Se han cumplido más de seis siglos y medio de que ocurrió el "milagroso milagro" -valga la redundancia- que ahora, cuando iniciamos las autovía hacia el norte y pasamos por el término de Alboraya, nos presenta una ermita entre palmeras que evoca aquel acontecimiento prodigioso y que es conocido como el "Miracle dels Peixets".

El hecho ocurrió en el año 1348, cuando el párroco de esa población -Alboraya-

fue requerido para llevar los Sacramentos a un moribundo en una localidad contigua, en Almácera. Se trataba de un judío converso, llamado Masamardá, y que en su recuerdo en la población se bautizó después con ese nombre una partida.

Para ir de uno a otro término no había, como ahora, paso elevado alguno; y, ante la carencia de puente, los viandantes se veían obligados a cruzar el barranco del Carraixet a pie, mojándose de rodilla para abajo; en el caso del clérigo, cruzar el cauce le obligaba a humedecerse la parte inferior de la sotana.

Pero los elementos quisieron aquel día -10 de junio- ponerse en su contra. Y, cuando con el cofre del Viático se disponía a llevar a Almácera las Formas para el moribundo, descargó una fuerte tempestad, que al cura y a sus acompañantes lanzó al agua. El cofre cayó de las manos clericales y, cuando lo recuperó entre las aguas, los Sacramentos habían desaparecido de su interior.

Los vecinos de Alboraya no se dieron por vencidos y, tras recuperar el arca, siguieron buscando las Formas, que temieron estuvieran en el fondo del barranco.

Mas he aquí el milagro. De pronto, aparecieron en la superficie tres peces que asomaban la cabeza y en su boca mostraban las tres Hostias que iban dirigidas al moribundo. Y, asombrados, reclamaron la presencia del clérigo, que así pudo recuperar los Sacramentos que daba por extraviados.

La sorpresa corrió por toda la contornada pero alcanzó en seguida al prelado de Valencia, entonces el Obispo Hugo de Fenollet, quien, para evitar que todo quedara en un rumor sin consistencia, hizo levantar acta notarial con el testimonio de cuantos habían presenciado el prodigioso milagro.

La ermita, que ahora vemos cuando iniciamos ese camino que hace seis siglos ni se soñaba -como es la autovía- es motivo de visitas de muchos creyentes que tienen fe en el recuerdo de aquel prodigioso y milagroso acontecimiento; y su silueta contrasta -ha pasado más de medio milenio- con las construcciones de la inmediata Port-Saplaya y de un complejo mercantil próximo. Esta ermita, entrañable para los vecinos de Alboraya y de muchos valencianos, fue construida medio milenio después, el año 1901. Pero, para los actuales visitantes, es también ya antigua y entrañable.