?Igual que las películas superan a veces al libro en el que se inspiran, se dan casos de alumnos que mejoran al profesor. Josep Maria Felip i Sardà es más transversal que Rafael Blasco Castany. El hoy portavoz popular en las Corts ha sido siete veces conseller con cuatro presidentes y dos de los tres partidos en los que ha militado: PP y PSPV. En el PCE (Marxista Leninista), que alumbró el FRAP en el tardofranquismo, no tocó poder. El hasta ahora director general de Cooperación milita en el PP desde 2009. Antes ha tenido carné del PSPV, del Bloc -siempre ha enarbolado la bandera del valencianismo-, del PCE, del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y de la Lliga Comunista Revolucionària.

En abril de 2010, respondió por fin a la llamada de Blasco y se sentó sobre un terreno minado llamado Cooperación, del que huyeron dos directoras generales y fueron desterrados dos jefes de servicio encargados de evaluar proyectos y subvenciones bajo sospecha, como la de la Fundación Cyes. Doce días después de llegar, Felip estampó su firma en la resolución de ayudas a entidades vinculadas a la Fedacod, la federación de ONG impulsada por Blasco. Un ejemplo de lealtad del que no tardó en arrepentirse.

Ahí empezó a torcerse la carrera de un político disfrazado de técnico que acumula casi más trienios en la Generalitat que el escudo de Pere el Cerimoniós como estandarte oficial. Felip siempre ha tenido a gala ser el decano de los funcionarios autonómicos, el primero que se sumó al listado de personal transferido desde la diputación al Consell Preautonòmic de Josep Lluís Albinyana. Licenciado en Económicas y en Derecho, el joven Felip asesoraba al presidente, para quien elaboraba discursos en un autogobierno en fase de gestación.

Se fue Albinyana y llegó Enrique Monsonís (UCD). Y Felip conservó su puesto de alto funcionario. Entró Joan Lerma, quien fue íntimo amigo, y lo convirtió en jefe de gabinete. Como buen seguidor de Blasco acabó convirtiéndose en un acérrimo antilermista tras la caída en desgracia del todopoderoso conseller de la Coput. En esa etapa cultivó amistad con la secretaria personal de Lerma, Consuelo Císcar, quien se casó con Blasco. "Rafa" y Felip, que departían en la Cafetería Roma, siempre se han profesado esa admiración mutua de quienes se reconocen como quien se mira al espejo. Una química que emana de la adicción al susurro clandestino; de la afición a navegar políticamente a vela; de una enfermiza vocación borgiana por el sutil conciliábulo vaticanesco; del culto a la inteligencia y al poder de la información, un producto que, macerado en el silencio, es más caro que la tinta de impresora. Si el genio de la botella le otorgara un deseo, es probable que querría reencarnarse en espía de la CIA en Berlín oriental en plena Guerra Fría. No en balde a Felip se han referido no pocos como el "doble" y hasta "el triple agente". Un hombre que cada noche de Sant Joan se ha sentido más cómodo reuniéndose con sus hermanos masones que saltando hogueras en la playa.

La victoria de Eduardo Zaplana (mayo de 1995) reabrió la puerta del Palau a Blasco. En un PP almidonado, con un déficit de cuadros universitarios y el traje salpicado de caspa, Zaplana descubrió un maná en quienes no sentían los colores de la gaviota, pero compartían cuentas pendientes con el PSPV y veneración por la erótica del poder. En 1999, colaboró con Blasco en la ponencia "La España de las oportunidades", que lanzó a Zaplana al estrellato en el congreso del PP.

Analista de la Transición valenciana en varias publicaciones, la aportación de Felip fue clave en la construcción del gabinete de Estudios y Planificación en Presidencia. La sala de máquinas de la estrategia del PP y un puente que conectaba con la Universitat. Justo a la altura del departamento de Constitucional de la Facultad de Derecho.