En Benidorm, la cigueña patiamarilla (Larus michelis) amenaza la población de Paiño común, el ave más característica del parque natural de Serra Gelada y un elemento esencial de las tradiciones de este antiguo poblado de pescadores. En el «Illot», que concentra una de la mayores poblaciones de Europa de paiño, la gaviota patiamarilla se come los pollos y destroza sus huevos. «Por el día se va a los vertederos a alimentarse; limpia los patios de los colegios en el recreo—sin permiso del profesor y a veces sin esperarse a que los niños se refugien en las aulas— y vuelve a la isla a defecar, de modo que huele mal y apenas crece nada», explica con cierta ironía uno de los guardas del Parque Natural de Serra Gelada.

En Calp, la patiamarilla ha expulsado del Peñón de Ifach a todos sus rivales, empobreciendo el ecosistema y reduciendo su biodiversidad. Desde su atalaya se lanza sobre los turistas que frecuentan las terrazas mientras en Valencia su presencia es también cada vez más agobiante... y agresiva.

En las salinas de Torrevieja perfora los sacos donde se almacena la sal y se concentra en las granjas marinas donde se alimenta de doradas lubinas y atunes. Y cada vez su población es más numerosa mientras la del resto de gaviotas decae.

El secreto de su éxito radica en una dieta poco exigente y muy amplia. En Medio Ambiente recuerdan que unos guardas hicieron una vez un belén con lo que traían las gaviotas en su estómago. «Había figuritas enteras y muchas cosas brillantes», aseguran.

Bajo control

En la Comunitat Valenciana, la Dirección General del Medio Natural realiza controles periódicos sobre la población de gaviota patiamarilla, aunque de momento solo «cuando representa un problema para especies amenazadas».

Juan Jiménez, jefe del servicio de Biodiversidad, asegura que se ha actuado para proteger al paiño en Benidorm; a la gaviota picofina, en Santa Pola y en la Mata; y a la Adouin, en Torrevieja. Pero, ¿cómo se controla una especie que parece tener una capacidad ilimitada de reproducirse?

«Probamos de todo con mayor o menor éxito», admite Jiménez. «Hemos ido a por los adultos, a por los pollos, actuado sobre los nidos; administrado narcóticos...». En estos años las técnicas han variado. Durante un tiempo se pinchaban los huevos con una aguja para más tarde recubrirlos con parafina para matar el polluelo sin que los adultos lo noten. «Si se dan cuenta pueden hacer dos o tres puestas más...», añade el técnico de la conselleria.

La conclusión es que en esta «guerra» no cabe un ataque masivo. A veces, como se demostró en Benidorm, solo unos pocos ejemplares son responsables de la competencia con especies protegidas. Basta «retirar» a los ejemplares más conflictivos, generalmente media docena de parejas o menos —especializados en alimentarse de los nidos y los pollos de paiño— para restablecer el equilibrio entre especies.

El problema de las ciudades

Hace unos días, un ejemplar de patiamarilla hizo un amago de atacar a un viandante cerca de la plaza de la Virgen de Valencia. Algunas ya lo hacen a las palomas. Fue el detonante de una situación que se venía gestando desde hace años. La gaviota patiamarilla amenaza con sus vuelos rasantes y asusta, aunque rara vez consuma la agresión. Solo si el nido está cerca y hay pollos o comida que proteger, la gaviota saca su instinto y ataca. En las instalaciones municipales para fauna urbana crece el número de pollos de gaviota que llegan cada año.

«Es un fenómeno que va en aumento», explica Jiménez. La gaviota patiamarilla se ve ya en muchas terrazas y probablemente vaya a más. Hay problemas en Alicante, en Valencia... En toda España. La ciudad es un entorno donde tienen muchos recursos alimenticios a su alcance y sin riesgo. Al final pierden el miedo».

Haría falta un mayor control sobre los vertederos y sobre la basura que se arroja a las calles para limitar su población en las ciudades, explican los expertos.