Llegar a Alcublas por el camino de baches que parte de Villar del Arzobispo resulta una experiencia desoladora: montañas de cenizas apiladas en los márgenes, árboles esqueléticos, fuerte olor a quemado. El pueblo ha pasado de estar enclavado en medio de un pulmón verde de la Serranía a ser, ahora mismo, el corazón de 20.000 hanegadas quemadas en sus montes y en los de Andilla, Sacañet, Jérica, Altura o Villar del Arzobispo. Es como un islote en un mar de desolación. Pero si la tierra de Alcublas está quemada, su gente continúa encendida.

No sólo se nota en las pancartas que cuelgan a la entrada del municipio (las banderas de España ya se han olvidado) y que deploran un "verano negro" en el que ha quedado "la fauna arrasada, la agricultura arruinada". La rabia contenida también se ve en las lágrimas que derraman los ojos del concejal Amadeo Pereira o los del dueño del estanco, José Luis Ponz, al hablar del desastre ecológico. Ellos no sólo lloran por la pérdida del 80 % de la superficie total del término municipal (según cálculos del ayuntamiento), ni por el adiós definitivo del paisaje con el que se criaron, ni por que muchos campos de almendros, olivos, viña y algarrobos hayan quedado socarrados. Tampoco les caen las lágrimas sólo por el hecho de que a las tres empresas de apicultura locales se les hayan quemado casi todas las colmenas y tengan difícil su continuidad (¿qué comerán las abejas entre tanta ceniza). Su disgusto tampoco bebe sólo del manantial de las ilusiones frustradas. Ilusiones que se han roto como la de seguir incentivando la visita al pueblo de senderistas, ciclistas y moteros en los fines de semana para mover la economía local, o proyectos de futuro como el que tenían una veintena de mujeres del pueblo, que habían formado una asociación de agricultura ecológica enfocada al negocio de las plantas aromáticas que poblaban estos montes y que ahora acaban de ver rotas sus expectativas empresariales. Todo ello pesa mucho y les duele en el alma. Pero lo que más se repite en las bocas de Amadeo, de José Luis, de Paco, de Salvador, de Remedios y de todo vecino a quien se le pregunte, es que todo este cúmulo de desgracias se hubiera podido evitar o, cuanto menos, mitigar.

No sólo es que el monte fuera una bomba por la falta de prevención forestal ("los incendios se apagan en invierno", recuerda el agricultor Francisco Andreu). Denuncian, sobre todo, que se habría salvado muchísimo término municipal si las autoridades responsables hubieran permitido a los vecinos ayudar en las labores de extinción o se hubieran dejado aconsejar por quienes conocen el término al dedillo.

El pastor salvó el ganado

No fue así, bajo amenaza de detener a quien por su cuenta y riesgo intentara hacer frente a las llamas con cubas de agua y otros medios. Resultado: salvo los cultivos pegados al casco urbano y algunas zonas de la ladera de los molinos, todo está negro, quemado. Por fortuna, el último pastor de Alcublas protegió su ganado de ovejas en el pueblo: una parte en la Balsilla (un recinto vallado con agua), y la otra parte en un corral pegado al pueblo. También la decena de granjas de cerdos, pollos y conejos se han salvado.

Lo que ya no volverá -subraya el alcalde, Manuel Civera- es el Paraje Natural Municipal que conformaban el monte de La Solana y el Barranco de Lucía, convertido en 2006 en el primer espacio natural protegido de Alcublas y que ha sido arrasado. Esa reserva de fauna extraordinaria (el pinus halepensis, el quercus rotundifolia y tantas otras especies) ha desaparecido. "Hoy, todo eso sólo puede verse en el libro que editamos hace poco. Pero ya no queda nada", lamenta Civera. Toda aquella riqueza sólo pervive en un humilde libro y en la memoria de la gente del lugar, que ahora busca el ánimo necesario para afrontar la negra realidad que les rodea.

Testimonios de Alcublanos

Amadeo Pereira, concejal

"No han contado con los vecinos, que les podríamos haber indicado por dónde defender el monte. Así, Alcublas se vio enseguida rodeada de fuego".

José Luis Ponz, copropietario de un estanco

"No creo que ahora vengan los moteros, los ciclistas y los senderistas para ver un paisaje negro. Se va a notar mucho en los comercios".

Francisco Andreu, agricultor

"Aquí vivimos de la agricultura y habrá que arrancar muchos almendros. Eso es lo que me pica a mí. Porque los pinos aquí no dan de comer".

Salvador Civera, dueño de un bar

"La Guardia Civil amenazó con esposarnos si íbamos a ayudar con sulfatadoras y cubas. Se habría salvado mucho si se hubieran dejado aconsejar".

Remedios Gálvez, parada

"Llevamos días llorando con impotencia. A mí se me han quemado almendros. Verlo tdoo quemado, en un pueblo agrícola, es una angustia terrible".