A las ocho de la mañana del 9 de julio de 1909, un grupo de rifeños de la cabila de Guelaya atacó a los obreros españoles que trabajaban en la construcción del ferrocarril que uniría Melilla con las minas de Beni Bu Ifrur. En respuesta a aquel suceso, en el que murieron seis trabajadores, se inició la primera campaña militar de España en el Rif del siglo XX, en la que combatieron cientos de jóvenes soldados valencianos. Muchos de ellos regresaron heridos o enfermos; otros murieron en combate o a causa del tifus y fueron enterrados en el cementerio de Melilla.

Esta ofensiva, que constituiría a la postre una guerra de 18 años, comenzó una hora después del ataque al ferrocarril. El general José Marina Vega, comandante militar de Melilla, salió de la plaza al frente de una buena parte de sus tropas. Sorprendidos ante la rápida reacción de los españoles, que no dudaron en hacer fuego con sus cañones, los cabileños rebeldes huyeron hasta la ladera del monte Gurugú.

La guarnición de Melilla estaba compuesta mayoritariamente por soldados del arco mediterráneo, por lo que en aquel combate participaron muchos valencianos, como Lucas García Guillén, de Las Casas (Utiel)

«¡Els richs no anirán, no!»

Dos días después del inicio de las hostilidades, el general Marina solicitó refuerzos porque la harca rebelde crecía a diario con cabileños llegados de todo el Rif. Y el Gobierno respondió enviando tropas que, en su mayor parte, estaban formadas por reservistas. Muchos de ellos procedían de la C. Valenciana. Eran jóvenes de clase humilde, puesto que los mozos que podían pagar una redención de 2.000 pesetas en metálico quedaban exentos del servicio militar.

«El Pueblo», el periódico de Blasco Ibáñez, dedicó medios y espacios en su papel para cubrir la despedida de los reservistas en la estación de Valencia, describiendo escenas dramáticas, desgarradoras, con soldados desesperados por partir dejando a esposas e hijos sin medios para vivir y entre exclamaciones tales como «¡Els richs no anirán, no!».

Durante todo el mes de julio se sucedieron los combates en los alrededores de Melilla, a cual más duro. En el de los días 18 y 19 murieron los valencianos Silvestre Martínez Cañizares y Vicente Latorre, y cayó herido Lorenzo Roselló Ferragut. En el de los días 20 y 21 murieron José Ramón Salort Bolo y Adrián Cercós Expósito, y fueron heridos Francisco Javier Bentosela Izquierdo, Vicente Simón Sanmartín, Francisco Martín Sánchez, Vicente Corberá Ortiz y Daniel Batalla Juan.

En el combate del día 23, el más sangriento de los que se produjeron hasta entonces perdieron la vida los valencianos Francisco Fababuig Martínez, Vicente Latorre Esteve, José Vidal Collado y José Ibáñez Marín; y sufrieron heridas Ernesto Beltrán Malutario, Julián Pérez Pérez, Luis Gómez Vázquez, Herminio Escrig Mestre y Antonio Plà Pluga.

Debacle en el barranco del Lobo

Pero fue sin duda el del 27 de julio, históricamente conocido como del Barranco del Lobo, el más dramático y sangriento de la campaña de 1909. Su resultado causó una gran conmoción en España. Aquel día la brigada mixta del general Pintos cayó en una emboscada mientras se hallaba en lo más profundo del barranco del Lobo, uno de los que surcan las faldas del monte Gurugú. Al final del día, las bajas españolas superaban el millar

La debacle del Barranco del Lobo, sin ser comparable al desastre que sufriría el ejército en Anual, en julio de 1921, marcó durante mucho tiempo con un recuerdo trágico la guerra de 1909. Una coplilla popular difundida durante muchos años, especialmente entre los soldados que servían en África, recuerda así lo sucedido: «En el Barranco del Lobo/ hay una fuente que mana/ sangre de los españoles que murieron por la patria./ ¡Pobrecitas madres,/ cuánto llorarán,/ al ver que sus hijos/ a la guerra van!/ Ni me lavo ni me peino/ ni me pongo la mantilla,/ hasta que venga mi novio / de la guerra de Melilla...».

Aquel 27 de julio de 1909 murió el valenciano Joaquín Lorenzo Solans y cayeron heridos Andrés Ruiz Pérez y Juan Dolz Furió.

Los hospitales de Melilla quedaron en seguida colapsados, por lo que muy pronto empezaron a ser evacuados a la Península los soldados menos graves.

Al puerto de Valencia llegaron varios barcos con heridos. El 15 de agosto arribó el vapor «Cabañal», el 1 de septiembre lo hizo el «Cataluña» con 108 soldados heridos y enfermos, y del «Rabat» desembarcaron 117 enfermos y heridos el 11 de septiembre. Fueron ingresados en el hospital militar y en el de la Cruz Roja.

El 20 de septiembre se inició el ansiado avance de las tropas españolas. Se trataba de un movimiento envolvente con el que el general Marina perseguía aislar el Gurugú, antes de conquistarlo. En la mayoría de estas operaciones participó el teniente coronel Gavilá, natural de Valencia y jefe de las fuerzas del regimiento de África que guarnecían la posición de Cabo de Agua, frente a las islas Chafarinas.

De casi 900 metros de altitud, el monte Gurugú domina Melilla y la mayoría de las poblaciones vecinas. En la mañana del 29 de septiembre, sin que los rifeños opusieran resistencia, las tropas españolas ocuparon la cumbre y colocaron en ella la bandera.

La efímera toma del Gurugú

La noticia de la toma del Gurugú se dio en grandes titulares por toda la prensa valenciana el día 30, aunque los rotativos vespertinos ya la anunciaron el día anterior. En casi todos los municipios se celebró la conquista del Gurugú. En Valencia el capitán general ordenó que la banda del regimiento Guadalajara recorriera las calles del «Cap i casal», y el alcalde dispuso que la Banda Municipal hiciese lo mismo.

Pero la alegría duró muy poco, pues los soldados se retiraron del Gurugú pocas horas después de ocuparlo, arriando la bandera. Y lo peor fue que, durante la retirada, se registraron muchas bajas. Entre ellas la del valenciano Hilario Bajo Cervera.

La precipitada retirada sorprendió a los valencianos (como al resto de españoles) cuando aún estaban celebrando su conquista.

El 25 de noviembre, instado por el nuevo gobierno liberal, que deseaba acabar la campaña cuanto antes, el general Marina ordenó una última operación combinada para la ocupación del collado de Atlaten, de valor estratégico por ser el vértice dominador de las minas de Beni Bu Ifrur y la meseta de Taxuda, también importante por ser la verdadera llave del monte Gurugú. Estas acciones se desarrollaron con éxito y sin disparar ni un solo tiro.

En el mes de noviembre siguieron destinándose soldados a Melilla, pero todos ellos iban a cubrir bajas en el ejército de operaciones, la mayoría ya por enfermedad. En la medida en que los combates se hacían menos frecuentes, las camas de los hospitales de Melilla eran ocupadas por enfermos y no por heridos. Y, como estos, los menos graves fueron trasladados a hospitales de la Península.

El 26 de noviembre, una vez ocupada la meseta de Atlaten, el Gobierno dio por terminada oficialmente la campaña militar en el Rif. La harca rebelde se había disuelto y las cabilas de Guelaya y Quebdana, las provincias limítrofes con Melilla, prometieron sumisión a España. Pero al otro lado del río Kert, en el Rif occidental, se empezaba ya a gestar la siguiente rebelión.