para ser el candidato rubalcabista a dirigir el PSPV. La baza territorial y tener escaño en las Corts son dos elementos a su favor. El discurso centralista es su tercer punto fuerte con vistas a Ferraz. Su conexión con el candidato a dirigir el PSOE, forjada capítulo a capítulo en el caso Gürtel, es total.

Hasta la moneda se le rebeló a Alarte. La que decidió que José Manuel Orengo, exalcalde de Gandia, encabezara la lista que ganó. Es imposible cuantificarlo, pero incluso fuentes alartistas admitían que aportó un plus de adhesiones.

La caprichosa moneda hizo visible a un Orengo que lleva dos meses preparando el terreno para presentar una alternativa a Alarte.

Empiezan las deserciones

Se ha reunido con Leire Pajín, quien está dispuesta a respaldarlo, y con alguno de los escasos alcaldes de cierta relevancia que le quedan al PSPV. Por ejemplo, el de Ontinyent, Jorge Rodríguez. En las últimas horas ha recibido llamadas pidiéndole que dé el salto. Como la del también alartista alcalde de Alcoi, Toni Francés, y la de otros que hace tiempo que perdieron la fe en Alarte y el sábado vieron como se desplomaban sus acciones. El exalcalde de Gandia tiene como principales inconvenientes ser ex (perdió la alcaldía que heredó en junio de 2003 y ganó en 2007) y no estar en las Corts (como le sucedió a Ignasi Pla o al propio Alarte en sus primeros mandatos), pero cuenta con la ventaja de ser visto como hombre de consensos. Si Joan Calabuig es el heredero natural de Joan Lerma y Ximo Puig circula por la penúltima línea orbital en torno al expresidente de la Generalitat —su esfuerzo de sumar lo situó en puertas de ganar el congreso—, Orengo estaría en el último cinturón. A veces se sale de órbita, como cuando apostó por Jordi Sevilla. O cuando hace unos días y en contra del criterio del núcleo lermista, puso una urna en Gandia para que los militantes eligieran entre Rubalcaba o Chacón. Para que el voto de los delegados sea, como su propio nombre indica, por delegación. Y para evitar cerrarse las puertas con el candidato a liderar el PSOE.

Si Alarte tiene complicado restablecer una mayoría —con los afines a Puig, Pajín o Romeu y siempre que gane Rubalcaba— también es difícil articular al antialartismo. En esa misión se postula Orengo, aunque siempre con permiso de Puig. Ambos se sentaron a solas para saber de las intenciones mutuas. Si gana Chacón, el futuro de Puig, diputado en el Congreso, estará, probablemente, en un puesto relevante en la ejecutiva federal. Máxime tras la exitosa cosecha de delegados en el PSPV. Sus afines insisten en pedirle que se presente contra Alarte. Se lo reclaman especialmente desde Alicante, territorio que Puig lleva años trabajándose y donde Orengo es prácticamente un desconocido. Una victoria de Rubalcaba daría oxígeno a Alarte y más opciones a una reedición del duelo con Ximo Puig.