La gran aventura de Miquel Silvestre (Dénia, 1968) ha llegado a su fin. Después de trece meses de viaje en moto, este registrador de la propiedad que en 2008 dejó su plaza de funcionario para viajar por el mundo con el sueño de convertirse en escritor ha culminado su ruta de España a Alaska tras el rastro de los grandes aventureros españoles. En el marco de este romántico proyecto que acabará convertido en libro (La huella de los exploradores olvidados, para 2013), se ha pasado un año de película. Ha recorrido en moto más de 45.000 kilómetros por 25 países diferentes: Francia, Alemania, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Austria, Italia, Egipto, Sudán, Etiopía, Kenia, India, Nepal, Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas, Estados Unidos y Canadá.

Todavía desde Canadá, adonde ha visitado la ciudad con topónimo español más septentrional del mundo —Valdez—, Miquel Silvestre cuenta por teléfono esta aventura que arrancó en junio del año pasado con el viaje a Cabo Norte de Noruega. Allí seguía la pista de Al Ghazal, que fue el embajador de Abderramán II para dialogar con los vikingos de Noruega en el siglo IX, el primer mediterráneo que llegó hasta tan lejos. Luego siguió los pasos de otros ilustres viajeros españoles. Su moto rugió en Hungría en memoria de Ángel Sanz Briz, el diplomático que salvó 5.200 judíos del Holocausto. En Goa (India) rastreó la huella del misionero San Francisco Javier. Después de un homenaje in situ al alpinista Iñaki Ochoa de Olza, fallecido hace cuatro años en Annapurna (Nepal), puso rumbo a Filipinas y se convirtió, según cuenta, en «el primer viajero que llega a Filipinas desde España en vehículo rodado» conduciendo por tierra y cargando la moto en barcos y aviones cuando había que sortear el mar.

Para conseguirlo, de Indonesia fue a la isla de Sumatra; luego saltó a Java; de Yakarta cogió otro barco hasta Borneo, la tercer isla más grande del planeta, que cruzó entera sobre dos ruedas hasta llegar a Sabah. Allí le contaron que en una ciudad llamada Sandakán (Malasia) salía el único barco que unía Filipinas con territorio extranjero. «Una vez allí —relata—contraté el viaje y me encontré con que este barco lo utiliza fundamentalmente el Gobierno de Malasia para deportar inmigrantes ilegales filipinos que antes han estado una temporadita en la cárcel. Así que me encontré en un barco con setenta expresidiarios donde yo era el único occidental. Fue bastante incómodo…», recuerda.

Pero lo consiguió. Y una vez alcanzó la ciudad de Lapulapu de la isla de Mactán, pudo ver el monumento a Fernando de Magallanes, que en 1521 murió en una reyerta en Filipinas tras haber superado el escollo de América al encontrar el después llamado Estrecho de Magallanes entre la Patagonia y Tierra del Fuego. «Fue de una gran emotividad, porque el viaje de Magallanes fue una aventura épica que cambió el mundo: salieron cinco barcos y unas 260 personas y, tres años después, regresaron 18 supervivientes en un sólo barco. ¡El viaje fue terrible! Encontrarme ante Magallanes y recordar la grandeza de estos tipos fue la parte más emotiva del viaje», rememora.

Con su madre de paquete en Nepal

Hubo otros momentos inolvidables. Como cuando su madre, de 74 años, fue a visitarlo a Nepal a la mitad del viaje y él la cargo en su moto de paquete hasta llegar, madre e hijo juntos, a las puertas del Himalaya. También le emocionó, cuenta, llegar en moto hasta el lugar donde se supone que está enterrado Pedro Páez, misionero y descubridor de las fuentes del Nilo Azul en Etiopía en 1618. «Páez era muy amigo del emperador de Etiopía y le diseñó un palacio a orillas del lago Tana. Ese palacio, donde se dice que está enterrado Pedro Páez, fue después abandonado. Hoy, el camino está completamente abandonado y a él no pueden acceder ni los 4 x 4. Yo conseguí llegar con la moto hasta las mismas ruinas del palacio en un viaje de extrema dificultad que me costó varias caídas. Allí vi que Pedro Páez sólo tiene un montón de ruinas a orillas del lago Tana, sin nada que lo recuerde, mientras que el descubridor de la otra fuente del río, el Nilo Blanco, es el británico John Speke y tiene allí un pedazo de placa a mayor gloria del Imperio Británico. Me pareció un perfecto símbolo del proyecto: lo olvidados que estrán los exploradores españoles».

Miquel Silvestre, soltero y sin hijos, también ha seguido el rastro en este viaje de otros emblemáticos exploradores como Ruy López de Villalobos, que puso el nombre a las islas Filipinas en honor a Felipe II, y ha ido detrás de Miguel López de Legazpi, fundador de Manila, o de Andrés de Urdaneta, el documentador del tornaviaje en el siglo XVI para poder regresar a Nueva España.

En el último tramo de esta aventura en moto, ha buscado qué queda de Juan de Fuca, navegante de Felipe II y descubridor del estrecho entre la isla de Vancouver y los Estados Unidos, o de Francisco de la Bodega y Quadra, explorador Vancouver, y Dionisio Alcalá Galiano, héroe de Trafalgar y primero en navegar completamente el estrecho de Georgia entre Vancouver y el continente.

Finalmente, ha rendido su homenaje a Alejandro Malaspina, que capitaneó el viaje conocido luego como la expedición Malaspina para visitar las posesiones españolas en América y Asia y que le llevó hasta Alaska. Silvestre terminó su aventura honrando la memoria de Salvador Fidalgo, fundador de las ciudades Valdez y Córdova (sic), en Alaska, que constituyen los topónimos en castellano más al norte del globo terráqueo.

Vacunado ante la crisis

El autor de Un millón de piedras (un viaje de 15.000 kilómetros en moto por África) se ha escapado de España en el peor año de la crisis. Dice que en estos trece meses en los que ha estado fuera le han llegado ecos de la «depresión nacional» que está «entristeciendo» el país.

¿Se arrepiente ahora, con la que está cayendo, de haber dejado la plaza de registrador de la propiedad? «No me arrepiento para nada —responde—. Es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Mi profesión se está resintiendo porque ahora mismo no hay mercado inmobiliario, pero es que a mí, no voy a decir que me dé igual, pero sí que estoy más vacunado ante las inclemencias económicas, porque he descubierto que con muy poco se puede vivir. Todo lo que yo necesito me cabe en tres maletas, y eso sí que es haber descubierto la libertad. Ya llevo cuatro años recorriendo el mundo en moto. Mi nivel de vida no tiene nada que ver con el que tenía entonces, cuando gozaba de un buen trabajo en España. ¡Pero es que ahora me siento muchísimo más feliz!», y suelta una carcajada antes de rematar la reflexión: «Es una liberación: cuanto más tienes, más miedo tienes a perder lo que tienes. Y una vez que voluntariamente decides perderlo o desposeerte de cosas, te das cuenta de que no te hacen falta. Lo más importante es la libertad. Y eso —subraya— es lo que yo ahora tengo».

Un viaje de 40.000 € con 200 camas diferentesUn viaje de 40.000 € con 200 camas diferentes

Miquel Silvestre calcula que en este viaje habrá dormido «en más de 200 camas diferentes» de hoteles y hostales, además de muchas noches —sobre todo africanas— pasadas en su tienda de campaña. Pero la mayor incomodidad ha sido la carretera. «Oportunidades de matarte tienes todos los días en la mayoría de estos países, porque muchas veces desaparece la carretera y hay que ir por caminos de tierra», explica. Estima que hacer este viaje le ha costado «unos 40.000 euros» —la mitad financiado con patrocinios— empleados en «gasolina, comida, alojamiento y el transporte de la moto a cada salto marítimo, ya sea en avión o en barco».

¿Y qué es lo mejor de una aventura así? «Lo mejor de todo es la gente», responde sin dudar. «Lo mejor es comprobar que uno puede viajar desnudo y solo por el planeta Tierra y ver que las personas no son alimañas. Aunque tengamos prejuicios sobre los lugares considerados como peligrosos, la gente es normal en todas partes. El ser humano no es un lobo. Yo ya llevo unos 90 países en moto, entre ellos Irak o Mauritania donde se supone que son todos malos, y eso no es verdad». p. cerdà valencia