Cada 9 d´Octubre celebramos la conquista en 1238 de la Balansiya andalusí por parte del rey Jaume I, al que ensalzamos como el «padre» fundador del Reino de Valencia. Sin embargo, pocos reparan en que estamos festejando «una guerra, y en todas las guerras hay muertos y deportados», reflexiona Enric Guinot, catedrático de Historia Medieval de la Universitat de València y el principal experto en la sociedad valenciana de la Baja Edad Media.

Cuatro años después de los fastos del 800 aniversario del nacimiento del Conqueridor, donde la figura del monarca de la Corona de Aragón centró todos los focos, Guinot aborda en el libro Los valencianos de tiempos de Jaime I «la historia de una sociedad con retrato del rey al fondo». Además de ofrecer una síntesis del conocimiento que se ha alcanzado sobre cómo era aquella sociedad feudal en el Mediterráneo del siglo XIII, el historiador desmenuza en este ensayo el choque de dos pueblos en permanente conflicto. «La convivencia entre musulmanes y cristianos es un mito, lo que hubo fue una difícil coexistencia», matiza.

Así, nos invita a centrar nuestra mirada sobre «las dos caras de la moneda» de aquel siglo de conquistas: Los vencedores cristianos, «los nuevos valencianos» que se repartieron las tierras y propiedades de los vencidos, los «viejos valencianos», principalmente musulmanes pero también judíos.

Destino de los vencidos

Guinot asegura que la victoria cristiana «no fue una liberación, ya que supuso exilio y deportaciones masivas para decenas de miles de los más de 200.000 andalusíes» que vivían antes de la Conquista en la Balansiya musulmana, «así como la muerte o la esclavización de miles de ellos».

Su destino, continúa, fue equiparable «al de otras muchas guerras en la historia». «Queramos o no, estos son los orígenes de la sociedad valenciana. Nosotros no tenemos ninguna culpa, pero por ello queremos estudiar Historia, para saber qué pasó», concluye.

La violencia de la larga guerra de conquista «no fue en sí excesivamente mortífera», recalca Guinot, si se compara con la de Mallorca, «donde hubo matanzas generalizadas». «Lo limitado de los ejércitos» llevó a que hicieran falta tres campañas bélicas lideradas por el propio Jaime I, entre 1233 y 1258, que se prolongaron con otras dos guerras de resistencia de los mudéjares —así se llamaban los musulmanes que permanecieron viviendo en territorio conquistado por los cristianos—, frente a las duras condiciones de la invasión. La primera de las revueltas mudéjares fue la liderada por Al-Azraq en 1247, y que se prolongó durante 11 años. La segunda fue la sublevación que estalló en 1275, «un año antes de morir el rey y que le implicó ampliamente en los últimos meses de su vida».

Deportaciones masivas

El catedrático, más que en los combatientes, pone el acento en las víctimas indirectas que causaron entre la población andalusí las expulsiones masivas de sus casas de decenas de miles de ancianos, mujeres y niños musulmanes y judíos. «Resulta imposible saber en que parámetros nos movemos a la hora de analizar lo que hoy llamamos ´daños colaterales´ pero sin duda no sería exagerado valorar cifras en torno a varios miles más de víctimas» de las muertas en combate». Así, se puede afirmar «con rotundidad que no quedo ni una sola ciudad cuya población autóctona andalusí no fuese obligada a abandonar sus casas» y, como decía el poeta valenciano andalusí Ibn Al-Abbar, perderlo todo. Sólo en Valencia ciudad, prosigue, «se estima en 18.000 los deportados».

«Hacia falta desalojarlos por razones económicas, de reparto de sus casas y tierras entre los colonos cristianos». Aunque no hay un consenso sobre el total de musulmanes desposeídos y expulsados durante el reinado de Jaime I, el autor señala que cantidades que pudieron superar «las 75.000 personas sobre una población de más de 200.000, son una auténtica tragedia».

«Mucho botín, poca ´reconquista´»

En los primeros compases de la invasión, ante la facilidad con que los nobles catalano-aragoneses aceptaban el dinero del rey Zayyan de Balansiya a cambio de retirarse, hubo «una y otra vez el botín como objetivo, y bastante poco de ´reconquista´». En esta ansia por el pillaje, remarca «la violencia continuada contra la población andalusí que se prolongó durante mucho tiempo, donde más que matar, lo que se buscaba era hacer esclavos». «Uno de los grandes negocios de la primera generación del reinado de Jaime I era capturar musulmanes vivos para venderlos», apostilla

Ese era «el botín principal de los conquistadores», desde las huestes de la nobleza, a las milicias urbanas pasando por los almogávares —bandas de mercenarios —, hasta incluso grupos armados de repobladores cristianos que continuaron con el lucrativo negocio no sólo durante las revueltas mudéjares, sino también, aunque en menor medida, en tiempo de paz, cuando la trata de humanos era ilegal. Entonces, se amparaban en la noche «para capturar a sus vecinos musulmanes y los trasladaban a la costa, donde había barcos esperándoles para llevarlos al mercado de esclavos de Mallorca».