­Hace más de 2.500 años, Heráclito de Éfeso se atrevió a decir que nadie puede cruzar dos veces el mismo río. Sin embargo, se desconoce su parecer respecto a la posibilidad de descenderlo.

Probablemente, el griego ignorase entonces la existencia del río Júcar, -bautizado como Sucro por los romanos- que con sus 497,5 kilómetros de longitud, atraviesa tres provincias distintas desde su nacimiento, en el Cerro de San Felipe de Tragacete, hasta su desembocadura, en la costa de Cullera. Un trayecto repleto de secretos naturales escondidos entre corrientes fluviales y enormes obstáculos, la mayoría de ellos obrados por la mano del hombre. Embalses, presas, centrales hidroeléctricas y algunas zonas secas, se mezclan entre los grandes paisajes para convertirse en los compañeros inseparables de un largo viaje río abajo.

Con todos estos ingredientes, el descenso del Júcar es, sin duda, una atracción irresistible para quines en su espíritu aventurero no les importa pasar las horas chapoteando en el agua. No es casual que el deporte de aventura se haya expandido de forma imparable por los diferentes tramos del río. Villalgordo del Júcar, Alcalá del Júcar, Cofrentes, Cortes y una larga lista de municipios ya han incorporado a su oferta turística la «multiaventura», con el río como protagonista indiscutible.

El Júcar, de cabo a rabo

Siguiendo la estela de los viejos «gancheros», que trasladaban la madera desde Tragacete hasta Cullera, el gran reto es completar el descenso del río, de cabo a rabo. Una hazaña al alcance de muy pocos, que se puede completar en algo menos de siete días, aunque depende del tiempo que se prefiera dedicar a las paradas en las que reponer fuerzas y disfrutar del paisaje.

Sin embargo, el descenso en balsa del Júcar es una empresa complicada, que requiere de una cierta labor de planificación previa. En primer lugar, es indispensable contar con los permisos que la Confederación Hidrográfica del Júcar otorga para este tipo de actividades, así como con las autorizaciones correspondientes para acampar en las zonas en las que se planea pasar la noche.

Cumplidos todos los requisitos legales, y una vez se ha decidido emprender la marcha, es recomendable emplear un buen sistema de comunicación directa con los apoyos terrestres que acompañaran a los excursionistas durante todo el trayecto. En este sentido, es imprescindible disponer de una hoja de ruta en la que estén marcadas las pautas del viaje, y un mapa con el que poder orientarse y prever las posibles dificultades durante la bajada.

Entre presas y tramos secos

Porque obstáculos para la navegación los hay, y muchos. La primera demostración de que el Júcar no es un camino de rosas se encuentra en su nacimiento. El escaso caudal del río en sus primeros kilómetros obliga a desplazarse por tierra hasta cerca del embalse de La Toba, donde el caudal crece considerablemente para alimentar una central eléctrica que deja el río en seco. Lo mismo ocurre entre las localidades de El Molinar y Jalance, ya en la Comunitat Valenciana, o entre el Embalse de Naranjero y Millares, donde el río pierde volumen en su caudal y se queda prácticamente seco durante muchos kilómetros. En todas esas áreas, la única opción es poner pie en tierra y avanzar con la balsa sobre los hombros. Algo similar sucede con las abundantes presas y pequeñas centrales hidroeléctricas que pueblan el curso fluvial del Júcar. El embalse de Alarcón, el de Cofrentes, el de Cortes de Pallás, el de Naranjero, el de Tous y otras pequeñas instalaciones diseminadas a lo largo del río, obligan a desviarse de la corriente durante algunos tramos. Por otra parte, los rápidos en Alcalá de Júcar, los cañones de Batanejo y de Cofrentes o la desembocadura en Cullera, regalan momentos formidables para la navegación.

Operación Júcar 82’

Los grandes pioneros del descenso del río Júcar tienen nombre y apellidos. José Mª Gabaldón, Fernando García, Pepe Tono Espinosa, Rosendo Cuenca, Salvador Verdú, Juan Badal y Carlos Javier Gabaldón completaron con éxito, hace ahora 30 años, la llamada Operación Júcar 82’. Una aventura improvisada entre siete chavales que rozaban los 20 años. Con sólo una balsa neumática, 14.000 pesetas, dos Seat 147 y una «estampita» de San Francisco de Asís, este grupo expedicionario consiguió poner la primera piedra del deporte de aventura a lomos del Júcar. Su valentía mereció una entrevista con el entonces periodista de Levante-EMV, José Chirlaque Gaya, en la que reflejaron su alegría.

Tres décadas después, siguen rememorando anécdotas de aquel descenso, en el que se encontraron con amenazantes jabalíes, troncos cruzados sobre el agua, vecinos incrédulos y sobre todo, un río desconocido para ellos. Sobre la posibilidad de que uno de sus hijos les pida permiso para repetir aventura, la respuesta no admite duda: «me iría con él». Todo un desafío al Júcar, y a Heráclito.