Alberto Fabra está dando pasos para apuntalar su poder en el Partido Popular de la Comunitat Valenciana. Reelegido por los suyos como presidente del partido en el XIII Congreso Regional celebrado en Alicante y con una ejecutiva renovada, Fabra encara los próximos tres años con muchos más apoyos de los que tenía cuando Francisco Camps le cedió las riendas del partido y de la Generalitat. Ahora bien, su poder tiene grietas, vías de agua en el edificio que hace casi un año lo convirtió en jefe del Consell. De los tres pilares sobre los que se asienta su liderazgo —gobierno, partido y grupo parlamentario— el presidente sólo ha tenido y tiene capacidad para moldear los dos primeros. En el Consell dio ya su golpe de timón con la defenestración de Paula Sánchez de León y el ascenso como número dos de José Ciscar. Fabra medita hacer más ajustes, pero los retoques podrían esperar o ser mínimos, al menos, hasta que no escampe la tormenta financiera.

La toma de poder en el partido se visualizó en Alicante con una nueva dirección en la que Fabra hizo un auténtico juego de equilibrios con tal de repartir poder entre las provincias. A excepción de los afines al presidente de la diputación y del PP de Valencia, Alfonso Rus, que se autoexcluyó de la ejecutiva en protesta por la elección de Serafín Castellano como número dos, casi todas las familias están representadas. A lo largo de esta semana, el camino a los congreso provinciales se ha despejado; luz verde a Rus en Valencia; pacto con Mercedes Alonso en Alicante y retirada de Carlos Fabra en Castelló a favor de Javier Moliner.

Con independencia de los recelos y luchas internas, lo cierto es que Fabra ha tomado el control. Ahora bien, las Corts, y en concreto, el grupo parlamentario es su punto flaco, su talón de Aquiles. Tiene una holgada mayoría absoluta —55 diputados— que, sin embargo, no sería suficiente en caso de que todos los parlamentarios con problemas judiciales acabaran condenados. Si se aplicara los estatutos del PP —algo a lo que vendría obligado— estos diputados acabarían fuera del partido y, por tanto, en el grupo mixto, rompiendo así la mayoría absoluta. En total son once los populares con problemas con la Justicia o salpicados por supuestos escándalos de corrupción. Imputados en la causa de la presunta financiación irregular del PP hay seis diputados: Ricardo Costa, Yolanda García, David Serra, Vicente Rambla, Angèlica Such y Milagrosa Martínez. La investigación de Gürtel todavía está en sus prolegómenos y puede tardar años en resolverse. Una condena sería el peor de los escenarios para Fabra, pero mientras tanto su discurso contra la corrupción pierde solidez.

Salpicados por el caso Brugal están la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo y su antecesor, Luis Díaz Alperi. Ninguno está imputado, pero ambos están en el ojo del huracán por el presunto amaño del PGOU de Alicante. El exalcalde de Torrrevieja, Pedro Hérnandez Mateo, por su parte, sigue imputado y con escaño; mientras que el caso de las presuntas cuentas bancarias en Suiza tienen en jaque a la alcaldesa de Ibi, Maite Parra. El panorama se ha complicado todavía más con el escándalo de las ayudas a la Cooperación, un caso que ha situado al síndic Rafael Blasco al borde del precipicio. En el Palau de la Generalitat se espera a una posible imputación para apartarlo de la jefatura del grupo.

Mientras tanto el ambiente en las Corts vuelve a ser asfixiante. Francisco Camps, con la causa de los trajes a cuestas, sufría en cada sesión de control. Fabra, aunque de manera distitna, tampoco lo tiene fácil. Uno de cada cinco de los suyos le rompe la operación limpieza. Fabra ha contruído su liderazgo en base a un discurso cuyo eje central es la apuesta por la ejemplaridad de los cargos. Ha demostrado mano de hierro en la Generalitat con tres destituciones en el último mes. En las Corts, no puede hacerlo.

Un partido «unido» con contrapesos y personalismos

La apuesta de Fabra para atar el partido mediante la integración de todos los territorios y familias abre una nueva era en la organización valenciana, que hasta ahora estaba marcada por un fuerte presidencialismo. Todavía es pronto para ver si la fórmula escogida por Fabra funcionará o si las ambiciones, personalismos y desencuentros entre los principales actores del PPCV puede acabar resitiendo a la organización. Además del equilibrio territorial, Fabra ha jugado al contrapeso. Poder para Castellano para que merme el de Rus en Valencia y control personal de las finanzas y el comité de disciplina. José Ciscar, el hombre fuerte de Fabra y uno de los más influyentes en el Palau, controlará a Castellano a través de César Sánchez. Los recelos por el poder creciente de Císcar (presidirá el PP de Alicante) despierta recelos en Castelló; mientras, está por ver cuánto dura la tregua entre el tándem Rus-Barberá y Castellano. j. r. valencia