Criminólogo y doctor en Psicología. Garrido es un experto en realizar perfiles de delincuentes. De hecho, su última obra y primera novela 'Crímenes exquisitos' se adentra en la mente del criminal. Este escritor y profesor de Criminología analiza la conducta del político corrupto, un ladrón de guante blanco que «daña a la sociedad»

­La corrupción siempre ha existido, pero ¿no le da la sensación de que ahora hay más?

La corrupción ha existido siempre lo que pasa es que puede florecer o puede disminuir. ¿De qué depende? En primer lugar, de cuáles son las actitudes de la sociedad con respecto a la corrupción. Si es hostil y crítica contra este fenómeno y se repudia socialmente a los corruptos se levanta un muro sobre estas personas. Hablaríamos de la calidad de la democracia. La segunda causa son los mecanismos sociales de control y el tipo de sanción penal que acarreen estos actos. Es decir, poner obstáculos al posible delincuente. En aquellas sociedades donde la actitud sea más benigna hacia la corrupción, donde haya menos controles y donde la sanción penal sea menos relevante, tendrán más corrupción.

¿Pero hay más actuaciones de este tipo que en época de bonanza?

Lo contrario. La corrupción prospera cuando hay dinero y es más difícil de llevar a cabo cuando no lo hay.

¿Por eso se destapan los casos?

Destapar un escándalo probablemente requiere un tiempo. Lo que se está destapando ahora viene de la ápoca de bonanza.

¿Usted cree que los delitos de corrupción son más dañinos que otros, mucho más censurados por la sociedad?

Lo que creo es que no deberíamos compararlos. La gente cree que en muchos casos un corrupto es una persona que se pasa de lista, mientras que un asesino es un ser deleznable. Una persona que se corrompe puede hacer un daño de otra naturaleza muy profundo, no sólo económico, sino generando una actitud cínica respecto a la democracia. No podemos compararlo con un asesinato, pero constituye un daño de una gran repercusión.

Como criminólogo, ¿qué considera que hace a una persona corromperse?

Tenemos que hablar de una determinada personalidad. La gente corrupta es por definición gente poco íntegra. Aquellos que tienen un sentido hedonista de entender la vida, aquellos que tienden a considerar que el triunfo es tener poder y posesiones son los que tienen más tendencia a acabar corrompiéndose. Estas variables pueden ser menos relevantes si la sociedad es tolerante y permisiva. De la misma manera que en una sociedad más férrea contra la corrupción, con un leve compromiso es suficiente para no caer en la tentación porque no quieren meterse en líos.

Un médico que receta una determinada medicina porque la farmacéutica le paga un congreso en Estados Unidos, ¿es una actitud corrupta?

Si un médico receta medicamentos sabiendo que hay otros mejores o más baratos para que te paguen un congreso, eso es una práctica que no es ética porque perjudica al ciudadano. Si las dos medicinas son iguales y el médico la recomienda porque los laboratorios le pagan un congreso, lo que hace es beneficiarse pero no daña a la otra persona. El punto esencial está en la consecuencia que se deriva de la acción.

¿Usted cree que la corrupción de un partido no se penaliza en las elecciones?

Todavía en España hay permisividad, aunque esta actitud está cambiando rápidamente, y más, debido a la crisis económica. De repente nos hemos dado cuenta de que hay poco dinero y de que había mucha gente haciendo chanchullos. Ahora nos hemos hecho muy exigentes, pero hasta hace poco no nos dábamos cuenta de hasta que punto los corruptos son agentes negativos para la convivencia. Estas personas erosionan el consenso acerca de cómo vivir en una sociedad democrática.

¿Es cierto que el votante de izquierdas penaliza más la corrupción que el de derechas?

Eso no lo creo, porque el discurso de cualquier partido es siempre el mismo: nosotros somos honrados o lo nuestro no es como lo de los demás. El hecho de que en esta comunidad se hayan sucedido una serie de actos escandalosos de corrupción es el resultado de que llevamos muchos años con un partido instalado en el poder. ¿Quién puede corromper? El que tiene poder.