Ximo Puig había anunciado que su PSPV tendría una dirección coral. El coro tendrá 69 voces, el número de integrantes de la ejecutiva más gigante de la historia del partido. Es el resultado de repartir juego a todas las familias que lo han apoyado (neolermistas, afines a Leire Pajín, ciscaristas y seguidores de Francesc Romeu) e incorporar, además, hasta a algún seguidor o presunto afín al defenestrado Jorge Alarte. Pero ni siquiera así, el líder del partido pudo ampliar significativamente el apoyo que él mismo recibió. La dirección socialista fue avalada por 303 votos, 20 menos que los logrados por el alcalde de Morella el día anterior. El porcentaje que obtuvo la ejecutiva (65,73 %) fue cuatro puntos superior al conseguido por el secretario general porque 57 delegados no participaron. 158 votaron en blanco, la inmensa mayoría partidarios de Jorge Alarte.

El hombre que desde hace varios lustros se ocupa de la intendencia del socialismo valenciano se llama Juan Vergara. Construye y decora los escenarios del partido, pero su papel siempre es secundario. Hasta hoy. Desde la nueva dirección que lidera Ximo Puig, ya se han trasladado las órdenes pertinentes para que habilite el salón de actos Ernest Lluch, de forma que, quitando sillones fijos, quepan las sillas de quita y pon y las mesas para poder reunir a la macrodirección. El partido no está preparado para sentar a todas las sensibilidades en torno a la misma mesa. Una metáfora. En la ejecutiva ocupan altas responsabilidades los cabezas de familia, sus hijos están en la foto y se incorpora a personas válidas sin pedigrí para que aporten mérito y capacidad a la dirección. El líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, trasladó a Puig que esta ejecutiva «es muy potente». «Me ha gustado», confesó. Seguramente no lo diría por la vicesecretaria general, Leire Pajín, que se convierte en número tres de la formación valenciana. La ilicitana Teresa Sempere asume la presidencia en el ya clásico reparto territorial de cuotas.

Francesc Romeu pasa a ser portavoz, con galones de vicesecretario, como otras cinco personas: Alfred Boix (Organización), José Manuel Orengo (Relaciones Institucionales), Miguel Soler (Acción e Integración Social), Ana Botella (Política Económica) y Ana Barceló (Política Autonómica).

En lugar destacado aparece también Cipriá Císcar, como responsable de «las relaciones con los partidos». Y «de recuperar las buenas relaciones con el resto de la izquierda». Explicación ofrecida literalmente a este diario por un destacado dirigente del PSPV. Con Alarte no mejoró precisamente la sintonía con Compromís y Esquerra Unida, a los que el PSPV deberá ir mimando con vistas a una posible negociación para gobernar el Consell si el PP pierde la mayoría absoluta.

Además de las 24 secretarías para gestionar la acción política diaria en cada materia, se ha configurado un Consell Executiu, con 34 personas más en calidad de vocales. Una forma de dividir en dos la lista de nombres para que no sea tan larga. Los «ejecutivos» se reunirán una vez cada quince días y los segundos sólo se juntarán una al mes. Los responsables de las distintas materias someterán los asuntos importantes a debate y veredicto de este Consell Executiu, según modelo importado por Puig del PSC. El representante de los socialistas catalanes Daniel Fernández se llevó en la clausura del congreso más aplausos que el secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba. Para disgusto del alicantino Ángel Luna. El éxito del PSC en el aplausómetro es revelador de dos circunstancias: del alma valencianista que sobrevuela a la mayoría nucleada en torno a Puig —excepción hecha de una parte de los seguidores de Pajín— y del poso chaconista de quienes han ganado el congreso del PSPV.

Ampliando la ejecutiva, el secretario general hace de la necesidad virtud para fomentar el debate y la dirección colegiada. Si el políticamente liquidado Jorge Alarte pocas veces consultó sus decisiones a más de dos personas y hasta revisaba cada nota de prensa, ahora parece que Puig quiere llevar su voluntad de dirigir en equipo hasta sus últimas consecuencias. No de otra forma podrá circular por un partido sembrado de minas y trincheras. Ayer mismo, los seguidores de Romeu ya avanzaban que la portavocía es una extraordinaria plataforma con vistas a primarias.

Elegante con Jorge Alarte

Ximo Puig comprobó en las primeras 24 horas al mando que no lo tendrá fácil. Cierto que negociar una ejecutiva siempre es complicado, pero en esta ocasión fue una odisea que se prolongó toda la noche del sábado al domingo y hasta hubo que pedir dos horas de prórroga para retrasar la jornada de clausura y poder acaba de configurar la nueva dirección.

El equipo negociador celebraba, pasadas las nueve de la mañana, que su encaje de bolillos estaba ya dispuesto. En ese instante eran 55 los integrantes. Pero entonces, alguien alertó de que no se cumplía la paridad de género. El 65 % eran hombres y sólo un 35 % mujeres. Así que hubo que iniciar otra ronda telefónica para destituir a alguno e incorporar a otras. Hasta llegar a 69.

El líder del PSPV no tuvo inconveniente en concederle dos gestos a un Alarte que, según diversas fuentes, parecía querer inmolarse el día anterior con su discurso incendiario, acusando a Puig de tener dudas en la lucha contra la corrupción. Lo situó al frente de la lista al comité federal, que logró 333 votos. Más que la de la ejecutiva. Otra imagen de la esquizofrenia política que vive el partido. El alcalde de Morella agradeció el «esfuerzo, trabajo y voluntad» por mejorar el partido realizado por su antecesor. «Nunca empezamos de cero», repitió el nuevo líder del PSPV, enemigo declarado del davidismo, de creer que uno llega a un cargo y automáticamente es el inventor de la rueda.