«´¿Cómo empezaría usted la biografía del sargento Fabra?´, le pregunté a Paul Preston en el verano de 2008 y él me contestó ´Por el principio...´» Así explica el historiador José Antonio Vidal Castaño, quien a sus 71 años se acaba de doctorar en la Universitat de València, el consejo clave que le permitió desmadejar sus seis años de investigación sobre la vida del militar que en la noche del 29 de julio de 1936 irrumpió en «la mitología popular de la Valencia republicana » como el héroe del pueblo tras sofocar pistola en mano la rebelión de los oficiales del cuartel de Zapadores de Paterna.

En este trabajo, que ha cobrado vida en la tesis doctoral «El sargento Fabra y su tiempo. Historia y mito de un militar antifranquista» que le ha valido el sobresaliente cum laude, Vidal Castaño arroja luz sobre la vida de Carlos Fabra Marín antes y después de que su entrada a tiros en el Cuarto de Banderas del cuartel de Paterna, un hecho que, según el historiador, fue «determinante para el fracaso de la sublevación en Valencia».

Además de recuperar del olvido el amargo exilio y muerte de Fabra Marín en Francia, la investigación de Vidal Castaño —que ha sido codirigida por los catedráticos Ismael Saz e Isabel Burdiel— revela un hecho hasta ahora desconocido: la creación en 1947 desde el Gobierno de la República en el exilio de una organización guerrillera, la Agrupación Autónoma de la Resistencia Interior. En la organización de este ejército clandestino participó el militar valenciano, infiltrándose en la España franquista en dos incursiones secretas a través de los Pirineos.

El catedrático de la Rovira i Virgili (URV) de Tarragona, Josep Sánchez i Cervelló, uno de los cinco miembros del tribunal de la tesis, subraya la novedad que supone conocer que en 1947 el Gobierno de la República, dirigido por Izquierda Republicana (IR), optase «por utilizar la violencia para sembrar el caos en España». El historiador de la URV destaca el papel jugado por otro valenciano en esta organización militar clandestina, se trata de Julio Just (Alboraia, 1894 - París, 1976), entonces ministro de Defensa y luego de Gobernación. Vidal Castaño opina que el Ejecutivo en el exilio «tenía necesidad de mantener un ´ejército´ secreto en el interior que combatiera a la dictadura».

La tesis también da a conocer, por primera vez, el expediente de 400 páginas del juicio sumarísimo que el ejercito franquista abrió al militar valenciano en rebeldía. «A partir de los años 50 —continúa— decayó la persecución activa por parte de las autoridades franquistas de Fabra Marín, que hubiera sido condenado a muerte en caso de vuelta a España». El catedrático de Història Contemporània de la Universitat, Marc Baldó, que también formó parte del tribunal, alaba a Vidal Castaño por «recuperar la persona del sargento Fabra, hacer visible al ser humano tras apearle de los mitos y construir la biografía de una persona que tiene sangre, carne y hueso».

De «chusquero» a ídolo popular

Siguiendo el buen consejo de Preston, el investigador reconstruye la intensa vida de Carlos Fabra Marín desde su nacimiento en Chella, en 1904, hasta su muerte en el exilio en Francia en 1970. Entre ambas fechas 66 años de una epopeya vital que lejos de la típica ´carrera´ militar a seguir en las entonces llamadas clases de tropa o subalternas, cuya meta no era otra que languidecer como sargento «chusquero», dio un giro copernicano cuando sus ideales republicanos le llevaron a cruzar el Rubicón aquel 29 de julio de 1936.

Con las tropas acuarteladas desde el 18 de julio y la espantada del general González Carrasco, el oficial enviado por los conjurados para sublevar la guarnición, la parálisis acogotaba al Cap i casal. La actuación de Fabra, recalca Vidal Castaño, «fue la espoleta que hizo que partidarios y contrarios a la sublevación reaccionasen» y precipitó el acto final de la rebelión en Valencia con el asalto a los cuarteles de la Alameda.

Ascenso y caída de un mito

Esta irrupción de la noche a la mañana en el Olimpo de la República, además de «un meteórico ascenso» — pronto pasó de teniente a capitán—, le puso en la órbita del general Miaja. Su figura de «comisario político con amplios poderes», apunta el investigador, bajo la protección del todopoderoso general en jefe de la Junta de Defensa de Madrid le situaron en el ojo del huracán de la tupida malla de intrigas políticas de la retaguardia republicana.

Esta caída en desgracia del otrora héroe, con un intento de asesinato incluido cuando en 1938 un grupo de hombres armados intentó secuestrarlo en una calle de Valencia en pleno día, hizo que el capitán Fabra enviará al extranjero a su mujer y sus dos hijos, Carlos y Leonor. Se mantuvo fiel a Miaja hasta marzo de 1939, cuando contrariado por la decisión del «defensor de Madrid» de sumarse al golpe de Estado de Casado contra Negrín, optó por reunirse con su familia en Francia.

«Exilio lleno de amarguras»

Así comenzó, añade Vidal Castaño, «un exilio lleno de amarguras, una lucha por la supervivencia» junto al medio millón de republicanos refugiados en Francia, en la que «sobresale la figura de la esposa de Fabra, Lucía Pardo, una auténtica madre coraje». Una odisea adobada de deslealtad, pues el historiador atribuye la detención de Fabra Marín en Narbona en 1943 por la policía del régimen colaboracionista de Vichy «a un posible chivatazo de alguien que le traicionó, a quien le facilitó dinero para que ayudara a su mujer y sus pequeños y, tras apropiarse de aquel capital, tenía interés en que el militar desapareciera».

Fue internado en el campo de concentración de Le Vernet-d´Ariège, «el campo de ´Los indeseables´, uno de los peores de la llamada Francia Libre». En este centro de represión «para extranjeros sospechosos», en el que el Gobierno pro nazi del general Pétain ordenaba «una disciplina estricta» por ser sus reclusos «delincuentes habituales y extremistas», dice Vidal Castaño que «se agravó la úlcera de estómago que padecía Fabra.

Desconectado de la primera línea política, «ejerció numerosos trabajos mal remunerados para sacar adelante a su familia, como peón en unas minas de azufre, lo que agravó su enfermedad». Cuando por fin logró una posición algo más desahogada «al entrar a trabajar en la fábrica de armamento Hotchkiss, falleció su hijo Carlos con 37 años». Esta tragedia, «la única adversidad a la que no supo hacer frente», según Baldó, precipitó su muerte un año después. El seis de julio de 1970, tras un nuevo agravamiento de la sempiterna úlcera que padecía, la vida de un «sargento Fabra» que había perdido las ganas de vivir se apagaba para siempre en en Saint-Denis, cerca de París. Fiel a la República hasta más allá de la muerte, su féretro fue cubierto con la enseña tricolor.

«Siento que se ha hecho justicia con mi padre»

Si había una persona feliz entre el público que llenó el Saló de Graus de la Facultat de Geografia i Història durante la lectura de la tesis de José A. Vidal Castaño, ésa era Leonor Fabra Pardo, la hija del mito republicano. Ella ha contribuido sobremanera a la investigación al poner a disposición del historiador el archivo familiar de su padre, cuyos documentos y fotografías inéditas afloran en la tesis. Además, sus recuerdos forman parte de la memoria oral sobre el sargento Fabra que ha recuperado el historiador a través de 24 entrevistas. Leonor señala que ha vivido la lectura de la tesis «más con el corazón que con la mente. Lo que más me ha emocionado es ver como han hablado todos de la figura de mi padre como un hombre de carne y hueso». Leonor, que lleva toda la vida luchando por recuperar la memoria del sargento Fabra, cuyos restos pudo enterrar en Chella en 1986, agradece a Vidal Castaño que haya plasmado la biografía de su padre, «pues si no su historia se habría perdido». «Siento que con esta tesis doctoral se ha hecho justicia con mi padre y estoy contenta por ello», concluyó emocionada.