Surgida desde las entrañas de la omnipresente Iglesia, pocas organizaciones valencianas gozan de una implantación territorial tan grande como Cáritas. En un radio de actuación que abarca a 2,8 millones de habitantes —eso es la diócesis de Valencia—, aquí existen 397 Cáritas Parroquiales. Su ejército de voluntarios es el motor que mueve este engranaje de solidaridad. Superan los 3.800 voluntarios con un perfil muy marcado: tres de cada cuatro son mujeres y tienen más de 51 años. Por lo visto, su actividad engancha. Lo demuestran casos como el de Clotilde Veniel, que entró en Cáritas en 1989 como fundadora de la sede de Bicorp y que hoy, con cien años de edad y con las mismas ganas de visitar enfermos para hacerles compañía y alegrarles el rato, se ha convertido en la decana de los voluntarios de Cáritas en la diócesis de Valencia.

Este cuerpo de infantería es la base de una organización que en 2010 —último año con cifras disponibles— benefició a más de 75.0000 personas después de que más de 33.000 menesterosos (imagínese: toda la población de Xàtiva, casi la mitad del Mestalla lleno) llamaran a las puertas de Cáritas. ¿Para qué? Para todo. «A veces por comida, a veces por ropa, a veces para que les ayudes a pagar el recibo del agua, de la luz o el alquiler, a veces para que les ayudes con los niños o, simplemente, para que les escuches y les acojas con sus impresionantes problemas, como que su pareja le ha pegado», cuenta Paqui Galera, voluntaria de Cáritas en la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora, en Burjassot.

Para pagar todas estas prestaciones sociales, que cuestan casi 5,3 millones de euros (hay que pensar en el ahorro de contar con casi cuatro mil voluntarios trabajando gratis), Cáritas Diocesana de Valencia recauda el dinero de diversas fuentes. Casi el 39 % procede de donativos particulares (incluidas las «colectas mensuales del segundo domingo» que cada mes se lleva a cabo en las parroquias); el 31 % llega vía subvención pública (ayuntamientos, diputación y Generalitat); el 22 % de los ingresos se recogen en las campañas de emergencias; y el 9% restante se recauda entre la cuestación del Día de la Caridad y otros conceptos menores. Según la información facilitada por la propia organización, el dinero de la Conferencia Episcopal destinado en 2010 a Cáritas Diocesana de Valencia fue de 130.105 euros. Es decir, sólo el 2,5 % de sus ingresos totales. Aunque el cardenal Rouco Varela insinuó que los recursos de Cáritas disminuirían si la Iglesia había de pagar el IBI por sus edificios no destinados al culto, como pide el PSOE, las cuentas de la entidad caritativa no dicen lo mismo.

Un bloque de católicos

Esta polémica ha acentuado la percepción, latente en algunas capas de la sociedad, de que existen dos Iglesias: la jerarquía conservadora y la base de acción social que se desvive por el necesitado. Sin embargo, esa distinción no se vive en las parroquias. Prácticamente todos los voluntarios de Cáritas son gente de Iglesia. Católicos, más practicantes que la media, que suscribirían en su mayoría el comentario de Paqui Galera: «Somos todos Iglesia y no hay distinción entre sus partes». O como el de Pilar Durá, otra voluntaria que confiesa conocer ligeramente la polémica del IBI por Radio María: «El amor nos procede a todos de Nuestro Señor y va dirigido a todo el mundo. Esto es la Iglesia y, a mí, ayudar en ella me hace sentir realizada y muy llena por dentro».

Pero lo cierto es que estas controversias mediáticas no se viven con interés en el seno de Cáritas. No hay tiempo ni ganas, y otras prioridades son más urgentes. Basta con visitar Lloc de Vida, un centro de Cáritas en Benimàmet que va más allá de la bolsa de comida tradicional que se da en las Cáritas Parroquiales.

Allí, un grupo de siete chiquillos (todos inmigrantes) escuchan a la profesora de apoyo escolar Dinger Hermoso. Mientras, en la recepción, la boliviana Indira busca un asesor legal que le informe de sus derechos, a punto de ser vulnerados: es trabajadora doméstica y, aunque la ley obliga a su empleador a asegurarla, éste quiere bajarle el sueldo para compensar ese gasto inesperado. Entre unos y otros, el voluntario Vicente Barrachina anda con una lista en la mano: «Son las trece personas que hoy han venido a pedirnos trabajo». El primero, un tal José Luis, de Cuba, dispuesto a trabajar en lo que sea. La segunda, la hondureña Justa, de 36 años, que se ofrece como cuidadora de ancianos con disposición a estar interna. La tercera€

Estos nombres han venido hoy a buscar empleo. Tal vez mañana regresen para apuntarse a los cursos que ofrece el centro (de electricidad, de informática, de castellano y valenciano, de habilidades sociales y del hogar), o a que sus hijos tengan un refuerzo escolar gratuito. «Se trata de facilitar su integración», advierte Vicente.

Más allá de los bocadillos

Así está evolucionando Cáritas en Valencia. Ya hace tiempo que dejó de ser la organización que reparte bocadillos y paquetes de arroz. De hecho, excepto en algunas parroquias y de forma ocasional, en Cáritas de Valencia ya no se entrega comida. La alimentación básica se consigue en los 33 economatos que Cáritas tiene distribuidos por toda la diócesis: son supermercados donde la comida y los productos de primera necesidad se pueden comprar a precio muy rebajado con la tarjeta de Cáritas. Ésta es una necesidad cada vez más presente: entre 2006 y 2010, las ayudas en alimentación de Cáritas se triplicaron (+ 358 %) en un aumento sin parangón en el resto de partidas. Si en 2006 la partida más cuantiosa era la de vivienda, que casi duplicaba a alimentación, hoy los términos se han invertido y son las ayudas de alimentación las que duplican a las de vivienda. Es un dato sintomático de la evolución de las necesidades en la sociedad.

Aunque dos tercios de los atendidos son ciudadanos extranjeros, el perfil de la persona que recurre a Cáritas es variopinto: españoles con dificultades económicas, inmigrantes en busca de trabajo, mujeres solas con cargas familiares, gente con problemas de vivienda, personas sin hogar, familias con algún enfermo en casa, ancianos solos, problemas con las drogas€ «Aquí no se le niega la ayuda a nadie y nunca preguntamos si es católico. No hay discriminación por raza, sexo o religión. Si hay necesidad, siempre se intenta ayudar», dice Rafa Marzal, voluntario. El otro día, pone como ejemplo, abrió una puerta de su Cáritas y, sin darse cuenta, golpeó a una mujer musulmana que estaba rezando cara a la Meca.

Entre un montón de papeles con nombres de necesitados, Vicente Barrachina sintetiza su pensamiento, muy extendido entre los voluntarios de la organización: «Cáritas es un trocito de la Iglesia y, si no existiera, habría que inventarla. Pero, para mí, va más allá de la Iglesia Católica. Es algo que permite hacer lo que todos nosotros queremos: dedicarnos a ayudar a los demás».