Jordi Pujol (Barcelona, 1930) acaba de publicar el tercer volumen de sus memorias: De la bonança a un repte nou (1993-2011) en el que reitera su «visión» de una eurorregión mediterránea con la Comunitat Valenciana y con Murcia. A lo largo de 300 páginas publicadas por la editorial Proa, desvela sus inquietudes, sus estrategias, admite equivocaciones políticas —pocas y entre ellas destaca su apoyo al trasvase del Ebro—, desnuda a algunos políticos españoles en activo y, por lo que a nosotros se refiere, desvela cómo Eduardo Zaplana apoyó «la unidad de la lengua» tras un encuentro secreto en Tarragona.

En un periodo en el que la lengua comenzó a ser objeto de debate, Pujol prácticamente abre sus memorias relatando una conversación informal con el valenciano Francisco Tomás y Valiente, por entonces presidente del Tribunal Supremo, en la que éste le transmitió su convicción de que el asunto «de más trascendencia» sobre el que se tenía que pronunciar el Alto Tribunal era el recurso contra la inmersión lingüística y no, como se apuntaba entonces desde el PSOE, el recurso de Ruiz Mateos contra la intervención del Estado en sus empresas.

Pujol valora «la actitud» de Francisco Tomás y Valiente y «el prestigio, la libertad y la sensibilidad» de aquel Tribunal Supremo cuyo presidente le reconoció que la decisión sobre el catalán tenía «muchísima trascendencia y no sólo para el día a día político, sino para la estructura del Estado y el concepto de España» que la sentencia sobre el caso Rumasa. «¡Qué diferencia entre esta actitud y la chapucería jurídica y la politización barriobajera que ha imperado en el recurso contra el Estatut de Cataluña de 2005!», concluye Pujol.

Las memorias del presidente de la Generalitat de Catalunya incluyen en esta entrega opiniones, a veces descarnadas, sobre otros políticos con los que el estadista catalán tuvo relaciones. En varias ocasiones equipara la psicología y los comportamientos de Aznar, incluso los de Zapatero, «aunque con matices», añade, con el de «los nuevos ricos».

Pujol explica que, tras el triunfo electoral del PP en 1996 por mayoría relativa, Aznar se ve obligado a negociar con CiU. El punto 7 de sus notas o exigencias, según se mire —compuestas por nueve epígrafes— plantea que el Gobierno del PP «nos asegure» que «en el País Valenciano el PP respetará la unidad de la lengua—independientemente del nombre de la lengua valenciana— y la política de normalización».

«Vaig deixar clar també que una de les condicions del suport era que s´havia de resoldre definitivament i bé el fals problema de la unitat lingüística del català, discutida pel PP de València», explica el influyente político.

Pujol exige garantías a Aznar sobre este asunto y añade que antes de dar un paso para el acuerdo de Gobierno con el PP en 1996 «hemos de estar bien seguros de que la unidad lingüística será respetada».

Respeto por lo valenciano

«Para situar las cosas —añade Pujol en sus memorias— quiero recordar que durante todos mis años de gobierno he procurado no interferir en la política del País Valenciano. No utilicé nunca el término Països Catalans, que había usado alguna vez de joven. En cambio, sí que me mantuve siempre muy firme en la unidad lingüística del catalán y en todo aquello que pudiera representar una acción cultural conjunta». «Aznar —revela Pujol— me dijo que estaba de acuerdo y me indicó que hablara directamente con Eduardo Zaplana (...) que él hablaría también con el president de la Generalitat Valenciana, pero que debíamos de ser nosotros dos los que deberíamos encontrar una solución».

La entrevista entre ambos líderes políticos tuvo lugar el 8 de abril de 1996. Se celebró, «sin publicidad» en el Mas Calbó, entre Reus y Salou y donde en el siglo XI había nacido San Bernat Calbó.

Zaplana, según la versión de Pujol recogida en sus notas del encuentro, aceptó la propuesta. El presidente se muestra satisfecho por ello en sus memorias y escribe que «aunque con dificultades, el acuerdo lingüístico se cumplió, sobre todo a través de la Academia Valenciana de la Lengua».

Juntos contra el centralismo

Pujol analiza en sus memorias la importancia y el futuro de lo que denomina el tráfico euroasiático de mercancías y la lucha desatada en los puertos del Mediterráneo —italianos, franceses y españoles— para captarlo a través de Génova, Marsella, Barcelona, Tarragona, Valencia, Algeciras y «quizá» Tánger. «La importancia que atribuíamos al puerto —el de Barcelona— ayuda a entender por qué teníamos tanto interés en que el AVE llegara y no sólo para viajeros, sino también para mercancías», explica.

Se muestra convencido de la importancia de la «fachada mediterránea» desde sus tiempos de estudiante y revela cómo «en mi época en Banca Catalana me ocupé bastante de uno de nuestros bancos filiales, el de Alicante, y conocí el País Valenciano desde un punto de vista económico y empresarial».

«Es un país muy potente y muy abierto al mundo (...) Después me he hecho muy de mirar estadísticas y estudios económicos. No me hacen falta muchas, de todos modos, para saber que Cataluña y Valencia, con Murcia, constituyen la zona mas exportadora de España y no sólo de productos agrarios, sino también industriales. A parte de ser una potencia turística». «¿Cómo es posible entonces que hasta los años setenta no hubiera una buena carretera entre Valencia y Barcelona y, de hecho, entre Valencia y Francia? ¿O que todavía haya más de un centenar de kilómetros de ferrocarril entre Castelló y Tarragona de vía única? ¿ O que el AVE entre Valencia y Cataluña haya quedado muy a la cola de los proyectos ferroviarios españoles?», se interroga Pujol. Y cita a Germà Bel y su conocido ensayo España, capital París.

«El centralismo español —suscribe Pujol citando a Bel— es político, es administrativo, es económico y lo es en lo referente a comunicaciones, con todas las carreteras y las líneas ferroviarias principales con el kilómetro cero en Madrid. Es así desde el siglo XVIII, y ahora lo es de una manera muy acentuada. Se quiere evitar la creación de un conglomerado económico y también político potente en el Mediterráneo. Desde el centro se quiere impedir que se mantenga viva la relación económica y cultural entre Valencia y Cataluña».

«Más de una vez, políticos españoles, especialmente madrileños, han dicho bien claramente que no había prisa para enlazar bien Valencia y Cataluña (...) Con el AVE han llevado esto al extremo. Un tren va de Madrid a Valencia, sube hasta Castelló y allí se para . Un tren va de Madrid a Tarragona y este punto no enlaza con el de Castelló. Sería absurdo —concluye—, si no hubiera detrás un proyecto político y de estructuración del Estado bien definido».

Y reflexiona: «Los valencianos han de pensar que el perjuicio es más grave para ellos que para Cataluña. Nuestra industria y los puertos de Tarragona y Barcelona ya disponen de un AVE que partir de 2012 los conectará con Francia y Europa Central, también para las mercancías. Pero todos ganaríamos si de la fachada mediterránea española sacáramos todo el jugo que se puede obtener».