"¿En qué momento se jodió Valencia?". La pregunta se la hace, parafraseando a Mario Vargas Llosa, el geógrafo, Josep Vicent Boira, en su último libro "La tormenta perfecta" en el que el reputado profesor de la Universitat de València intenta explicar las causas que han llevado a la Comunitat Valenciana a ser un símbolo de la corrupción, el despilfarro y un problema para España por su actual "realidad económica y financiera desastrosa". Tanto como para que una simpatizante del PP interviniera en un mitin de Javier Arenas y Alberto Núñez Feijóo en Mairena de Aljarafe, el 8 de enero de 2012, para espetarles: "¡Valencia, a ver si solucionamos lo de Valencia!". Un anécdota que, confiesa el geógrafo, fue la gota que colmó el vaso de su paciencia y le llevó a escribir este libro para explicarse a sí mismo y a los lectores el proceso de "palermización" sufrido por la Comunitat Valenciana en los últimos años.

Josep Vicent Boira explica que para lograr su propósito intenta huir de "explicaciones demasiado sencillas" como que la suma "corrupción más despilfarro es igual a la crisis actual". Por eso defiende "ampliar perspectivas hacia los lados y hacia atrás" para encontrar las causas de "la tormenta perfecta" que se cierne sobre la Comunitat Valenciana y que, según Boira, es fruto de tres grandes fuerzas que han confluido en 2012: "la corrupción y malversación de recursos, la quiebra del sistema productivo valenciano y la deficiente financiación" unida a la "desconfianza histórica hacia Valencia".

Porque parte de la "mala prensa" de la Comunitat Valenciana viene de lejos. A finales del siglo XIX y principios del XX, "la generación del 98 inició una década de reflexiones sobre el ser español que "contaminaron" todas las dimensiones de la vida española". Y en ese proceso de repensar la identidad nacional, Valencia se llevó la peor parte, como lo reflejan los comentarios que le dedicaron dos intelectuales de la talla de Ramón de Valle-Inclán y Miguel de Unamuno, en un polémica intelectual y artística que saltó al resto de ámbitos de la vida española y en la que, curiosamente, se vio envuelto el pintor Joaquín Sorolla, por su pintura colorista, optimista y mediterránea. Durante una visita a Valencia en 1909 para participar en un homenaje universitario a Charles Darwin, Unamuno aseguró sobre Valencia que "tiene fama de estar movida más por instintos -más o menos nobles- que por inteligencias y más por pasión que por reflexión". Diez años después, en 1919, Valle-Inclán escribía: "la región levantina es gitana, es gitana en todo: ¿dónde hay más ciencia que la de un gitano? Ciencia para vender un asno, ciencia para transformarle y para engañar al comprador [...] ciencia fenicia".

Pero los valencianos supieron sobreponerse a este arquetipo y, de ser una una sociedad analfabeta y mal vista y enjuiciada a principios del siglo XX, supieron convertirse en apenas unas décadas en "un pilar económico de la nación". En los años 30 "las exportaciones hortofrutícolas aportaban la mayor parte de divisas conseguidas por España y los impuestos que aportaba la actividad permitían que el sistema financiero del Estado funcionara". Valencia protagonizó la primera de sus revoluciones, la agraria basada en estos primeros años en un modelo agrícola pero que daba trabajo a industriales, transportistas, portuarios, exportadores, aduaneros y comerciales". Tras el obligado paréntesis de la cruenta Guerra Civil y la posguerra, Valencia vivió su segunda revolución, en este caso industrial, a finales de los 60 y principios de los 70, aunque sin abandonar su tradición agraria que, como recuerda Boira en el libro, logró saltar el telón de acero y exportar naranjas a la Unión Soviética en pleno franquismo. Valencia parecía que estaba preparada para "ofrenar noves glòries a Espanya". Así lo creía el prohombre valenciano, Ignasi Villalonga, "quien al recibir la medalla de oro de la ciudad en 1956 defendió que "Valencia acaso sea la región cuya economía esté más ligada a la de Europa [...] tenemos una experiencia que aportar y una misión que cumplir y no desertaremos de ella".

Bien entrada la democracia, la Comunitat Valenciana viviría su "tercera revolución económica valenciana, con el auge de la construcción, en detrimento de otros sectores" lo que ha provocado una "desindustrialización metódica y dramática". Las exportaciones valencianas pasaron de representar "el 17% en 1985 al 9,3 en 2011". "El "nuevo" modelo productivo valenciano basado en la construcción y los grandes eventos no ha mejorado la vida de sus habitantes y no ha situado el país, como se nos había prometido, con superlativas declaraciones, al frente de las regiones de Europa".

De ahí que la propuesta constructiva para la reflexión que lanza el geógrafo es la de que "Valencia tendrá que reimaginarse. Elaborar una nueva narración aprovechando lo mejor de las narrativas anteriores, de la fusteriana, la que pretendía nuevos horizontes, de la industrial, de la terciaria, de la moderada, de la ambiciosa. Una revolución en las maneras de entender la política y la moral, pero evolución y suma en la manera de construir la sociedad valenciana".