Robert estaba grabando con su cámara de vídeo la vaquilla cuya embestida le acabó matando cinco días después. Había cumplido 18 años en enero y llevaba desde los 15 viajando por toda la comarca para guardar en imágenes sus queridos «bous al carrer». «Era su pasión —recordaba ayer su madre—. El peor castigo que le podíamos poner era no dejarle ir a los toros».

Robert también quería hacer de su pasión un oficio. Había estudiado un módulo de imagen en el instituto Tierno Galván y ahora hacía FP de Imagen y Sonido en Paterna. Incluso había montado un pequeño negocio de venta de películas taurinas a través de Internet bajo el nombre «La nostra passió». «Íbamos juntos a todos los pueblos y en todos los sitios le conocían —recordaba ayer su novia—. Mi chico era muy simpático y tenía muchos amigos. El día del entierro (el sábado) no quisimos hacer bando para anunciarlo, pero dio igual, vino un montón de gente que le quería».

Ayer, ya en casa, Eugenia lloraba y ofrecía algo de beber a los periodistas, Leticia sostenía la foto en la que sale bien agarrada a Robert y Emilio, el padre, no paraba de darle vueltas a lo que habría podido pasar si alguien hubiera atendido a su hijo mejor de lo que él cree que lo hicieron. «El chiquillo ya estaría en casa con nosotros. Me he fiado de la buena acción de los médicos, el primero me dijo que en 48 horas estaría bien, pero creo que entre unos y otros se les fue de las manos». Eso sí, tiene un recuerdo para la última médico con la que hablaron, la que venía de la Fe. «No sé cómo se llama, pero si hablan con ella denle las gracias porque sé que ella hizo todo lo que pudo».

La familia espera tener hoy el resultado de la autopsia y saber de una vez por todas qué le pasó a Robert. El caso está siendo investigado en los juzgados de Quart y Emilio piensa si debe denunciar lo ocurrido. «Yo no quiero una indemnización. Quiero que nadie reciba el trato que recibió mi hijo ni muera porque no hay dinero para hacerle un TAC».